Es curioso que, tras recorrer eternos paisajes, ver sobrecogedoras puestas de sol y acampar en todo tipo de bosques, Eleanor Davis decidiera que su nueva novela gráfica sería minimalista, en blanco y negro y con personajes y entornos reducidos, básicamente, a bocetos. Pero ese era su objetivo: Davis, nacida en Tucson en 1983, no quería andarse por las ramas, sino ser coherente y mostrar su experiencia como en un sencillo diario. Eso es Tú, una bici y la carretera, que acaba de publicar en España la editorial Astiberri: la crónica, casi en directo, de un viaje (iniciático) en bicicleta, con todas las complicaciones, imprevistos y, por qué no, placeres que eso implica.
“Dibujé casi todo el libro durante el viaje”, explica por teléfono Davis, “así que no tenía ni fuerzas, ni tiempo ni más herramientas para hacer algo complicado. Para completar con éxito un viaje en bici es fundamental ir poco cargado, así que solo metí en las alforjas un lápiz y un cuaderno delgado. Ya tendría tiempo de reflejar la belleza del paisaje en una portada colorida y hermosa… ¿El resto? Dibujos incompletos. Pero me encantan, porque son honestos, coherentes con el relato, más próximos a estar contándole la historia a un amigo que a pretender escribir un ensayo”.
Una crisis
Pero que nadie se engañe: tras esa apariencia simple se esconde una obra emocionante, donde una mujer en crisis decide buscarle sentido a la vida cruzando su país, Estados Unidos, en bici. “Tenía un bajón muy grande”, reconoce Davis, “y pensé que salir a pedalear sin parar me ayudaría a sentirme mejor. Montar en bici es enriquecedor: te permite meditar, descubrir lugares, darte cuenta de lo hermoso que es el mundo. Siempre había querido hacerlo, y pensé que estar pasando el momento más triste de mi vida era perfecto para ponerlo en práctica”.
Davis preparó su viaje no tanto desde lo organizativo sino, sobre todo, desde lo sentimental. “Conseguí mapas para saber dónde dormir o conseguir agua pero, sobre todo, intenté quitarme el miedo. No saber qué va a pasar puede ser aterrador, sobre todo si eres mujer y todo el mundo, sobre todo familiares y amigos, te mete miedo con las cosas horribles que te pueden pasar. Sin embargo, en cuanto empecé a pedalear el miedo a ser atacada se desvaneció para empezar a preocuparme por dónde acamparía esa noche, no perderme o, sobre todo, que no me dolieran tanto algunas partes del cuerpo. Si conoces a una mujer que emprende un viaje así no le digas que es peligroso, porque probablemente ella ya lo piense. En su lugar… ¡Felicítala! ¡Dile que la envidias, porque vivir, aventurarse, es lo más valioso que hay y todos tenemos derecho a hacerlo de vez en cuando!”
Un país
Uno tras otro, desde la soleada y desértica Tucson hasta la victoriana y refinada Athens, Davis tenía que pedalear 3.000 kilómetros. Tiempo más que suficiente como para sentir mucha soledad, lo que la transformó en más simpática, abierta y charlatana con los desconocidos. Lloró de alegría al coronar montañas y cruzar bosques. Se sintió, en resumen, viva. “Sí, y es raro sentirse tan vivo como cuando uno monta en bicicleta. Pero me di cuenta que ser fuerte no es tan importante como creemos. A veces voy de dura pero, en realidad, soy una persona ansiosa, débil, que está casi siempre asustada y cuestionándose a sí misma. ¡Pero eso está bien, no anula mis cosas buenas! Hice un lento, largo y desorganizado viaje en bicicleta. No todo era genial, y probablemente tampoco tan duro como algunos creen. ¡Pero era mi viaje, y estoy muy feliz de haberlo hecho!”
En esas 1.882 millas Davis también aprendió cosas sobre su país. Especialmente en el tramo desde Hachita a El Paso, junto a la frontera con México, descubrió la angustia, vigilancia y trato inhumano que reciben miles de personas que intentan saltar a un futuro mejor. “La frontera está inmensamente militarizada, es trágico. Podríamos disfrutar y potenciar la maravillosa oportunidad de estar junto a un país como México, y en vez de eso alimentamos el odio y la xenofobia. Pero no ocurre solo ahí: todavía hay dos Américas segregadas, la blanca y la negra. Muchos de los pequeños pueblos donde antes había fábricas o granjas familiares ahora están abandonados. Me lo imaginaba, pero fue tan interesante como desgarrador vivirlo en primera persona”.
Hablando en primera persona: Davis argumenta, al principio del libro, que debe hacer este viaje antes de tener hijos. Así que pedaleó y después, hace apenas unos meses, fue mamá de un bebé al que está deseando subir a una sillita de bicicleta para explorar, juntos, el mundo. “Siempre he sido pesimista”, lamenta, “y desde hace tiempo intuí que el capitalismo o el cambio climático empeorarían la vida de la gente y traerían políticos como Trump o Boris Johnson, aunque no pensé que todo llegaría a ser tan extraño y caricaturesco. Pese a todo, y ahora que soy madre, debo convencerme de que hay que seguir adelante. Tomar decisiones a diario. Vivir como si hubiera esperanza en el horizonte aunque, a veces todavía me pasa, creas que no la hay”.