Una inoportuna caída en la infancia, padres que enseñaban a los hijos pero no a las hijas o familias que, por razones económicas, no pudieron o pueden permitirse una. Según el último Barómetro de la Bicicleta, publicado por la Dirección General de Tráfico (DGT), hay un 11,8% de españoles que no sabe ir en bicicleta… o mejor dicho, que todavía no saben. Porque la oferta de biciescuelas en las medianas y grandes ciudades, impulsada por la fiebre del ciclismo urbano y deportivo, ha crecido mucho en los últimos años, y por menos de cincuenta euros y en un puñado de sesiones cualquiera puede subirse a un sillín y recuperar el tiempo perdido.
Razones culturales
“La reacción de la gente cuando aprende es exclamar… ¡Por qué no lo habré hecho antes!”. Eso cuenta Isabel Porras, monitora y miembro de la cooperativa Santa Cleta. Porras ha enseñado a montar a más de 150 personas en Sevilla, la mayoría mujeres. Una constante que se repite en la mayoría de talleres que enseñan a adultos a perderle el miedo a la bici.
Hay una razón estadística: entre las mujeres de mediana edad y las personas de más de 70 años, el porcentaje de los que no saben ir en bici se incrementa notablemente. Las razones son, casi siempre, culturales: “El entorno familiar y social ha influido negativamente en muchas mujeres”, dice Porras.
Límites mentales, no físicos
“Los cursos para aprender a ir en bici tienen algo de consultorio psicológico”, asegura Álvaro Ventura, de Mobeo, una empresa que imparte talleres de aprendizaje y perfeccionamiento en El Matadero de Madrid. “Hay mucha gente que viene con miedo a salir al mundo real, a desplazarse por la ciudad”, asegura, “nosotros se lo quitamos y les enseñamos a adquirir autonomía y confianza”. Para Juan, socio de Rutas Pangea, empresa que también ofrece cursos tanto de niños como adultos, la clave está en “conseguir el equilibrio dinámico”. “En solo una mañana, cualquiera puede aprender a montar en bici”, afirma, “es cuestión de fortalecer su confianza, todo el mundo sale entusiasmado”.
No hay una incapacidad física en la mayoría de personas que no saben montar en bicicleta. “Los límites son sobre todo mentales”, cuenta Porras, que recuerda cómo hace tiempo enseñó a montar a una persona sorda. “El miedo paraliza y hay que eliminarlo progresivamente, pero se consigue”, afirma, “muchas personas que vienen me dicen que ya intentaron aprender cuando eran niñas, pero que no lo lograron, o nadie les prestó la atención y dedicación suficientes”. En este sentido, los hombres son más reacios a dar su brazo a torcer. “Sienten cierta vergüenza y complejo por no saber montar”, explica, “y esto se nota en los cursos: se apuntan menos”. Lo mismo ha percibido Juan, para quien “ellas son más activas y tienen menos miedo al qué dirán”. “Alrededor de un 75% de las personas que se apuntan a los talleres de Pangea son mujeres”, afirma.
“Nunca aprendí por falta de paciencia y vergüenza”
Por tesón no será. Ana Castro (Sevilla, 1986) ha intentado ya tres veces a lo largo de su vida aprender a montar en bicicleta. La primera, con 7 años, terminó en fiasco: su padre le enseñaba pero les robaron la bici y todo quedó en nada. De adolescente volvió a intentarlo, pero un par de caídas hicieron que cogiera miedo. La última vez, hace unos años… Y tampoco. Hasta que este año se propuso conseguirlo y acudió al taller de Santa Cleta. “Nunca aprendí por falta de paciencia y por vergüenza”, confiesa ahora que ya sabe montar. “Ahora soy más libre, hago deporte y encima no contamino”.
“Nunca es tarde para aprender”
Cuando Encarna Aceituno (Jaén, 1965) era pequeña no tenía bici, por lo que hasta los quince años no se propuso aprender. Fue con la bicicleta de su hermano y su padre de maestro, pero una caída fuerte le destrozó la rodilla y, por supuesto, le quitó las ganas. Hace unos años su marido trató de enseñarla, pero se volvió a caer. Aun así, insistió y lo ha logrado: “Nunca es tarde para aprender”, asegura. “Ahora que mis hijos son mayores y tengo más tiempo, es lo que he hecho. Primero fue nadar, y ahora ha sido la bicicleta”.