“En la ciudad, el deporte de las dos ruedas, sobre el ejercicio en sí, encerraba para un niño un singular atractivo: no dejarse cazar. Nos lanzábamos a tumba abierta en cuanto divisábamos un agente, doblábamos las esquinas como suicidas, de modo que cuando el guardia quería reaccionar ya estábamos a mil leguas”.
Mi querida bicicleta, publicado en 1988, es también el tercero de los relatos que conforman Mi vida al aire libre (1989). El escritor Miguel Delibes (1920-2010) dedicó su particular oda al placer de pedalear. Con su estilo, Delibes rememoraba la libertad que le proporcionó la bicicleta en su niñez, un vehículo perfecto para un tiempo mágico e irrepetible.
Aunque Mi querida bicicleta es su más recordada incursión en el ciclismo, no es la única prueba del papel esencial que la bicicleta jugó en su vida. Durante su juventud el autor veraneaba en Molledo (localidad cántabra que inspiró, por ejemplo, su novela El Camino) y su novia, Ángeles de Castro, en Sedano (Burgos). Les separaban unos 100 kilómetros, todo un trecho en aquella época pero no lo suficiente como para que Delibes no intentara hacerlos, sobre una bici, para reunirse con el amor de su vida.
De piernas y corazón
Salió un miércoles al amanecer, en el verano de 1941, y al llegar varias horas después se sintió el rey del mundo. “La bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades y cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas”, recordaría después. “Dos seres enamorados, separados y sin dinero, lo tenían muy difícil en 1941. ¿Cómo encontrarnos? El transporte además de caro era muy complicado: ferrocarril y autocares, con dos o tres transbordos en el trayecto. Los ahorros, si daban para pagar el viaje, no daban para pagar el alojamiento. ¿Qué hacer?”, se preguntaba Delibes. “Pensé en la bicicleta, que no ocasionaba otro gasto más que el de mis músculos. De modo que le puse a mi novia un telegrama en el que anunciaba mi llegada, en bicicleta, el miércoles por la tarde”. Y así lo hizo.
“La bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades y cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas”
La ruta, que Delibes realizó en su vieja montura azul (“pesaba como un muerto”, diría después), no era sencilla. Exigía superar repechos como el alto de Reinosa, con un desnivel del 9%, pero Delibes era buen escalador. Además, tenía un truco: fingir que le costaba poco. “El que acertaba a fastidiarse sin poner cara de fastidio”, decía el escritor sobre el ciclismo, “ése era el rey de la montaña”.
Aquel Delibes enamorado encaró también el alto de Carrales (1020 metros), las hoces del Alto Ebro y, finalmente, la ansiada Sedano, donde perviven los establecimientos donde se alojó la joven pareja (él en Casa de los Peña; ella en el palacio de los Bustillo). También siguen en pie las tres casas que compró el escritor y que, en 2009, se convertirían en el Centro de Interpretación Miguel Delibes.
Miguel y Ángeles se casaron en 1946. Vivieron casi tres décadas de matrimonio, con siete hijos en común. Delibes escribió obras como La sombra del ciprés es alargada (1947), el citado El Camino (1950),* Mi idolatrado hijo Sisí* (1953), Las ratas (1962) o Cinco horas con Mario (1966). La abrupta muerte de Ángeles, en 1974, le sumió en una profunda depresión, pese a lo que escribió clásicos como Los santos inocentes (1981) o El hereje (1988).
La vieja bicicleta azul quedó muy atrás, pero no su simbolismo. Un año después de la muerte del escritor, en 2010, sus hijos y nietos comenzaron una hermosa tradición: recorrer pedaleando, cada verano, aquellos 100 kilómetros en homenaje a Ángeles y Miguel. Así lo han hecho desde entonces y, seguro, así lo seguirán haciendo durante muchísimo tiempo.
¿Pedales en los genes? (por Miguel Delibes de Castro)
En 1888 se celebró en el Campo Grande de Valladolid una carrera de velocípedos. Quedó en segundo lugar, con 80 pesetas de premio, Luis Delibes, tío carnal de Miguel Delibes. Por otro lado una vieja foto, datada en 1896, refleja la salida en la misma ciudad, desde la calle de Las Angustias, de una excursión ciclista a Venta de Baños, distante unos 40 km, organizada por la Unión Velocípeda Española. Entre la decena de intrépidos ciclistas se advierte a mi abuelo Adolfo Delibes: faltaba casi un cuarto de siglo para que naciera su hijo Miguel, mi padre.
¿Se heredan ciertos hábitos y predisposiciones o son resultado de la educación recibida? Miguel Delibes siempre alardeó de que su afición al campo y a la caza, a la bicicleta y al deporte en general, provino de la “educación francesa” que impartía su padre (que a su vez él había recibido de su abuelo, francés de origen), y en la que era imperioso andar en bici a los siete u ocho años. Por eso Miguel Delibes siempre montó en bicicleta, siguió con pasión las grandes carreras y nos contó las hazañas de Mariano Cañardo, Vicente Trueba (la ‘Pulga de Torrelavega’) o el pobre Francisco Cepeda, fallecido en una etapa del Tour.
Miguel Delibes murió en marzo de 2010. Al verano siguiente, como homenaje pero también para consolarnos, organizamos la primera marcha familiar en bici desde Sedano a Molledo. Lo llamamos Clásica MAX, pues en los años cuarenta así firmaba Delibes sus caricaturas: M de Miguel, A de Ángeles, y X para designar lo que pudiera venir. A día de hoy seguimos celebrando la Clásica y el próximo verano, si nada se tuerce, hará su estreno sobre la bici Guillermo Delibes, ansioso por homenajear a su “bisa”. Habrá pasado siglo y cuarto desde que el tatarabuelo de Guille, junto a su hermano Luis, surcaran en velocípedo las rutas castellanas. Y poco más de 75 años de que su bisabuelo Miguel, enamorado, recorriera en bici ese mismo camino. Dicha continuidad… ¿será debida a la “educación francesa” o llevarán pedales los genes Delibes?