Cuenta la leyenda que, perseguido por los bandidos, el Conde de Ghisallo invocó desesperadamente la protección de la Virgen María, a quien prometió construir una iglesia en su honor en la cima de la colina donde buscó refugio en caso de que se salvara. Lo hizo y, en aquel pintoresco rincón de la región italiana de Lombardía, se erige hoy la iglesia de la Madonna del Ghisallo.
“Todo en este museo está impregnado de amor por la bicicleta”, nos cuentan en el Museo de Ghisallo
Ha pasado mucho tiempo desde la construcción de la iglesia, que data del siglo XI. Pero, inspirados por aquella vieja leyenda, los ciclistas que a principios del XX llegaban al santuario tras una dura ascensión también se acostumbraron a pedir protección a la Virgen. Fue así cómo el lugar acabó siendo un centro de peregrinación ciclista, donde reposan viejas monturas sobre las que cabalgaron Fausto Coppi, Gianni Motta o Eddy Merckx. Fue allí también, en 1949, donde el Papa Pío XII le dio a la Madonna del Ghisallo el título de Patrona del Ciclismo.
Amor a la bicicleta
“El museo fue creado en 2006 por Fiorenzo Magni”, explica a Ciclosfera Luciana Rota, responsable de comunicación del lugar, “y exhibe fundamentalmente maillots y bicicletas de campeones de todos los tiempos”. Todo un hito turístico junto al que han florecido variopintos negocios turísticos: “Hay visitas guiadas todos los días, rutas de montaña, carretera y e-bikes o talleres de mecánica”, enumera Rota. “Es uno de los museos ciclistas más visitados, y en él todo está impregnado de amor por la bicicleta”.
El templo es un ejemplo paradigmático de la devoción, casi religiosa, que genera la bicicleta, pero apenas es uno más de los museos ciclistas que surcan el mundo. Desde su invención a cargo del barón alemán Karl Von Drais en 1817, y las posteriores mejoras que introdujeron ingenieros como Kirkpatrick Macmillan, Thomas McCall, Pierre Michaux o John Boyd Dunlop, innumerables modelos de bicicletas han cambiado la forma de moverse de millones de persona, protagonizado competiciones épicas y, en resumen, hecho soñar a ciclistas de varias generaciones. Algunas de esas máquinas todavía relucen en lugares como el Cykel Museum de Aalestrum (Dinamarca), el Bicycle Museum of America de New Bremen (Ohio, EEUU), el Cycle Center de Osaka (Japón) o, uno de los más curiosos, el dedicado a bicicletas extrañas en Golab (Polonia).
Objeto universal
Las puertas del Bicycle Museum of America se abrieron en 1997, cuando gran parte de la colección de bicicletas de la familia Schwinn fue adquirida en una subasta y transportada a New Bremen. Según su coordinadora, Micayla Gray, hablamos “del museo ciclista más completo de Estados Unidos, con unas 800 bicicletas que recorren más de 200 años de historia”. Recorrer sus pasillos implica cruzarse con accesorios, medallas, premios y un considerable archivo, que atraen a más de 6.000 visitantes al año. “Todos ellos encuentran aquí algo muy especial”, dice Gray, “porque además de ver la evolución histórica de la bicicleta pueden rastrear su impacto cultural y social”. En su opinión, la bicicleta es un objeto especialmente hermoso por su carácter “universal”. “Cada visitante tiene una conexión íntima y especial con la bici”, explica esta mujer sonriente y de pelo rubio, “pero a la vez le une la misma pasión y curiosidad que a cualquier otro aficionado”.
“Cada visitante tiene una conexión íntima y especial con la bici”
Aunque coqueto y muy agradable, el Bicycle Museum of America no puede competir en popularidad con Velorama, el único proyecto de este tipo en Holanda y probablemente el museo ciclista más famoso del planeta. Imán turístico de primer nivel y una de las principales fuentes económicas de Nimega, al este del país, Velorama es un encantador edificio que, desde los años 80, acoge la colección particular de Gerjan Moed. Con el paso del tiempo el número de bicis y triciclos fue creciendo y ahora supera las 250 unidades, todos ellos modelos selectos.
