Es lunes. Como cada mañana, Esteban sale a la calle con su bicicleta. Al igual que muchos sevillanos, este músico de 32 años, integrante de la banda The Baltic Sea, es firme partidario de las dos ruedas. “Es el medio de transporte perfecto; no pierdes el tiempo que se te va aparcando si te mueves en coche, y vas mucho más deprisa que andando”.
La siempre soleada Sevilla hace la travesía mucho más placentera. El clima, unido a la ausencia casi total de cuestas, convierte a la ciudad andaluza en una de las más idóneas para moverse en bici. No en vano, la capital hispalense es una de las ciudades españolas que más decididamente han apostado por su uso en los últimos años: se ha puesto en marcha un servicio público de alquiler, Sevici, se han construído 120 km de vías ciclistas y se ha impulsado una ordenanza municipal en la que la bicicleta tiene un papel protagonista.
Incluso la prestigiosa web de viajes Lonely Planet le dedicó recientemente un reportaje en el que la calificaba de ciudad verde, limpia y respirable, y en el que se hacía eco de la buena acogida por parte de los sevillanos del medio de transporte más ecológico que existe. Pero no todo es de color de rosa, y queda mucho por hacer a golpe de pedal. “No hay tradición ciclista en Sevilla”, apunta Esteban. “Existe una absoluta falta de respeto por parte de los conductores, y aún es fácil encontrarse con situaciones en las que no somos capaces de ponernos de acuerdo y compartir el espacio con sentido común. Pero estamos mejorando”.
“Existe una absoluta falta de respeto por parte de los conductores”
La capital: un reto diario
A unos 530 kilómetros de Sevilla, en Madrid, Tita, psicóloga de 29 años, se enfrenta a un reto aún mayor que el de Esteban: sortear el caótico tráfico de una de las capitales europeas que menos han hecho por promover el uso de la bicicleta, más allá del muy publicitado anillo verde, situado a las afueras, y los contados carriles bici del casco urbano. “Madrid es una selva”, asegura. “Además de la contaminación asfixiante y las pocas infraestructuras, el volumen de coches puede llega a ser insoportable”. Pero Tita está acostumbrada: “Hace tiempo que le perdí el miedo a circular por sus calles. Empecé porque quería hacer un poco de ejercicio y ahorrar dinero en abono transportes, ya que tampoco tengo carné, y ahora voy en bici a todas partes”, cuenta.
Como muchos otros ciclistas madrileños, Tita domina a la perfección el arte de planificar sus rutas escogiendo las calles más tranquilas y menos congestionadas. “Al principio sólo me movía por aceras grandes, pero acabas molestando a la gente. Poco a poco empecé a establecer itinerarios por las zonas con menos tráfico”. Esa es, quizá, la mejor manera de llegar sano y salvo en una ciudad en la que, por si fuera poco, el desnivel no ayuda. Y es que usar la bici en Madrid implica, a menudo, llegar sudado al destino. Tita es positiva al respecto: “No es para tanto. Las subidas se hacen duras, pero después siempre viene una agradecida cuesta abajo”.
De India a la Malvarrosa
A sus 38 primaveras, Rafa ha recorrido los lugares más remotos de la Tierra. Su trabajo como periodista y fotógrafo le ha llevado a vivir en India, Berlín, Marruecos o Nepal. Y allá donde han pisado sus pies, se ha movido en bicicleta, un medio de transporte que lleva usando desde que era un niño. A su regreso a Valencia, su ciudad natal, se ha encontrado una ciudad cambiada: la bicicleta se está abriendo camino a pasos agigantados.
