En 110 años, desde que fue instalada en la bahía del Puerto de Copenhague, la estatua de la Sirenita, todo un símbolo de la ciudad y de Dinamarca, ha vivido todo tipo de peripecias. Fue decapitada en 1964 (nunca se encontró la cabeza original) y de nuevo en 1998, cubierta con un burka y una túnica del Ku Klux Klan, pintada de blanco, azul, rojo y rosa y hasta derribada con explosivos y arrojada al agua. El 8 de marzo de 2006 amaneció pintada de verde y con un vibrador en la mano. Y, el pasado marzo, le tocó aparecer pintada con los colores de la bandera rusa.
Sin embargo, la escultura del personaje creado por Hans Christian Andersen en 1837 nunca había abandonado su emplazamiento original, junto a las aguas del mar Báltico. Así fue hasta marzo de 2010, cuando una grúa la retiró y la trasladó en barco hasta la lejana Shanghái, donde durante seis meses fue la indiscutible estrella del pabellón danés en la Exposición Universal celebrada en la ciudad asiática.
Dinamarca apabulló a los visitantes de la Expo de Shanghái con un pabellón portentoso, que mostraba hasta la estatua original de la Sirenita.
La Sostenibilidad Hedonista
Tan impactante y discutida mudanza merecía un digno escaparate, por lo que las autoridades danesas decidieron encargar la construcción del pabellón a BIG, el estudio de arquitectura creado y dirigido por Bjarke Ingels. Alto, guapo y joven (nació en Copenhague en 1974, y acumula premios internacionales desde 2009 por algunos de los proyectos más glamourosos del planeta), Ingels es además un personaje mediático (ha impartido charlas TED y clases en las universidades de Harvard, Yale o Columbia) y transgresor, que define su arquitectura como “utópica y pragmática a la vez, capaz de reunir a la perfección lo social, económico y ambiental con un objetivo práctico”.
Para este reto, Ingels apostó por un concepto que define buena parte de su identidad creativa: la Sostenibilidad Hedonista. En otras palabras, y como cuenta él mismo, “una sostenibilidad totalmente nueva, que apuesta por hacer crecer el disfrute humano, frente al concepto protestante de sacrificar la calidad de vida para lograr ser sostenibles”.
Doble elipse
Espléndido en su blancura, sensual en su curvatura, a lo largo de sus 3.000 metros cuadrados el pabellón regalaba a sus visitantes la oportunidad de descubrir y gozar algunas de las grandes virtudes del estilo de vida danés. ¿La primera? Por supuesto, la opción de experimentar, de recorrer la vida, sobre una bicicleta. Por eso existía una doble elipse, un doble recorrido, a pie o pedaleando, a través de parques infantiles y obras de arte, la posibilidad de coronar la visita con un picnic en los jardines de la terraza o, como guinda, sentarse junto a la bahía (¡o hasta bañarse en ella, porque el agua procedía del Báltico y se conservaba a la temperatura original!) para admirar la auténtica Sirenita.
Un carril bici permitía recorrer la instalación, que exhibía algunas virtudes del estilo de vida danés.
Las dos espirales, una exterior y otra interior, recorrían el pabellón. La exterior era un carril bici (pintado de azul, como en Copenhague) que partía de un aparcamiento de bicicletas, donde 1500 máquinas esperaban a los visitantes para recorrer la instalación. La elipse interior, pensada para ir andando, se detenía en la zona de exposiciones, las salas de conferencias y las oficinas. ¿El objetivo? Que los interesados visitaran el pabellón de ambas maneras, de arriba a abajo, para probar la comodidad, eficiencia y placer de ambas formas de transporte.
Pero esta original y saludable forma de recorrer el edificio no era su única particularidad: estructuralmente, hablamos de una gigantesca armadura tubular de acero autoportante, similar al casco de un barco, cuya fachada exterior completamente perforada dejaba entrar la luz del día y creaba una ventilación natural. Además, la estructura monolítica de acero pintado de blanco mantenía fresco el interior, incluso durante el verano de Shanghái, al reflejar la luz del sol. Sorpresa: el de Dinamarca era el único de los más de doscientos pabellones de la Expo que no contaba con aire acondicionado.
Música celestial
Sentada en la piscina de la bahía, en el centro del pabellón, se ubicaba melancólica la Sirenita. No era la única obra de arte: otros artistas como el escultor Jeppe Hein, el fotógrafo Peter Funch o el cineasta Martin De Thurah también exhibían obras, mientras una estructura creada por el chino Ai Weiwei ocupaba el lugar de la Sirenita en Copenhague, proyectando una señal de video en directo con todo lo que ocurría en el pabellón de Shanghai. “El diseño y realización de este trabajo”, explica uno de sus responsables, Finn Norkjaer, “abarcaba un amplio rango de disciplinas. Desde la arquitectura hasta la ingeniería, el diseño lumínico, las instalaciones artísticas o las catas gastronómicas crearon una estructura común, algo que funcionaba como un instrumento musical bien afinado”.
La bicicleta era, pues, medio y fin de toda esa exhibición de placeres. “Como pasa en cualquier ciudad danesa”, concluyen desde BIG, “la mejor forma de moverse por el pabellón era a pie o pedaleando. Algo que permite dos velocidades: una más lenta, para em-paparse y absorberlo todo, y una más dinámica, donde tanto la ciudad como la propia vida urbana desfilan a toda velocidad”.