Malcolm Wallace nació en California, en una zona en la que no había parques, ser un niño era cualquier cosa menos sencilla y mucha, demasiada gente, iba armada. “Era un barrio muy peligroso”, cuenta ahora a Ciclosfera a través de una videoconferencia, “y mi vida no era muy agradable. Mi padre estaba ausente. No le recuerdo, directamente. Y mi madre trabajaba fuera todo el día, así que no era el típico niño feliz que se pasa el día pedaleando despreocupado”. Es más: no fue hasta los nueve años, cuando todos sus amigos ya sabían montar en bici, cuando él tuvo su primera montura, un modelo bastante barato que le regaló su madre. “Nadie me enseñó a montar”, explica, “así que tuve que aprender a hacerlo yo solo a base de mucha insistencia”.
Fiesta ciclista
Pasaron los años y, como la de cualquiera, su vida experimentó todo tipo de cambios. Así, por ejemplo, dejó el barrio de su infancia para mudarse a la bohemia y vanguardista Oakland, en la bahía de San Francisco, donde encontró trabajo y hasta creó un grupo de hip hop. Pero no fue hasta 2014 cuando, un viernes, toda su existencia empezó a girar de otra forma. “Recuerdo perfectamente esa noche”, nos cuenta. “Empezaba el fin de semana pero yo no estaba de muy buen humor. Me apetecía quedarme en casa, no tenía ganas de salir, pero unos amigos insistieron en que fuera con ellos…. ¡a una fiesta de bicis! Y yo les pregunté, claro, qué era eso de una fiesta de bicis. La verdad: me picó la curiosidad y terminé animándome y, aunque yo no tenía bicicleta, llegué hasta allí en tren”.
Fue entonces cuando aterrizó, por sorpresa, en ese lugar y momento que cambiaron por completo su vida. “Llegué al lugar, comencé a subir unas escaleras y, de pronto… Empecé a alucinar. El sitio estaba lleno de bicicletas, de luces, de colores. Y, por supuesto, también de gente, de todas las edades, razas y sexos. Mis amigos tenían razón: la fiesta era una pasada. Algo completamente distinto a cualquier cosa que yo hubiese visto antes. Y, en el acto, sentí la necesidad de formar parte de ese movimiento y sumarme al grupo. Me tomé la bicicleta mucho más en serio, empecé a moverme pedaleando y toda mi vida cambió”.
La bici hizo a la fotografía
Ese viernes fue el primero de muchos, porque Wallace se convirtió en una presencia fija de esa fiesta: el East Bay Bike Party. Un evento mágico que se celebra cada dos semanas y en el que puedes ver a cientos de ciclistas supurando buenas vibraciones y ganas de pasárselo bien. “Es un evento imprescindible, amiga”, asegura Malcolm. “La gente trae enormes equipos de sonido, hay magníficos DJ’s y, cada vez, se ha transformado en un movimiento global. Además, no había nadie documentando todo lo que se generaba allí, por lo que empecé a hacerlo yo mismo. Me compré una cámara Nikon D50, me puse a practicar sin parar y, poco a poco, aprendí a hacer buenas fotos. ¡Y jamás me lo había pasado tan bien!”.
La decisión fue, sin duda alguna, acertada, y cambió el rumbo de su vida para siempre. Porque, poco después, Wallace dejó su trabajo y, durante los últimos años, la fotografía es su profesión a tiempo completo. Aunque, principalmente, inmortaliza ciclistas, también trabaja cubriendo bodas y otros eventos, hace fotografía comercial para el lanzamiento de distintos productos… “Lo más importante para hacer una buena foto”, asegura, “es la pasión que le pongas, el corazón. Con una cámara en la mano te transformas en un artista, y un artista siempre recibe lo que da. Si logras amar a la gente a la que fotografías, esa pasión traspasará la cámara”. En su opinión, además, es importante conocer a la gente a la que apuntas con tu objetivo. “Mis fotos están hechas desde el cariño, no son simples imágenes de personas desconocidas. Intento convertirme en parte de la escena, y creo que eso se refleja en la foto, haciéndola diferente”.
Mucho ritmo
Porque, y basta con ver su trabajo, las instantáneas de Wallace cuentan historias. En cierto modo, es como salir a la calle, como adentrarse en una película del primer Spike Lee o su admirado Quentin Tarantino. “Antes de hacer una foto”, asegura, “debes tenerla en tu cabeza. No sirve con llegar y disparar. Así lo hacía Tarantino con sus películas: primero reproducía en su cabeza todo lo que iba a suceder, y después lo rodaba”.
La música también corre por las venas de este californiano, que además de apasionado al hip hop es un gran amante del jazz clásico. Unos ritmos de origen afroamericano que, también, se plasman en sus retratos. ”Me gustaría que mis fotos sonaran como antiguos discos de vinilo”, explica. “Cuando las miras te das cuenta de que no son perfectas ni cristalinas. Intento transmitir la misma sensación que uno tiene al escuchar una vieja grabación de jazz”. Una música para bicicletas que, espera, sonará durante mucho más tiempo. “Sé que yo no voy a estar siempre aquí, que el grupo no permanecerá, que las East Bay Bike Party no serán así siempre, llegarán nuevos miembros y, quizá, intereses comerciales que las cambiarán. Por eso, para mí, es tan importante fotografiarlas ahora. Cuando el espíritu es, aún, puro”. Ojalá esos días de bicis y libertad duren mucho y que, cuando llegue el momento de mirar atrás, podamos recuperar su alma a través de las imágenes de Malcolm Wallace.
Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #33. Lee el número completo aquí