“La respuesta de la gente al servicio de alquiler de bicicletas, Valenbici, ha superado todas las previsiones del Ayuntamiento”, cuenta entusiasta. “Muchísima gente se ha animado, y hay bicis en cada esquina”. El precio del abono al servicio -17 euros, el más económico de España– ha contribuído a ello de manera decisiva. Pero como en tantos otros lugares, la actitud de los conductores no ayuda. “En Valencia se conduce al modo africano”, apunta con sorna. “Te hacen pirulas a cada instante”. Por si fuera poco, el Ayuntamiento multa a los ciclistas con entre 200 y 700 euros si les sorprende circulando por la acera, lo que ha levantado una agria polémica entre una comunidad ciclista que lamenta, además, que la puesta en marcha de Valenbici no haya venido acompañada de un incremento de los carriles bici en la ciudad del Turia.
Pedaleando Rambla abajo
Barcelona puede presumir de pionera. Fue la primera en importar un servicio público de alquiler de bicicletas, el muy popular Bicing, en 2007. Juana, profesora de 49 años, activista de ATTAC y ciclista desde hace un cuarto de siglo, comenzó a usarlo desde el principio, pero acabó por desencantarse. “Cuando se puso en marcha, la iniciativa me pareció excelente y durante el primer año me inscribí al programa, pero cuando lo probé me decepcioné. Primero porque el diseño del bastidor y la anchura del manillar de brazo a brazo no me resultan cómodos y voy con miedo. Después por el estado en el que a veces se encuentran las bicicletas. Y por último porque el sistema a veces falla y parece que te adjudican una bicicleta que después no está operativa”.
Hoy, Juana sigue moviéndose a diario por Barcelona, eso sí, con su propia bicicleta. “Poder pasear a la orilla del mar o dentro de un parque es una gran motivación”, apunta. Eso sí, a lo largo de todos estos años no ha faltado algún susto que otro. “Me han robado la bici tres veces, una de ellas el mismo día que la estrenaba, y he tenido varias caídas: una en la Gran Vía provocada por un taxista, que abrió su puerta sin mirar quién venía y ni siquiera se preocupó por mí, y otra que me embistió una moto que aceleró sin que el semáforo estuviera aún verde”.
A pesar de todo, Juana es una entusiasta defensora del uso de la bicicleta en la ciudad. “Es un objeto bellísimo que además sirve como medio de transporte y para hacer ejercicio: aunque estoy a punto de cumplir los 50, parezco más joven gracias a la bicicleta. Y además, pedaleando se te van las penas”.
En bici por la Concha
A pesar del desnivel de los barrios altos de la ciudad, San Sebastián es, por tamaño y belleza, una delicia para el ciclista. Conscientes de ello, cada vez son más los donostiarras que se pasan a las dos ruedas. “En el último año ha habido un gran salto: hemos pasado de 12.000 a 17.000 ciclistas”, cuenta Higinio, maestro jubilado de 62 años y miembro de Kalapie, la asociación de ciclistas de la ciudad. Una vez al mes, sus miembros se reúnen con el Ayuntamiento para transmitirles las sugerencias, quejas y reivindicaciones del colectivo ciclista.
El objetivo es ambicioso: San Sebastián pretende llegar a 2016, año en que será capital europea de la cultura, con 27.000 ciclistas (ahora mismo hay 10.000 menos). Pero más allá del prometedor futuro, el presente invita al optimismo: “La ciudad dispone de una red de bidegorris (carriles bici) bastante amplia y segura que te permite recorrerla en poco tiempo”, cuenta Higinio. “Las zonas 30 (donde los coches no pueden superar dicha velocidad) son cada vez más numerosas, disponemos de 6.000 aparcamientos de bicicletas y, sobre todo, hay un deseo por parte de los ciudadanos de seguir utilizando la bicicleta para sus actividades diarias”.
Como tantos otros, Higinio lo tiene claro: la situación económica, más que un problema, es una oportunidad. “En tiempos de crisis la bicicleta debe jugar un papel cada vez más importante”, afirma. Debemos sustituir estilos de vida basados en un consumo excesivo de energías contaminantes por los transporte, que son baratos y no contaminan”. ¿Más ventajas? “Comodidad, libertad, salud… y felicidad”.