Estudió fisioterapia, pero pronto lo dejó y se fue a vivir a Barcelona. Sobrevivió repartiendo por la calle folletos de un restaurante y, tras miles de horas a la intemperie, se dio cuenta de que estaba rodeado de cosas que merecían recordarse. “No había hecho una foto en mi vida”, reconoce ahora Paolo Martelli, “pero me compré una cámara y empecé”.
Un año y medio después le hablaron del velódromo de Horta, un templo del ciclismo al norte de la ciudad donde coincidió, por casualidad, con el equipo paralímpico español. Les pidió permiso para fotografiarles y, al día siguiente, ya era parte de la familia. “Poco después”, recuerda Martelli, “seleccioné unas cuantas fotos y se las mandé a la revista Roleur. Eran raras, pero les encantaron y empezamos a colaborar”. Mientras le robaban en su casa esa primera cámara usó la analógica de su padre, compró dos o tres máquinas más y, en el camino, pulió su estilo. “No sé casi nada de técnica”, asegura, “porque no he estudiado fotografía. Pero me adapto a lo que tengo y no me pongo pijotero con nada”.
Cuestión de sensibilidad
Sus fotos son, en su opinión, “limpias, sin cosas innecesarias”. Pero también dueñas de una expresividad bestial, como denota su trabajo como fotógrafo oficial de L’Eroica y Eroica Hispania. “Me encantan esos retratos”, explica, “porque forman parte de las emociones que se viven ahí, porque reflejan que esas personas están viviéndolo con pasión”. Las emociones, desde luego, son parte fundamental en su obra: “Sí, soy sensible. Muchas de mis mejores fotos las hice en momentos difíciles, cuando trabajaba de noche, casi no dormía y salir con la cámara era lo que me salvaba la vida”.
Ahora, aunque con dificultades (“sobrevivir como fotógrafo es un puto drama”, reconoce riendo), vive de esas mismas fotos. Algo en lo que fue muy importante Willy Mulonia, creador de Eroica Hispania y Mongolia Bike Challenge y su descubridor. “Buscaba un fotógrafo para Mongolia y otro paisano, Mattia Paganotti (creador de Legor Cicli y, como Mulonia y Martelli, de Brescia), me habló de Paolo. Cuando vi tres o cuatro fotos suyas supe que no tenía que buscar más”. Un reto apasionante pero, desde luego, también exigente. “La Mongolia es una aventura total”, dice Martelli. “Tienes que llevar el mínimo equipaje y, antes que en las fotos, tienes que preocuparte de no congelarte de noche o salvar la cámara del agua. Descargas las fotos de madrugada, te rodean insectos que ni sabías que existían, en la tienda oyes aullar a los lobos… ¡Es genial!”
Dureza y poesía
“Lo que más me gusta de las fotos de Paolo es cómo transmite la intimidad de un evento”, asegura Willy Mulonia. “La Mongolia Bike Challenge es dura, por supuesto, pero él transmite otra cosa: la belleza que nos rodea, la poesía del ambiente en el que trabajamos”. Un trabajo que, reconoce este organizador de aventuras ciclistas extremas, es complicado. “Claro que conlleva mucha fatiga física y emocional, momentos de tensión, pero Paolo y su cámara siempre están donde tienen que estar. Me fío ciegamente de él, y nunca le pido un tipo determinado de imágenes porque sé que, además, no se repite. Cuando vas tres veces seguidas a una carrera puedes volver con las mismas fotos de siempre, pero él siempre busca y encuentra cosas nuevas”.
¿La receta de la genialidad? “Sensibilidad, paciencia y entrenamiento”
¿Y qué necesita un fotógrafo para no cansarse, para seguir tocando, en cada instantánea, la genialidad? “Sensibilidad, paciencia y entrenamiento”, responde en el acto Martelli. “Cuando empecé a hacer fotos cogía a diario un tren y me iba fuera de Barcelona, para volver caminando y haciendo fotos, cinco o seis horas, hasta llegar a mi casa”. Eso y, sin duda, tener un olfato especial. “Lo fundamental es estar ahí. Si cubres un evento de bicis debes seguirlo sobre una bici, y no en coche. Si estás muy cerca de lo que está pasando, si sientes lo mismo que la persona a la que fotografías, medio trabajo está hecho. Cada segundo se generan imágenes espectaculares, pero el 99% se pierden porque no estamos ahí”.