1-4-7. 1-4-7. 1-4-7. Así me llamé durante tres años. Fue en Londres, donde aterricé con 26 años tras estudiar Bellas Artes en Madrid y ante la dificultad de ganarme la vida en España. Me aconsejaron trabajar de bicimensajero: tenía algo de experiencia y recorrí, una por una, las mensajerías de ciclistas locales, hasta que me aceptaron en Courier System con la única condición de tener una bici y un callejero. Por suerte, hice la mudanza con mi Zeus de piñón fijo y el callejero sólo me costó 5 libras.
1-4-7 era mi código, mi nombre. Cada mensajero tiene uno propio para evitar confusiones en el canal de radio que compartes con otros 25 ciclistas. Al principio fue estresante: no dominaba Londres ni el idioma y más de una vez me crucé la ciudad en balde, pero desde el principio me enamoró estar en lugares nuevos, siempre en la calle y pedaleando sin descanso. Nueve, diez, once horas al día, cinco días a la semana. A los bicimensajeros les pagan por entregas así que, cuántas más, mejor.
Por la izquierda
Hay unas 10 bicimensajerías en Londres que dan trabajo a unos 400 mensajeros, entre los que destaca el sentimiento de comunidad. Hay días muy duros en los que el agua te cala hasta los huesos desde el primer minuto y tu único pensamiento es tener entregas constantes para no parar, solo, en el frío. Además de un sueldo, conseguí buenos amigos: los polacos Martin (114) y Woitek (141), los italianos Giovanni (106) y Stefano (102), los españoles José (119) y Carlos (105)…
Ni circular por la izquierda ni los automovilistas fueron un problema, porque el ciclismo urbano está bien visto y mucha gente se mueve en bici. Con los taxistas tuve algún “roce” porque están convencidos de su superioridad, pero la mayoría de los accidentes están relacionados con peatones despistados que cruzan por lugares prohibidos, o aparecen del lugar más inesperado mientras miran el teléfono móvil.
Placeres y peligros
De las oficinas de Canary Wharf a South Kensington. De Camden Town a los negocios de Brixton. Del este al oeste, de norte a sur, entregas de todo tipo y a toda velocidad en manos del controlador que te organiza las recogidas y entregas. Llevé de todo en mi mochila: desde documentos comunes en sobres de todos los tamaños a carísimos relojes y joyas, helado, teclados de ordenador o, claro, paquetes muy misteriosos. Era habitual recoger y entregar pasaportes o hasta hacerle las gestiones en una embajada a alguien. No es tan habitual llevar un cheque y que, al ingresarlo en una cuenta del banco, te digan que vale 3 millones y pico de libras (unos cuatro millones de euros)… Pero también me pasó.
A tu ritmo
El ritmo lo marcas tú, cada día es diferente y, en general, no hay prisas, a no ser que el paquete tenga una hora tope de entrega. Tampoco hay demasiados problemas: la peor zona para pedalear es el centro, Mayfair, Oxford Street, Regent Street, Piccadilly, Soho. Mucha gente, autobuses y taxis, pero sobre todo muchos turistas andando sin darse cuenta de que se circula al revés. Al mismo tiempo, el centro es también divertido: está lleno atajos y callejones poco conocidos por los que, seguro, te cruzarás con un compañero. ¿Carriles bici? Los hay por todos lados y bien comunicados, pero yo priorizaba la rapidez. Para los que van sin prisa hay buenas ciclovías junto al río Támesis, que te permiten desplazarte sin peligro y con más tranquilidad, a menos que te cruces con algún despistado sobre las bicicletas públicas conocidas como “Boris Bikes”.
