Eliza Southwood atiende el teléfono y, al responder, nos regala una primera sorpresa… ¡habla con un marcado acento asturiano! Así es: aunque nacida en Gran Bretaña, Southwood se mudo a los nueve años a España, donde pasó casi toda su juventud. “Cuando se divorció”, explica, “mi madre vino con sus hijos a Asturias para empezar una nueva vida. Nos apuntó a un colegio rural y no nos quedó otro remedio que aprender español en tiempo récord”. Así, entre nostálgica y divertida, Southwood recuerda esos años, una infancia que se prolongó hasta que, a los 18, decidió irse a Italia “a cuidar caballos. Después, al año, volví a mudarme a Glasgow, Escocia, para estudiar la carrera”.
Una infancia ajetreada, donde los cambios se convirtieron en un escenario de juegos más. Conoció la ciudad. Tuvo mucho contacto con la naturaleza. Pero hubo algo que, lejos de desaparecer, crecía: unas inmensas ganas de ser artista. “Siempre lo quise, pero tenía miedo de no poder ganarme la vida así”, reconoce. Un miedo que la llevo a estudiar Arquitectura y, durante más de ocho años, ejercer como tal. “La verdad… Creo que nunca fui una buena arquitecta”, confiesa. “Era estresante, una vida llena de viajes… Difícil de compatibilizar con mi matrimonio, con mis dos hijos. Y así fue hasta que decidí cambiarlo todo… ¡y apostar por mi sueño!”
Cambio de rumbo
Ilustraciones, serigrafías, grabados… Una etapa de formación en la que pronto, entre sus dibujos, empezaron a aparecer las bicicletas. “Siempre me gustaron, desde muy pequeña”, asegura. “Con mi primer sueldo, cuando todavía vivía en Gijón, me compré una Specialized de montaña, que todavía recuerdo con un enorme cariño. Y después, cuando ya estaba casada, mi marido me enganchó a ver las grandes carreras ciclistas por la tele. Y fue ahí, frente a la pantalla, cuando entendí que no ganaba el que más corría, sino el que mejor trabajaba en equipo. Esa pasión, ese espíritu de colaboración, multiplicó mis ganas de seguir dibujando bicicletas”.
Los colores, las carreras, las idas y venidas de los ciclistas captaron una atención que, después, los reproducía sobre el papel a través de obras de inaudita belleza. Southwood se considera a sí misma una persona visual. Y, en su opinión, la bici es la máquina más elegante que una pueda dibujar. “Con ellas siempre hay un contexto. No importa que estén en medio de un paisaje rural, o de una enorme ciudad… Por sí mismas crean toda una escena”.
Sus creaciones eran tan llamativas que, poco después de lanzarse al arte, pudo mostrar sus obras en una primera exposición. Y no fue en cualquier lugar, sino en el “Place to be” ciclista de Londres: Look Mum No Hands, un café-taller en el que se arreglan bicis, se proyectan las grandes carreras ciclistas y, sobre todo, se atiende con enorme cariño a cualquier amante de la bicicleta. “Tuve mucha suerte”, recuerda, “porque una empleada del Museo Victoria & Albert visitó la exposición, le gustó mi obra y el museo me dio algo de dinero para vender una serigrafía en su tienda”. Un primer paso hacia más exposiciones y la explosión, casi a ritmo de sprint, de su carrera. “Antes de la pandemia tenía seis o siete exposiciones al año”, cuenta, “y ahora me limito a vender mis obras a través de mi página web. Pero no se trata solo de dinero: recuerdo que, por ejemplo, hace unos años viajé a Navarra porque quería hacer un dibujo de Miguel Indurain para una etiqueta de vino. Me entrevisté con él e intenté reflejar su personalidad en el dibujo… ¡No tengo ninguna duda, mi vida actual es mucho más interesante que cuando era arquitecta”, asegura entre risas.
Asturian Way Of Life
Una vida que, estos días, transcurre nuevamente en un pequeño pueblo de Asturias, en gran parte debido al covid-19. “Tenía planeado pasar aquí gran parte del año y, de vez en cuando, volver a Londres, pero el Brexit y la pandemia precipitaron los acontecimientos y decidí instalarme aquí con mi familia”. Y, lejos de quejarse, agradece el poder ver burros desde su ventana, hacer sidra artesanal y caerá o pasear sin fin con sus perras. “Me encanta este estilo de vida”, comenta, “he montado el taller en la cuadra y no paro de hacer serigrafías con motivos asturianos. Simplemente, no puedo pedir más”.
O, quizá, sí: un mayor reconocimiento hacia la mujer, tanto en el arte como en toda la sociedad. “Sí, soy feminista de pura cepa, y sigo encontrándome con situaciones que me hacen sentir incómoda”. Así, por ejemplo, recuerda cómo en muchas ferias de arte a las que acudió con su marido la gente se dirigía a él para preguntarle, por ejemplo, por técnicas o estilos. “En todo caso, he tenido mucha suerte. Pero a veces me pregunto si no hubiese sido todo un poco más fácil de haber sido un hombre”.
A alguien que adora dibujar y ver carreras de bicis es obligatorio preguntarle por… sus monturas. Y, como buen amante de la bici, asegura moverse casi siempre pedaleando y tener varias máquinas en casa. “En Londres guardo una vieja bicicleta de carretera, maravillosa, de los años ochenta, además de una Brompton que me regalaron a cambio de una publicidad. Y en Asturias, ahora mismo, utilizo en una bicicleta de carga Riese & Müller recién comprada. Es una pasada: me encanta, por ejemplo, hacer la compra con ella, y subir y bajar por todas las cuestas que me encuentro en mi camino”. ¿Y el coronavirus? ¿Cómo se superará esta cima, al menos en el mundo del arte? “De momento”, asegura, “la única alternativa es Internet. En la Red están pasando cosas continuamente y, pese a la situación, yo no he parado de trabajar y de vender obras. Es cierto que no hay nada como ir a una exposición, y ver las cosas de cerca pero, está claro… Nos va a tocar esperar”.