A A.Danger no le gusta hablar de sí misma, pero hace una excepción con Ciclosfera. Porque Amy, como se llama esta misteriosa mujer, no puede resistirse a hablar de bicis. “Simplemente”, reconoce, “soy una adicta. Desde pequeña siempre tuve bici. El ciclismo me permitió satisfacer mi necesidad de independencia, de explorar el mundo… y aún sigue haciéndolo hoy”.
Amy nació y vive en Portland, una de las ciudades más ciclistas de Estados Unidos. “Como en tantos otros lugares”, explica, “el cochecentrismo nos impide contar con el respeto y la seguridad que deberíamos. Sin embargo, Portland cuenta con una sólida comunidad activista que intenta encajar la bici en nuestro sistema de transporte. Eso me gusta de mi ciudad: podríamos hacerlo mejor, pero estoy agradecida de nuestra lucha”.
Fuera de normas
Sin embargo, su cámara no busca retratar esa lucha sino el alma de las bicicletas. “Empecé a fotografiarlas poco después de empezar a intercambiarlas con otros coleccionistas de todo el mundo. Me di cuenta de que era necesario crear imágenes claras, limpias y muy descriptivas para documentar el estado de los cuadros que quería intercambiar o vender. La cámara de mi móvil no tenía suficiente resolución para capturar los detalles que exigían mis posibles compradores, así que pregunté a unos cuantos amigos fotógrafos que me explicaron que no es la cámara, sino tú, el que tiene que hacer la foto. Pero también me dijeron que la Canon Rebel podría valer, así que conseguí una y tiré para adelante”.
Es así como, junto a la torre Eiffel o la pirámide del Louvre de París, sobre el puente de St. Johnn en Portland o frente a la catedral de Santa María del Fiore, en Florencia, la belleza desnuda de monturas imponentes halla un escenario perfecto. “Me encantan las bicicletas de velódromo construidas en los años 80 y principios de los 90”, confiesa Amy. “Me fascinan sus diseños, la feroz competencia de sus constructores para obtener ventajas a través de la innovación y la experimentación creativa. Algunos de esos locos diseños funcionaron, y están presentes en la genética de las bicicletas actuales. Otros no funcionaron. Y algunos, incluso, funcionaron demasiado, tanto que fueron prohibidos por la Unión Ciclista Internacional (UCI). Mi colección está compuesta casi en su totalidad por estas últimas: bicicletas maravillosas que no pueden usarse en competición según las normas actuales”.
Que el movimiento suceda
Sí, todas las bicis que muestra en sus fotos han pasado, o viven, en el deslumbrante garaje de Amy, que solo hace fotos de sus propias bicicletas: “Aunque algunas de esas fotos siguen siendo necesarias para otros coleccionistas la mayoría son, simplemente, para relajarme y mostrárselas a gente que valora el contemplarlas”. Y, es obligatorio preguntarle… ¿Por qué solo de pista? ¿Por qué centrarse exclusivamente en estas pura sangre? “Porque su simplicidad es asombrosamente hermosa. Porque disfruto de tener una montura lo más sencilla posible y que mi cuerpo haga el resto. Sin marchas, sin frenos, sin engranajes colgando… Solo músculo. Habilidad. Y fuerza, energía, ganas de hacer que el movimiento suceda”.
Hace años dedicamos un reportaje a los mejores fotógrafos de bicicletas del mundo. En la cima se encontraba Father Tu, el taiwanés que transformó en arte el inmortalizar bicis de piñón fijo. Él es una de las grandes inspiraciones para Amy (“fue la primera vez que vi a alguien demostrar que una bici apoyada en una pared podía ser no solo descriptiva, sino también hermosa”), a la que también alimenta un hambre voraz por retratar la experiencia.
"Mi obra fotográfica es una historia de amor con la bici", explica, “pero también con mi ciudad. Pedalear te lleva a ver y descubrir las ciudades como no hace ninguna otra forma de moverse. Mi aspiración es capturar todo eso en una imagen, describir el hecho de desplazarte en bici de una forma holística. No es solo sobre qué te mueves, o hacia dónde te diriges, sino expresar todo lo que sucede desde la primera hasta la última pedalada. Porque moverme en bicicleta me permite escapar de la rutina cotidiana. Expulsar de mi cabeza el trabajo, sumergirme en la alegría de la vida y la curiosidad. Casi siempre pedaleo en solitario porque me resulta más relajante, estimulante y revelador. No voy deprisa: no quiero presión por llegar, sino permanecer el máximo tiempo posible en ese estado retirado y relajante. No tengo prisa, no compito con nada ni con nadie, ni comparto mis rutas en ninguna aplicación de móvil… Simplemente, disfruto. Paso el rato. Y siento que, por mucho que se prolongue, siempre ha durado menos de lo que debería durar”.