Hace un par de años el ciclismo urbano fue noticia destacada en los medios: hubo una racha terrible en la que, en apenas dos semanas, fallecieron seis ciclistas. Se convirtió en tema de conversación en los bares y se organizaron protestas. Aumentaron los controles policiales, y los agentes empezaron a ocupar las zonas más accidentadas para controlar, sobre todo, el uso de luces, muy importantes en Londres ya que a las 4 de la tarde en invierno es de noche. Una vez me pararon por no llevar la luz trasera: me dieron a elegir entre pagar una multa de 50 libras o asistir a un curso de conducción vial, y elegí la segunda opción. En él nos hablaron de los peligros de la carretera, nos subieron uno por uno a un camión para que comprobáramos lo poco visible que es un ciclista desde un vehículo grande y nos regalaron parches reflectantes, una riñonera y unos útiles silbatos. El objetivo no era recaudar, sino hacernos más conscientes de que nos movemos en el vehículo más vulnerable. Quizá por eso el casco es bastante habitual aquí, porque hay mucha concienciación con el tema y abundan los anuncios callejeros que incitan a protegernos.
De moda
El ciclismo está cada vez más presente en Londres: talleres, bares, cafeterías… Quizás el local más conocido sea Look mum no hands!, un bonito café-bar con taller que organiza desde citas para ciclistas que buscan nuevos amigos hasta exposiciones de fotografía o proyecciones de películas. Otra buena iniciativa es London Bike Kitchen, donde imparten cursos y talleres y hasta te dan herramientas y consejos para arreglarte la bici. Los mensajeros solíamos reunirnos los viernes por la noche en Full City para comentar la semana, bebernos una cerveza y, algunos, organizar carreras. Sí, las famosas “alleycats”, un tema controvertido del que hay que hablar porque es un auténtico fenómeno. Para participar en una hay que conocer muy bien la ciudad, suelen celebrarse cada dos o tres viernes y tienes que estar pendiente para enterarte y participar. En agosto se celebra el festival London Calling, que reúne a mensajeros durante un fin de semana y donde se celebran distintas alleycats, pruebas en velódromo y concursos de habilidades ciclistas.
¿Ha subido en los últimos años el uso de la bici en Londres? Las estadísticas aseguran que sí: un 70% en la última década. El transporte público es muy caro y, para colmo, el autobús es lento y el metro agobiante. Además se ha extendido la creencia (real) de que ir a trabajar pedaleando te hace más sano, eficiente y feliz. En Londres se concibe la bici como un medio de transporte, no sólo como algo recreativo o deportivo, y por ello hay ciclistas de todo tipo: yuppies sobre bicicletas carísimas, chicas sobre preciosas plegables o jóvenes en viejas monturas usadas. La ciudad es estupenda porque apenas hay cuestas, todo gira en torno al río y, aunque sea muy grande, se puede cruzar en una hora. Lo peor, claro, la lluvia, aunque puede combatirse con un buen impermeable, calzado de recambio y muchas ganas, porque a todo te acostumbras.
Segundo hogar
Ahora vivo al este, en Hackney Wick, una zona industrial donde en la última década se han reformado warehouses para convertirlos en lofts que unen estudio y vivienda. Yo estoy en una antigua fábrica de lápices que comparto con otras seis personas: a veces parece un “lugar sin ley”, amplio, abierto y con pinturas murales, pero son casas con espíritu de comunidad y llenas de gente creativa, de muchas nacionalidades e inquietudes de todo tipo. A menudo se organizan fiestas, eventos artísticos o festivales como el Hackney Wicked Open Studios, donde los artistas abren las puertas de sus estudios durante un fin de semana. Por desgracia, la zona está llenándose de nuevos vecinos y el suelo se ha revalorizado, por lo que muchas warehouses son demolidas y sustituidas por edificios de pisos.
Londres tiene fama de cara, pero si tienes un sueldo en libras se puede vivir: yo pago 550 libras (unos 708 euros) y no gasto mucho más porque, entre otras cosas, uso la bici como medio de transporte. Por suerte nunca me la han robado, aunque es frecuente que ocurra: para evitarlo tienes que utilizas un buen candado, no perderla de vista por mucho tiempo y, en el peor de los casos, buscarla en el mercado de Brick Lane, donde es habitual encontrar máquinas robadas.
Londres es grande, abierto y se come muy bien (a veces muy mal). Londres es un microcosmos, un mundo en miniatura con muchos mundos en su interior a rebosar de pueblos unidos y sin fronteras. Londes es el lugar donde se reúne gente de todos lados que va y viene y donde basta con mirar para descubrir, aprender y disfrutar, y si es en bici, mejor.