El responsable de la tienda barcelonesa El Ciclo BCN, Ramiro Sobral, es uno más de los visitantes enamorados de ese lugar. “Los dueños, una encantadora pareja de ancianos, me enseñaron personalmente la colección”, asegura este enamorado de las bicicletas clásicas que, además, es todo un artista de la restauración. “Creo que es el museo de bicicletas más increíble que existe”, asegura contundente, “no hay ninguno como él”. ¿Por qué? “Por ejemplo”, explica, “por su colección de más de 50 velocípedos. Están en un salón de la tercera planta que reúne infinidad de piezas únicas… ¡Cualquier amante del ciclismo debería darse una vuelta por ahí!”
Perder la cuenta
Es probable que no haga falta ir tan lejos: la colección privada de Agustín de Mingo en Cifuentes (Guadalajara) es una de las más completas de España. Su padre le inculcó la afición a “todo tipo de cacharros con ruedas”, recuerda, y desde hace una década se dedica a recuperar antiguas monturas. “Tengo de todo”, asegura De Mingo, “tanto que he perdido la cuenta. Aquí hay bicis desde los años veinte a la actualidad, pero sólo si se han conservado intactas. Si una bicicleta está repintada, no la compro. Así que aquí hay mucho óxido, pero lo que para algunos es un hierro viejo para mí son pedazos de historia”.
“Tengo de todo. Tanto, que he perdido la cuenta”, explica Agustín de Mingo
Pese a su aspecto, todas las máquinas de De Mingo están listas para rodar, incluso la BSA Path Racer de 1914 que él considera su tesoro más preciado. “En países como Francia”, lamenta, “son más respetuosos con las clásicas, pero aquí se modifica todo. Aunque considera que en los últimos años ha crecido el interés por el coleccionismo sigue considerándolo “relativamente barato, probablemente porque cuenta más la pasión que el dinero”. Una pasión que, por ejemplo, también le sobra a Santiago Revuelta, un exciclista que conserva en San Román de la Llanilla, Santander, más de 300 bicicletas y unos 600 maillots. Una prestigiosa colección que muestra en una nave de 600 metros que, pese a no estar oficialmente abiertos al público, ya han visitado mas de 5.000 personas. “Ingleses, franceses… Los que la ven se quedan maravillados”, asegura, “y algunos dicen que es el mejor museo ciclista que han visto. No lo sé, porque no lo pretendo: todo lo he hecho desde el cariño. Incluso me han ofrecido dinero para ayudarme a conservar la colección, pero no lo acepto: ya me siento pagado con la satisfacción de los que vienen a visitarla”.
Conservar la memoria
Ajenas al paso del tiempo, las bicicletas que ocupan la planta superior de Ciclos Otero, tienda madrileña fundada en 1927, constituyen un auténtico museo en el que recorrer la historia de una de las marcas más laureadas del ciclismo español. “La colección se vio gravemente dañada en los noventa por un atentado y un posterior incendio”, cuenta Rodrigo Otero, nieto del legendario constructor Enrique Otero, “pero seguimos teniendo un tesoro. El museo no sólo ha crecido paulatinamente hasta invadir nuestro local: también se ha adueñado de nuestro trabajo, que ahora se enfoca a la conservación”.
Otero tiene un sueño: la creación de un Museo Nacional de la Bicicleta que se erigiera como “un centro de referencia único donde recuperar la historia, exponiendo de forma permanente piezas emblemáticas y reuniendo aquellas colecciones particulares que tanto cuesta mantener”. Está claro: sólo si el pasado se conserva, recuerda y venera será posible construir un futuro brillante y esperanzador.
Una historia ‘Eroica’
Uno de los rostros más reconocibles del ciclismo clásico, el de Luciano Berruti, dejó de sonreír en 2017. Berruti, imagen de la célebre L’Eroica, moría víctima de un infarto mientras disfrutaba de su gran pasión: montar en bici. “Pedaleó con tanta fuerza que ascendió hasta el cielo”, decía en un comunicado el Museo della Bicicletta de Cosseria, el templo ciclista que él mismo creó en su localidad natal. Un lugar donde, además de los más de 300 maillots y bicicletas de campeones legendarios sigue habitando el inmortal espíritu de un apasionado por los pedales.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #28- Lee el número completo aquí]