Lloramos al perder a un ser querido, como también llora la bicicleta que se ha quedado sin dueño. Oxidándose lentamente. Transformada en un objeto sin sentido. Reducida, delgada y simple, a ser la metáfora del esqueleto en el que se ha convertido el que la disfrutaba y mimaba.
Patria, premiada novela de Fernando Aramburu publicada en 2016, no es una historia sobre bicicletas. O sí, un poco, porque las bicicletas son el símbolo de la amistad entre dos de sus protagonistas. Txato y Joxian son dos padres de familia. Viven en un pequeño pueblo del País Vasco, son pareja de mus, comparten tardes de fiesta con sus hijos y mujeres pero, sobre todo, salen a pedalear los domingos, disfrutando con otros amigos (“catorce o quince, los de siempre”).
Orio, Zarauz, Guetaria… Y, tras recorrer la N-634 hasta llegar a Zumaia, “el bar donde les sellarían la tarjeta” y comerán “huevos fritos con jamón, como recompensa al esfuerzo”. Un rito de amistad*, esfuerzo y ciclismo,* hasta que las ruedas de la bici del Txato dejan de girar para siempre. Por el silencio, el miedo, la insolidaridad de sus compañeros de ruta. Por dos tiros en la espalda, al final.
“El Txato colgó la bicicleta”, cuenta Aramburu, en uno de los momentos más tristes de una novela dramática. “La colgó para siempre. La bajó un día al garaje y ahí sigue, sujeta al techo con dos ganchos y cadenas”. Entretenida y maniquea, folletín sobre dos familias vascas separadas por el terrorismo de ETA, Patria es valiosa, desigual y, probablemente, injusta. Pero en ella relucirán, para siempre, Txato y Joxian, felices y libres sobre sus dos bicicletas.