Cultura ciclista

Bicicletas y música clásica: a lomos de Liszt y Berlioz

John y Malcom Shutterland son padre e hijo. También músicos y ciclistas, y recorrerán las Islas Híbridas Exteriores de Escocia para financiar sus conciertos de música clásica.

Un proyecto excepcional y una historia excepcional. Un viaje de 120 millas (193 kilómetros) entre Vatersay y la Isla de Lewis, con el objetivo de recaudar fondos para la Brass Sounds Inverclyde, la banda de música clásica con la que quieren hacer una gira benéfica por la costa oeste escocesa.

Una aventura en la que también hay un mensaje de agradecimiento y superación. “En 2014 sufrí un accidente cerebrovascular”, explica el padre, “que afectó mi forma de caminar, pensar y hablar”. John tuvo que dejar su trabajo tras 35 años como profesor universitario de ciencias de la computación, pero asegura que cuando le ofrecieron dirigir la banda (fue también músico) se volvió “a sentir vivo. Han sido muy pacientes conmigo, y quiero agradecérselo”.

El placer de lo analógico

La relación entre música y bicicleta es estrecha: las dos se basan en el esfuerzo humano para crear sonidos y movimiento. “Son sencillas y analógicas”, explica John. “Al soplar y presionar las válvulas de mi corno obtengo sonidos más graves o agudos. Al pedalear pasa algo parecido, con la ventaja de disfrutar del paisaje”.

John hará el trayecto en una Viking, y su hijo Malcolm en una Claud Butler. Dos modelos a juego con su personalidad, y que John compara con los compositores Franz Liszt y Hector Berlioz. “Mi bicicleta podría ser Liszt: es rápida y esbelta”, presume John, “mientras que la de mi hijo se asemeja más a Berlioz, llena de aparatos y artilugios”.