Fue, durante todo el día de ayer, el tema de conversación entre los madrileños. El Ayuntamiento de la capital imitaba la velocidad en la M-30 y vías adyacentes a 70 kilómetros por hora, como primera fase del plan de contingencia contra la asfixiante contaminación. Este viernes habrá más motivos aún para hablar del tema, dado que el plan se ha elevado al nivel dos: sólo los residentes podrán aparcar en las zonas destinadas a ello situadas en la almendra central. La fase tres contempla restringir la circulación a la mitad de los vehículos (salvo transporte público o escolar, motos, taxis y vehículos de emergencia) teniendo en cuenta si su matrícula es par o impar.
Pero el problema más grave no lo tenemos ahora. Lo tendremos la semana que viene, o la siguiente, cuando empiece a llover y los niveles de contaminación desciendan ligeramente hasta volver a lo que consideramos aceptable. Será entonces cuando volvamos a coger el coche masivamente para todo y el problema vuelva a aparecer, más tarde o más temprano.
No hablamos de aquellos conductores que tienen que desplazarse a 30 o más kilómetros para llegar a su puesto de trabajo, sino de todos esos ciudadanos -según los datos, un nada desdeñable 50%- que no parecen dispuestos a renunciar al vehículo privado para recorrer distancias de apenas tres kilómetros, que podrían ser recorridas perfectamente a pie o en bicicleta. Personas que aún no se han dado cuenta de que, por mucho que quieran correr, la velocidad media de un vehículo a motor en el centro de una ciudad como Madrid no supera los ridículos 9 km/h. Que olvidan que, más allá del tiempo excesivo que lleva hacer un trayecto tan corto, habrán de emplear otro considerable rato en buscar aparcamiento. Y que, al parecer, conceden total prioridad a su egoísmo frente al derecho de todos los demás ciudadanos a respirar un aire limpio.
Las bicicletas deben jugar un papel esencial en el cambio de mentalidad tan necesario que necesitan las grandes ciudades como Madrid. Y para ello necesitamos una apuesta clara y firme por parte de las administraciones públicas que pase no sólo por la inversión en infraestructuras ciclistas, sino también -y muy especialmente- por poner coto al tráfico motorizado que está minando la salud de todos los ciudadanos. No sirve inaugurar a bombo y platillo aceras bici testimoniales y mal diseñadas que quitan espacio al peatón: es necesario llevar las bicis a la calzada, reduciendo el espacio que ocupan de los carriles destinados a los coches, y hacer entender a los conductores que todo ese asfalto que durante décadas han considerado de su propiedad pertenece, en realidad, a todos los ciudadanos.
Peatonalizar grandes áreas urbanas, implementar las áreas de prioridad residencial, fomentar el transporte público y la intermodalidad o limitar la velocidad a 30 km/h en los centros de las ciudades son medidas urgentes que se podrían poner en marcha rápidamente si hubiera voluntad política para hacerlo. Es responsabilidad de todos los ciudadanos, de Madrid y de cualquier otra gran ciudad, exigir a nuestros gobernantes que cambien el chip para que un importante número de ciudadanos puedan también hacerlo. Construir ciudades más amables está en nuestras manos.