A FAVOR
¿Quién puede oponerse a un accesorio pequeño, discreto, bonito y que puede resultar útil en determinadas ocasiones? ¿A quién puede molestar la presencia de un timbre en un manillar? Ahí va la respuesta: sólo a aquellos que están más preocupados por la supuesta estética de su bicicleta que por lo verdaderamente importante: rodar con seguridad. Porque si bien es cierto que el timbre no sirve de mucho cuando compartimos la calzada con los vehículos a motor, sí puede serlo en los carriles bici. También para avisar a un peatón despistado que cruza un paso de cebra mirando su móvil. Más allá de eso, el timbre es un elemento tradicional, indisolublemente unido desde siempre a la bicicleta urbana. Y sí: el sonido que emite es hermoso. Ojalá la ciudad estuviera llena de ellos.
EN CONTRA
Un timbre. Ese instrumento inútil cuando te mueves en el tráfico, y molesto para los peatones cuando lo hacemos por la acera y llamamos su atención. ¿Hemos dicho acera? ¿Peatones? Recordamos que ellos son los únicos que deben transitar por ella. Las aceras bici son un mal recuerdo de las políticas que entendieron, erróneamente, que las bicicletas debían quitarle espacio a los viandantes, y no a los coches. Así pues, bienvenidos los timbres para quienes quieran comprarlos, colocarlos en su manillar y hacerlos sonar. Bienvenidos los característicos timbrazos de concentraciones como la masa crítica. Pero obligarnos por ley a llevarlos es tan ridículo como ineficaz. Más que eso: no es más que una excusa más para que, si un agente de la autoridad tiene especial fobia al ciclista, te pueda poner una multa con la ley en la mano.