Viajes, literatura, mujeres. Con estos tres mimbres, mezclados con entusiasmo y un poquito de inconsciencia, nació en 2007 la web Mujeres Viajeras, que aspiraba a promover y difundir historias de mujeres de todo el mundo. Años después el proyecto saltó al mundo editorial creándose Ediciones Casiopea, sello que publica libros sobre mujeres de todo tipo pero, muchas veces, relacionadas con viajes.
El libro recuerda las hazañas de mujeres que, en bicicleta, moto o coche, desafiaron las convenciones de su época
Pilar Tejera, editora de Ediciones Casiopea, tiene varios títulos en su haber. En 2011, por ejemplo, publicó Viajeras de leyenda, donde repasaba la historia de mujeres victorianas que, enfrentándose a las convenciones, el machismo o, simplemente, las propias dificultades del viaje recorrieron el mundo. Dos años después, en 2013, Tejera se fijó en las ciclistas a través de Pedaleando el mundo, que recopilaba las peripecias de treinta cicloaventureras. Ahora todas estas pasiones, historia, femineidad y bicicletas, se dan la mano en Reinas de la carretera (Ed. Casiopea, 16€), donde se recuerdan las hazañas de mujeres que, sobre bicicletas, motos o coches, desafiaron las convenciones de su época.
Teteras y manillares
“Llevo mucho tiempo estudiando a esas mujeres del s.XIX”, cuenta Pilar Tejera, “y al almacenar tanto material me di cuenta de lo interesante que podía ser explorar su relación con esos medios de transporte, lo importantes que habían sido para tratar de cambiar las cosas. La bicicleta, por ejemplo, fue fundamental para que las sufragistas exigieran el derecho a voto, pero también para acabar con la moda victoriana. El simple hecho de que fuesen capaces de pedalear como un hombre ya las arrebataba esa presunta fragilidad, esa indefensión de la que los hombres se aprovechaban. Esas y otras muchas cosas daban como resultado un libro muy divertido, repleto de curiosidades y anécdotas, que más que denunciar injusticias nos transportara a otra época, en blanco y negro, donde pasaban cosas peores y mejores y desde luego se vivía a un ritmo muy distinto”.
Así es: en la primera parte del libro, llamada Una tetera en el manillar, Tejera resume con mucha brevedad la historia de, entre otras muchas, Amelia Bloomer, María E. Ward o Susan B. Anthony. A la primera, por ejemplo, le debemos la popularización de los pantalones femeninos, que evitaban tener que pedalear con largas, incómodas y peligrosas faldas. La segunda, Ward, publicó en 1886 el legendario Bicycling for Ladies, un libro donde se atrevía a ofrecer consejos teóricos y prácticos para ciclistas novatas. De la activista Susan B. Anthony hay mucho escrito: sin ir más lejos, es la autora de una de las frases ciclistas más citadas en la historia: “Déjeme decirle lo que pienso del ciclismo”, se atrevía a declarar en 1896, “creo que ha hecho más por emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo, Disfruto cada vez que veo a una mujer sobre ruedas. Le confiere una deliciosa sensación de libertad y autonomía”.
Una fuerza arrolladora
“Todas las mujeres del libro”, asegura su autora, “son inconformistas y dueñas de una perseverancia y una fuerza arrolladoras. Para ellas, la bici es un símbolo de igualdad y de lucha. Un vehículo para enfrentarse a los estamentos sociales. Porque, igual que les vetaban pedalear o las obligaban a vestirse de una forma determinada, también las prohibían votar, divorciarse o, sencillamente, vivir como las pareciera”.
¿Y por qué la bicicleta, en concreto, se transformó en símbolo y al mismo tiempo herramienta para ese empoderamiento de la mujer? Tejera lo ve claro: para empezar, por algo tan sencillo como facilitarlas ser libres. “Las bicis eran muy populares, estaban al alcance de su mano, pero al mismo tiempo las permitía escapar de controles y vigilancias. Podían ver a alguien antes de que las obligasen a ir acompañadas. Es difícil comprenderlo ahora, pero el simple hecho de poder ir solas a determinados sitios, de ir por sí mismas a trabajar, lo cambiaba todo”. Para Tejera, “la independencia que te da una bicicleta simboliza el acceso de la mujer a un mundo, hasta entonces, prohibido. Abría la puerta a viajar, a reunirse, a intercambiar ideas en concentraciones o exigir derechos comunes en una manifestación. Por eso fue tan odiada. Que gracias a una bicicleta la mujer accediera a todo eso, y que encima fuese a través de una máquina sobre la que apoyaba sus partes y pedaleaba con las piernas abiertas no podía ser más que considerado un escándalo”.