“Te voy a llamar. Cógelo. Es importante”, dice el mensaje, y cinco minutos después suena mi teléfono. “Estoy en Newark”, dice Gala desde el pueblo inglés donde se celebra la feria de antigüedades más famosa de Europa, “te voy a mandar una foto y me tienes que decir si la quieres o no”.
Silencio. Poco después veo la imagen de una Peugeot color vino, detalles dorados, cambios en la barra inferior y casi 30 años en sus ajadas ruedas. A pesar de su destartalado porte, a ella le parece un tesoro. Busca en Newark muebles, jarrones o sillones para su padre, anticuario, pero lo que encuentra es el regalo perfecto para su amigo Pablo.
“He regateado y me la dejan por 120 libras, ¿es caro?”, pregunta, y poco después tiene en su poder esta Peugeot Touriste XL. Ante las dificultades de facturar la bicicleta desde Newark, Gala convence a unos anticuarios de Alonso Martínez para traerla, junto a su pedido, a Madrid. Una semana después llega con las ruedas pinchadas, las zapatas roídas y los cambios inutilizables: es una belleza rota, una Norma Desmond con pedales. Este modelo, P8 con cambios, fue la apuesta de la marca para mediados de los ochenta: fundada por Jean Pequignot Peugeot a finales del s. XIX como fábrica de ruedas de molino de agua, su vertiente automovilística se consolidó durante la I Guerra Mundial como fabricante de coches y bicicletas.
Tras pagar 20 euros por costes de transporte y atravesar media Europa, la bicicleta llega por fin. Sus tubos de carbolite (“el acero ligero que utilizaba Peugeot para hacer la competencia a Reynolds”, según cuenta el artesano Héctor Muñoz) evidencian el paso del tiempo. Sus cambios chirrian y, a pesar de su elegante perfil, parece vieja, muy vieja. Ahora toca repararla.
Un amigo, Pedro Bravo, me habla de un apasionado por las bicicletas con más de treinta años a sus espaldas: David Iglesias, al frente de Dale Pedales, es el elegido. Desmonta los cambios, forra de cuero el sillín, encinta el manillar, busca unas ruedas nuevas y le instala unos rastrales. “Te la voy a poner fixie por dos razones: para que lo pruebes y porque los platos están muy mal”, y así me la entrega. Las primeras pedaladas son como los primeros besos con alguien que te gusta: nerviosismo, torpeza y, pronto, mucha emoción y placer. Desde entonces, hace casi tres años, todos los días me subo a su sillín. Tres años después de aquella “importante” llamada.