Rinne es una palabra zen. Significa "reencarnación", o "renacimiento", pero es algo más profundo y difícil de explicar. Por resumir, implica que todo sigue girando. Pero eso no significa que no cambie, porque todo cambia constantemente.
Es como una bici: si te fijas sólo en las ruedas, parecen estar paradas, girando en el mismo sitio. Pero, si te fijas en toda la bicicleta, en realidad avanza todo el rato. Eso es Rinne. En el mundo del Zen, el que las cosas cambien todo el tiempo se llama "shogyomujo". Y que todo esté relacionado se llama "engi". Las ruedas de las bicicletas siguen girando. Eso nos permite viajar por el mundo. Y todas, todas las personas del mundo, estamos conectadas.
¿Quién es Tetsuro Ohno? ¿Dónde naciste, dónde vives?
Nací en Sendai, la ciudad más grande de la región japonesa de Tohoku. Es un lugar muy bonito, donde el mar, las montañas y la ciudad están muy juntas, y puedes ver pistas de esquí mientras surfeas y, en medio, contemplar una ciudad con un millón de habitantes. Ahí es donde nací pero, en la actualidad, vivo en Tokio.
Háblanos de tu arte...
Primero diseñé productos, pero, en 2000, empecé a trabajar como ilustrador independiente. Tengo tres estilos artísticos, y para cada uno empleo un nombre distinto: el que se centra en las bicicletas es 'Rinne'.
¿Por qué dibujas?
Lo hago desde que tengo uso de razón: ya en el jardín de infancia recuerdo haber escrito un sueño, en el que de mayor era dibujante. Como me encantaban las máquinas, dibujaba robots, piezas de bicicletas, motos, coches y aviones. Imitaba la obra de Miyazaki. Y, finalmente, logré publicar mi primera ilustración en Cycle Sports, una antigua revista japonesa de bicis. Nunca creí que, casi 40 años después, seguiría dibujando bicicletas y hablando contigo de esto.
¿Cómo te defines? ¿Qué crees que hace distinto tu estilo?
Siempre, haga interiorismo o dibuje el cuadro de una bicicleta, intento transmitir algo. Cuando empecé a dibujar escenarios decorativos, pretendía recrear espacios maravillosos, geniales. Y lo mismo pasa con las bicis: quiero mostrarle a todo el mundo lo chulas y divertidas que son.
¿Qué artistas te gustan más?
Son tantos que me pierdo, pero, por resumir, me encantan los ilustradores de los años sesenta y setenta. Edmond Kiraz, Guido Crepax, René Gruau, Bob Peak, Antonio López, Robert McGinnis y Charles M. Schulz... Cuando soy Rinne, recreo personajes extraídos de dibujos animados de los años 50, 60 y 70. Están flacos, quizá son algo deformes, como lo son, a veces, los cuerpos de los ciclistas. Los ciclistas profesionales tienen troncos fuertes, piernas y glúteos muy desarrollados, pero también espinillas, o brazos, muy delgados. Me gusta exagerar esas diferencias.
¿Cómo nació Rinne?
Es un personaje un poco complejo: una mezcla de los hippies de los sesenta, la Generación Beat anterior, las barbas comunes a todos ellos y el Zen. Todos, todo, tiene relación con las bicis y lo que transmiten: manivelas y ruedas que giran sobre sí mismas y, al mismo tiempo, viajan hacia alguna parte.
Te gustan, mucho, las bicis…
Sí, desde muy pequeño. Recuerdo mi primera excursión: tenía diez años y, con un amigo, subimos una montaña. No era muy alta, pero las bicis pesaban mucho y fue muy divertido. Con 13 años me compré una Fuji Sportif y ascendí muchos puertos por zonas que ni estaban asfaltadas y una tienda de campaña a la espalda. Después colgué la bici un tiempo, pero, cuando nació mi hijo, empecé a montar de nuevo.
Cuando él creció empezó a competir, lo que todavía me dio más ganas de seguir pedaleando. Y, como me da rabia que en Japón la escena ciclista sea minoritaria, se me ocurrió popularizarla a través de mis dibujos. Creo que no lo he conseguido… ¡casi todos mis seguidores son extranjeros, lo que me alegra y demuestra que los valores de la bici son universales! (Risas)
Salgamos a pedalear. ¿Dónde vamos?
Tokio no está demasiado preparada para el ciclismo, y su tamaño tampoco ayuda: puedes pedalear 30 kilómetros y seguir rodeado de edificios. Sin embargo, me gusta ir por las calles del centro, alrededor de la Estación de Tokio y del Palacio Imperial.
También es agradable recorrer la ribera del río Arakawa y del Tama: si circulas despacio, es un placer visitar santuarios y templos. También me gusta meter la bici en el coche e irme lejos, donde haya naturaleza. En Japón se está fomentando el cicloturismo, hay muchas rutas en el campo y suelo ir a la prefectura de Nagano, donde están los llamados Alpes Japoneses.
Japón tiene una bicicleta típica: la ‘mamachari’. ¿Nos explicas cómo son?
Son muy frecuentes, sobre todo en Tokio, y muchas madres las usan para llevar a sus hijos. En mi opinión no están demasiado bien diseñadas y son muy pesadas, pero son bicis de paseo muy utilizadas y, desde que son eléctricas, todavía más.