1. La bici engancha. El primer día te cuesta. El segundo, un poco menos. Y al tercero ya no recuerdas cómo pudiste sobrevivir tanto tiempo sin moverte en bicicleta. Está absolutamente comprobado: todo ciclista te dirá que la bici engancha y que no estaría dispuesto a renunciar, por nada del mundo, a su dosis diaria de pedales, libertad y aire fresco en la cara.
2. La velocidad y el tiempo son relativos. Puede parecer que en bicicleta vas más lento que los vehículos a motor, pero la realidad es otra. Los semáforos provocan que la gran mayoría de esos coches que te adelantan se vean obligados a detenerse en el siguiente semáforo, donde la bici vuelve a ponerse por delante. Cuando se llega al destino, tú dejarás la bici cómodamente en la puerta. El conductor tendrá que buscar sitio para aparcar
3. Las cuestas no son para tanto. Si en tu ciudad hay desniveles, ya habrás escuchado infinidad de veces que las bicicletas no están hechas para moverse por sus calles. De nuevo, falso. Aunque no tengas una gran forma física, al poco tiempo de empezar a usar la bici verás que las cuestas no son para tanto. Que puedes superarlas a tu ritmo, sin prisas. Y que detrás de cada una de ellas viene la recompensa en forma de cuesta abajo.
4. Los problemas se airean. La actividad física libera endorfinas. O lo que es lo mismo, te generan una incomparable sensación de libertad. Es por eso que pedalear es incompatible con la tristeza o las preocupaciones. Por eso, subirte a la bici cada día se acabará convirtiendo en tu antidepresivo particular. Felicidad en estado puro.
5. La bici une. Ya nunca volverás a ver al resto de ciclistas de la misma manera: ahora formas parte de un colectivo muy especial: ese cuyos miembros han apostado por convertir su ciudad en un sitio más amable y silencioso. Por eso no es extraño que los ciclistas urbanos se saluden entre ellos al cruzarse o detenerse en un semáforo. La bici saca lo mejor de ti.