Nunca hasta entonces el tiempo había sido un juez tan implacable en un deporte de largo aliento. El Tour de Francia de 1989 se decidió en un suspiro: tras miles de kilómetros recorridos a lo largo de tres extenuantes semanas, apenas ocho segundos separaron al ganador, el estadounidense Greg LeMond, del segundo clasificado, el francés Laurent Fignon.
Aquel año, el ciclismo profesional entraba en una nueva era: la agónica. Un tiempo en el que, como en una prueba atlética de corta distancia, cada milésima de segundo contaba. En 1903, en la primera edición del Tour, las diferencias se midieron en horas: casi tres separaron al Maurice Garin de Lucien Pohier, primer y segundo clasificado respectivamente. Pero en aquel verano de 1989, los implacables cronómetros Tissot situados en la meta de París dictaron una sentencia inaudita. Si hasta entonces el ciclismo era un deporte cruel, desde ese día la impiedad sería doble: al sufrimiento físico y mental se añadía otra preocupación, la de saber que cualquier mínimo despiste o resbalón te dejaría sin opciones de victoria.
Un factor fundamental
En el ciclismo no cuenta llegar más lejos, saltar más alto, alzar más kilos: lo que vale es llegar el primero. Comparte esta filosofía con otras modalidades, donde el tiempo es también el factor fundamental, pero con una diferencia: pocos deportes implican distancias tan largas, tantos miles de kilómetros, tantas miles de posibilidades de cometer un error. Los 10.000 metros en atletismo, una prueba de media distancia, se resuelven en 26 minutos. Casi media hora en la que el atleta no puede perder la concentración. En los 3500 kilómetros que abarca el Tour se repiten, una y otra vez, esos diez kilómetros. Esta exigencia del ciclismo moderno de dictar gloria o fracaso en un puñado de segundos es la que ha llevado a equipos, corredores y patrocinadores a apostar por la rapidez y la fiabilidad. Todo para ganarle segundos a Cronos, dios griego del tiempo, entidad severa que no entiende de días malos.
La creciente importancia de la precisión en el ciclismo exige que los organizadores de las pruebas confíen la vital tarea de medir el tiempo a grandes firmas relojeras. Tissot, la marca suiza de cronógrafos, es desde 2016 la cronometradora oficial del Tour (ya lo fue, por ejemplo, en 1988, cuando Perico Delgado entró de amarillo en los Campos Elíseos). Para esta casa relojera, nacida en la pintoresca localidad de Le Locle en el siglo XIX, el Tour es un banco de pruebas extraordinario: la competición donde experimentar nuevas tecnologías, demostrar sus cualidades y mostrar sus nuevas creaciones.
Pocos escaparates mejores que el Tour para innovar dentro de la tradición, si bien Tissot ha ido con los años ampliando su presencia a otras grandes rondas por etapas del calendario ciclista internacional. La Vuelta a España, las pruebas del mundial de la UCI, clásicas como la París-Roubaix, la Flecha Valona, la París-Niza o la Lieja-Bastogne-Lieja… Un extenso abanico de pruebas (contrarrelojes, etapas de montaña, llegadas al sprint) donde fijar las diferencias entre Froome, Nibali o Quintana, los ídolos del momento.
Transponedores y fotocélulas
Todo en el ciclismo ha cambiado: las bicis, los equipos, la preparación de los deportistas… y los sistemas de medición. Lo que antes se hacía de forma manual, con el inevitable margen de error, es hoy coto vedado de la tecnología. Aunque Tissot sigue contando con observadores humanos, que verifican los resultados, el proceso de fijación de tiempos se lleva a cabo con complejos sistemas de precisión. El aficionado no lo ve, pero las bicicletas de los corredores están repletas de sensores. Vienen equipadas con transponedores –un aparato que emite una señal única que se activa y pone en contacto con la sala de control cuando el corredor está a 50 metros de la meta– y perfectamente equipadas para ser monitorizadas por ordenador. Para las etapas de contrarreloj se usan células fotoeléctricas, para las etapas normales con salida en grupo, la foto finish, capaz de capturar hasta 1000 fotogramas por segundo. Solo mediante este despliegue se puede asegurar que cada esfuerzo tendrá su justa recompensa, y los sufridos corredores el ansiado favor de Cronos.
[Este artículo forma parte de la edición impresa del número 25 de Ciclosfera. Lee el número completo aquí]