Durante décadas, Detroit simbolizó el auge de EE UU y de la industria del coche. Al borde del desguace, es su oportunidad de encarnar una nueva era y un nuevo modo de hacer las cosas.
Henry Ford imaginó el vehículo a motor encima de una bicicleta. Cada mañana cruzaba Detroit a pedales hasta Edison, donde trabajaba como ingeniero, y entre propulsión y pavimento reinventó el transporte. La tecnología ciclista fue clave: el primer automóvil a gasolina era una bicicleta customizada, el ‘Quadricycle’, diseñado con cuatro ruedas, cadena y caja de cambios. A pesar de que el tranvía enlazaba las principales arterias de Detroit y su cuadriciclo se popularizaba entre la aristocracia, Ford continuó serpenteando en bicicleta hasta 1908, cuando presentó el histórico ‘Modelo T’ y comenzó la esquizofrenia automovilística. Bacanal del carburante
Ford democratizó el transporte y demonizó la ciudad. Detroit se convirtió en la bacanal del carburante: su éxito atrajo a pioneros y la ciudad se volvió el Silicon Valley del motor. Los afroamericanos del sur decidieron emigrar al norte atraídos por la excitante industria que empleaba a uno de cada seis estadounidenses, y Detroit fue en los 50 el hogar de dos millones de habitantes. La arquitectura de la ciudad, rebautizada como ‘Motown’, priorizó anchas avenidas para dar cabida a la ingente cantidad de automóviles y llegó a ser conocida como “el París del Medio Oeste”.
Detroit es hoy la segunda ciudad más peligrosa de EE UU, y el 36% de su población es pobre
Hasta que el motor gripó, y no hubo playa bajo los adoquines. La decadencia comenzó cuando la clase media yanqui descubrió los vehículos Made in Japan, la ‘nobleza’ miró a Europa y las empresas trasladaron la industria al extranjero. Fue el preámbulo de una crisis que ha terminado en bancarrota: ahora, el 36% de la población es pobre. La emigración ha reducido los ingresos por impuestos y más de 100.000 edificios están abandonados. La tasa de crímenes se ha disparado y Detroit es la segunda urbe más peligrosa de EE UU. Pero la ciudad no es solo estadística, y la crisis es el motor del cambio. Industrias de tecnología y startups abanderan la mutación de “ciudad-escombro” a “ciudad-futuro”, y el medio de transporte es la bicicleta. “Ha sido una evolución natural. Tras la posesión automovilística, resurge una urbe de tradición ciclista”, asegura J. Fiedler, director de programas de la fundación sin ánimo de lucro Back Alley, que enseña mecánica a jóvenes con bajo poder adquisitivo, potencia el uso de la bici y, sólo este año, ha rescatado de los vertederos mil bicis. Invernadero de negocios ciclistas
Detroit es una utopía incipiente: avenidas anchas, carriles amplios, superficie llana y presencia residual de vehículos. La ciudad se ha montado en bici. Y se ha convertido en un invernadero de negocios a dos ruedas. Es cuna de ingenieros y existe tecnología para pensar un nuevo modelo económico: en una década han surgido fabricantes referente. Shinola diseña exquisiteces, Detroit Bikes combina estilo y precio y Detroit Bicycle Company es ejemplo del cambio incipiente. “No sé si es por el precio del combustible o la bancarrota, per*o la ciudad se ha dado cuenta de que el coche era un mal negocio.* Hemos reaccionado”, explica Zak Pashak, canadiense afincado en Detroit y director de Detroit Bikes.
“Tras la posesión automovilística, resurge una urbe de tradición ciclista”
Los colectivos urbanos han sido otro factor importante, y la organización Detroit Bike City ha sido clave. Los emprendedores J. Hall & Mike MacKool funcionan de engranaje entre transporte y cultura. “Esta ciudad tiene reputación de ser inhabitable”, explica Hall, y ellos intentan cambiar esa percepción a través de Slow Roll: paseos en bicicleta para explorar Detroit. Decenas de personas les siguen cada lunes para redescubrir una ciudad fascinante en horas bajas. En agosto de 1940, la revista Time entrevistó a Ford por su 77 aniversario. ¿Cómo les recibió? Subido en su bicicleta inglesa. Ford reconoció que cada noche, después de la cena, pedaleaba tres millas de Detroit. El inventor del automóvil siempre eligió la bicicleta: fue su profecía final, o una macabra broma final.