El ciclista de Natalia Goncharova debe dirigirse al trabajo. Le delatan el gesto concentrado, la encorvada espalda, su discreta vestimenta. Son principios del siglo XX en Rusia y, aunque no conocemos su profesión, sabemos que va con prisa sobre un suelo bacheado.
Traquetean el manillar, las ruedas y su figura, y no hay tiempo para detenerse a mirar escaparates. La bicicleta es un arma dura, digna y sacrificada. Un vehículo resistente y veloz que te lleva a todos lados obligándote, siempre, a competir contra ti mismo.