No importa que la conversación transcurra por teléfono, o que en su agenda apenas haya huecos disponibles: al hablar con Edurne Pasabán (Tolosa, 1973) el tiempo parece detenerse, la cercanía es sobrecogedora y, sobre todo, su entusiasmo por el ciclismo se siente desde el primer minuto. Hace 13 años, entró de golpe en la historia como la primera mujer capaz de coronar los 14 'ochomiles' del planeta, pero lo que no todo el mundo sabe es que la bicicleta tuvo bastante que ver.
"Mis padres eran muy de camping", recuerda Edurne rememorando esos veranos cerca de San Sebastián, donde ahora vive, "y recuerdo perfectamente a mi padre corriendo detrás de mí, deslomado, justo después de quitarme los ruedines".
Una experiencia imborrable unida a conceptos básicos en su vida: "Para mí", corrobora, "la bicicleta va unida al descubrimiento de la libertad. A días de verano acampando, a irme con mis amigos después de comer para, sobre nuestras bicicletas, explorar los alrededores hasta que se hacía de noche… Suena a cliché, a capítulo de Verano Azul. ¡Pero es que era así!"
Unas primeras pedaladas que, más tarde, se consolidaron como una herramienta de entrenamiento fundamental: "Me aficioné al triatlón y la bicicleta era la disciplina que mejor se me daba. Ni correr, ni nadar: lo mío es pedalear".
Máximo placer
Ahora, y en cualquier época del año, es habitual ver a Edurne montando en bicicleta por Donosti y sus alrededores. Suele hacerlo junto a su hijo Max, que a sus seis años ya es otro amante de la bici y que la disfruta tanto desde la sillita trasera como bajando cuestas en su propia mountain bike.
Max y Edurne van juntos en bici al colegio, al rocódromo, a la compra o, simplemente, a recorrer las maravillosas playas donostiarras. "Tengo un verdadero parque móvil de bicicletas en casa", confiesa, "donde se reúnen mi bici de paseo de toda la vida, llena de óxido y kilómetros pero muy útil, una de montaña convencional, otra de carretera, otra de paseo eléctrica, las de mi marido, las de mi hijo y, por supuesto, la Liv Amiti E+ con la que me veis en las fotos. La Amiti E+ me ha abierto un nuevo mundo: voy con ella y con mi hijo a todas partes, y también la uso para acercarme hasta la montaña y acceder a la cima a pie. Es una bici muy polivalente, que va de lujo tanto en la ciudad como por pistas. En resumen, ¡sirve para todo!"
Edurne es una convencida de la importancia de la bicicleta para mejorar las ciudades. "Ya no es sólo por sostenibilidad", subraya, "sino por la salud de las personas y, en particular, de los niños. La bici me sirve para disfrutar a diario de San Sebastián: tenemos muchos carriles que pasan por lugares maravillosos, y recorrerlos con Max es uno de mis mejores momentos del día. Respiro el aire fresco, veo el mar, a la gente surfeando… Es perfecto. Lo aprovecho y lo paladeo porque, en cuanto me bajo de la bici y me pongo con otras cosas, ¡a veces el día se transforma en un tormento!"
"Recorrer San Sebastián en bici es uno de los mejores momentos del día" (Edurne Pasabán)
San Sebastián es, en efecto, idílica: una ciudad deslumbrante cuya magia se ve amplificada sobre una bicicleta. Pero, con sus diferencias, la experiencia podría trasladarse a muchos más lugares del mundo. "Las ciudades tienen que darnos la posibilidad de movernos en bici", considera Edurne. "Es una cuestión de diseño urbanístico básico, y de salud y bienestar de los ciudadanos. Si ponemos los medios suficientes, la gente podrá cambiar el chip, y empezar a moverse pedaleando".
La montaña, cerca
Pero, además de sobre ciudades, es obligatorio preguntarle a Edurne por montañas. Porque, aunque hace ya tiempo que dejó de lado los 'ochomiles', sigue organizando expediciones con su familia o amigos, recorridos que para ella pueden parecer modestos pero que, como últimamente, pueden consistir en subir dos picos de 5.000 metros en Nepal junto a madres amigas del colegio.
"De la montaña no te quitas nunca", dice, y establece otro paralelismo. "Cuando subes un puerto pedaleando", comenta, "con mucho calor y kilómetros por delante, también tienes ganas de tirar la toalla. Es humano. Pero te lo has propuesto y aunque las piernas no puedan más y te preguntes qué te ha llevado hasta allí, sigues adelante. Por pura pasión. Y llegas. Claro que llegas. ¿La gran diferencia? ¡Que en bici siempre puedes pararte y llamar por teléfono, y eso en el Himalaya no resulta tan sencillo!"
El miedo
"Ha habido dos momentos en los que he sentido un miedo diferente, que no dominaba", nos cuenta una mujer que se ha asomado al abismo, y que antes de seguir hace una pausa, un silencio, contagiosos. "El primero no fue en la montaña, sino instantes antes de salir a un escenario en el que me esperaban 3.000 personas. Conozco la montaña, es mi medio, sé gestionarla y planificarme, pero mostrarme y hablar delante de tanta gente era algo desconocido para mí".
¿Y el otro? "Dar a luz. Antes del parto tenía un miedo anormal, nunca he sentido algo así. Parir no me generaba miedo: lo que sentía era pánico".
"Ha habido dos momentos en los que he pasado un miedo incontrolable: subirme a un escenario con 3.000 espectadores y el momento del parto de mi hijo Max" (Edurne Pasabán)
El grito de la Naturaleza
"Lo he visto con mis propios ojos", asegura Edurne, "y hay pruebas. Tengo fotos hechas en el mismo lugar, en 1998 y en 2008, y donde antes había glaciares ahora, directamente, no existen. Por supuesto que hay un calentamiento global: varios amigos alpinistas han tenido que dejar su trabajo porque la montaña, literalmente, se cae. Se deshace. Es algo que está pasando delante de nuestras narices".
¿Qué hacer para pararlo? "Todos tenemos que poner nuestro granito de arena", asegura, "pero no se logrará en una sola generación. Tenemos que crear una cultura distinta, una forma de vivir diferente. Tenemos que pensar en conseguir un futuro más sostenible. La realidad y la naturaleza nos gritan sobre lo que está ocurriendo".