No había un destino claro ni una duración concreta: más que planes, lo que había era hambre. Hambre de aventura. Hambre de pedalear. "Los sueños están para cumplirlos", sigue repitiendo hoy en día, como un mantra, Blanca Fernández, nacida en Irún y residente en Inglaterra desde hace más de cuatro décadas. Llegó allí joven para estudiar inglés, en los días en los que Margaret Thatcher aplicaba a rajatabla su receta neoliberal. ¿Volverás algún día a vivir en España, Blanca?, le preguntamos. No, asegura. Pero con ella nunca se sabe…
Era un 8 de julio de 2015 cuando, sobre una Surly Long Haul Trucker, Blanca salió de Londres. Cruzó países con nombres exóticos y evocadores: Rumanía y Serbia, Grecia, Turquía, Georgia o Armenia. Y, por fin, llegó a Irán, donde tenía una cita pendiente: conocer el nudo del Pamir, uno de los macizos de alta montaña más imponentes de Asia. "No tenía ni idea de cómo ni cuándo llegaría hasta ahí", confiesa Blanca, "pero sí sabía que el viaje sería largo. ¿Por qué? Porque siempre, al volver de cada viaje, me daba daba cuenta de que no estaba preparada para volver. De que quería seguir. De que necesitaba más".
Blanca también sabía que no sería un viaje tradicional: más que la línea de salida o de meta, lo importante era lo vivido entre ambas. "Lo que importa el camino", asegura, "donde no existe la vida artificial organizada para el viajero. Donde puedes entrar en contacto con lo real, con la gente, con la vida de cada país. Viajar es conocer gente: me gustan los lugares pero, sobre todo, me gusta la gente".
Tras cruzar Pamir atravesó China y llegó a Vietnam, Tailandia, Laos y Camboya. 687 días después, solo la pudo parar el Brexit: sus hijas, que la habían regalado un geolocalizador para saber que seguía rodando, la convencieron de que regresara a Londres para completar unos trámites burocráticos. Y así fue, hasta que, en marzo de 2018, retomó su montura para surcar África arrancando desde El Cairo. Pero ese es otro viaje. Esa es otra historia.
De Asía quedan datos: dos años de viaje, veintidós mil kilómetros recorridos, veintitrés países descubiertos. También recuerdos imborrables, nostalgias, textos escritos a carne viva y fotos que inmortalizan momentos, placeres e intensidad. Y, sobre todo, quedan personas y relatos, necesitados unos de otros primero para construirse y, después, para mantenernos vivos. "Atravesé Capadocia, en Turquía, en enero, cuando las carreteras suelen estar cubiertas de hielo. Me caí varias veces pero llegué hasta Nevşehir, una pequeña ciudad de Anatolia Central bajo una lluvia torrencial. Allí me comuniqué como pude, pero no conseguí nada, hasta acabar en un café repleto de hombres. El día era gélido, hasta que me sirvieron un té humeante y, a duras penas, me explicaron que el albergue que buscaba estaba a unos 30 kilómetros. Era tarde y se me cayó el alma a los pies… ¿Cómo pasaría esa noche? Hablaron en su idioma, discutieron, barajaron alternativas y, por fin, uno se acercó y me dio dinero. Durante todo ese rato organizaron una colecta para pagar un taxi en el que meter mi bicicleta y llegar hasta allí. Todavía me conmuevo cuando lo cuento". Es solo uno de los relatos de Blanca en Asia. Los atesora en un blog. "Ahora África llama", dice en uno de ellos. "Sin plazos. Sin planes. Sin compromisos. Solas yo, mi bici y la carretera".
"Ahora me llama África", dice Blanca. "Sin plazos. Sin planes. Sin compromisos. Solas, yo mi bici y la carretera".
Lo fundamental son... ¡las ganas!
"Cuando empecé a hacer las alforjas para el viaje meti incluso el fregadero de mi casa", recuerda Blanca. "Me pasé horas haciendo y deshaciendo. ¡Llevaba hasta cepillos de dientes de reserva! Ahora que tengo experiencia, puedo aconsejar sin ninguna duda que no hay que llevar tantas cosas, mucho menos las que se pueden comprar en todas partes". A la hora de emprender una aventura en bicicleta que se prolongue por un buen tiempo, está claro que conviene escuchar a una experta. "En un viaje largo es importante llevar una bicicleta lo más simple posible para poder arreglarla donde sea, saber un mínimo de mecánica y meter en las alforjas las cosas que te hacen sentir cómoda y segura. Yo soy muy friolera, así que me resultó imprescindible una buena tienda, cómoda y fácil de montar, y un saco de dormir. En Asia Central y África no hay recambios, eso ya lo sabía antes de partir, por lo que llevé conmigo cadenas, radios, aceite para engrasar la bicicleta, cubiertas y cámaras plegables de repuesto. En la primera parte del viaje, de Londres a Camboya, pinché cinco veces. Y en la parte africana perdí la cuenta... Es obvio que el equipo es importante, pero lo que es de verdad fundamental es el deseo, las ganas de viajar y la decisión de hacerlo con la mente y el corazón abiertos".