"Así eran las cosas en aquellos tiempos. Y un día ocurrió que una mañana de verano vi a un grupo de jóvenes urbanos, alegres y modernos, montados en bicicletas de colores y vestidos también ellos con camisas y pantalones de colores, con redes de colores cubriendo las ruedas traseras, haciendo travesuras, pedaleando sin sustancia, como si montar en bicicleta fuese solo un juego, un pasatiempo de muchachos.
Había también muchachas bellísimas con faldas claras y zapatillas deportivas. Fue una visión fugaz, y enseguida sus gritos y sus risas se perdieron en la distancia. Y yo me quedé allí, boquiabierto, embobado, sin saber aún que aquella era una de esas experiencias esenciales que todos tenemos en la vida, porque en ese momento descubrí que, además de las bicicletas laborales, existían también las bicicletas recreativas, el viajar sin ton ni son, el hacer del viaje un capricho, una niñería, y creo que ahí, en ese instante, concluyó de golpe mi primera infancia y comenzó la otra, esa otra edad donde lo legendario mezcla sus aguas con las de la razón, sombras y luces formando el claroscuro que ya no nos abandonará hasta el fin de los días".
(Luis Landero, ‘Una visión fugaz’, 2013)