“La magnificencia del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. Con esta contundente sentencia, el escritor y poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti plasmó sobre el papel, en 1908, el manifiesto fundacional del futurismo, la primera vanguardia italiana del siglo XX. Un movimiento controvertido por su estrecho vínculo con el fascismo italiano, del que serviría como base e inspiración. Pero también una vanguardia que dejó como legado no pocas obras con la bicicleta como leitmotiv.
Los futuristas se sintieron fascinados por el movimiento. Y aunque su principal foco se puso en el coche (“Un automóvil que ruge es más bello que la Victoria de Samotracia”, llegó a decir Marinetti en el citado manifiesto), no fueron pocos los futuristas que también admiraron la fuerza expresiva que emana de una bicicleta y su indisoluble y mágica unión con el cuerpo humano. Artistas como Enzo Benedetto, Luigi Enrico Colombo, Fortunato Depero, Gerardo Dottori, Mario Sironii o Umberto Boccioni se inspiraron en aquella prodigiosa máquina que permitía desplazarse velozmente para plasmar sus líneas en diversas obras. Una oda al progreso.
“Todo se mueve, todo gira rápidamente”, apuntaba el Manifiesto de los pintores futuristas, publicado un año después de documento de Marinetti. “Una figura nunca es estable frente a nosotros, sino que aparece y desaparece sin cesar. Debido a la persistencia de la imagen en la retina del ojo, las cosas en movimiento se multiplican en el espacio, se deforman, se persiguen, como vibraciones”. Atributos, todos ellos, que los futuristas encontraron representados en la bicicleta.
Provocación y vanguardia
“Como señaló Robert Hughes, Marinetti, ideólogo del futurismo, fue el primer agente provocador internacional del arte moderno”, reflexiona Alfredo Palacios, Doctor en Bellas Artes y profesor del Centro Universitario Cardenal Cisneros, en Alcalá de Henares (Madrid). “Más allá de ese papel provocador, y que derivó posteriormente en demagogia fascista, los futuristas en su voluntad de experimentación tuvieron una enorme influencia en gran parte de las vanguardias y del arte que estaba por venir, desde la pintura al teatro, la poesía, el arte sonoro o la performance”.
Hay quien hace hincapié en el citado lado oscuro del futurismo. Rafa Doctor, comisario de arte y ex director del Centro Andaluz de Fotografía, es contundente al respecto. “Considero que los futuristas no deberían haber entrado en la historia del arte”, sostiene. “Tenían una falta absoluta de ética: eran una panda de fascistas y estuvieron muy comprometidos con la causa. Muchos de ellos tienen una historia muy negra a sus espaldas. Que parte del sistema los haya aceptado como vanguardia da buena cuenta de lo podrido que está el sistema, y creo que una de las formas de que no existan es no darles voz”, apunta. Para Doctor, el interés de los futuristas por la bicicleta pasa exclusivamente por su fijación “con todo lo que tuviera que ver con la máquina y, en concreto, con el hombre máquina”.
Palacios reflexiona al respecto. “Visto desde nuestros días, el ideario del futurismo, con su amor por la máquina y la tecnología y la exaltación febril de su poder transformador, sumado al elogio de la violencia y la masculinidad, son una triste representación del lado más destructor de la modernidad, aquel que nos ha conducido al estado actual de cosas en la relación ser humano con la naturaleza”, explica.
“Como en todos estos movimientos centrados en la provocación, queda margen para valorar cuánto había de convicción y cuánto de intención provocadora”, añade Palacios. “Por ejemplo, Marinetti en sus manifiestos parecía mantener una postura claramente misógina, mientras que él mismo dio apoyo a gran cantidad de mujeres poetas en su revista Poesía”.
Ya fuera un movimiento que merece ser considerado menor o una influencia de importancia más que destacable en la historia del arte, lo cierto es que las obras del futurismo han quedado ahí, congeladas en el tiempo a pesar de su fijación por la velocidad y el movimiento, como testigos fieles de una época convulsa, también en el arte, que darían paso a los años más terribles del pasado siglo.