"Mi favorita siempre fue Mulan” dice entre risas Anita cuando le preguntas por su cuento preferido. Y es verdad que la tristeza y la melancolía que muchas veces desprenden este tipo de relatos no encaja con ella.
“La bici me cambió la vida”, asegura, “pero no mi forma de ser, porque siempre he sido feliz y sonriente al 200%”. Hay que viajar en el tiempo para conocer cómo la bici entró, como un torbellino, en la vida de Anita González (Plasencia, 1992).
Un pelín alternativa y skater, muy familiar, apasionada por la fotografía, con unos mil seguidores (principalmente amigos y familiares) en redes sociales y un trabajo en un supermercado. En resumen: una joven más, hasta que compró una MTB. El paso hacia una transformación personal y profesional que nadie, y mucho menos ella, vio venir. “Siempre me ha gustado el deporte, pero reconozco que la bicicleta... ¡me atrapó!”.
Escucharla hablar es casi hipnótico, porque su alegría lo inunda e ilumina todo. “Mis amigos y familiares insistían en que me comprara una bici para salir con ellos y hacer rutas de montaña, y cuando por fin tomé la decisión lo empecé a compartir en Instagram, porque para mí es como un diario”. En poco tiempo, sus seguidores se multiplicaron hasta tres mil.
“La gente conectaba conmigo, y no sólo disfrutaba viendo mis salidas sino que darles los buenos días se convirtió en un ritual. Para muchas personas era una motivación, y a mí me hacía muy feliz. Es surrealista, pero hermoso”.
“La gente conectaba conmigo, y no sólo disfrutaba viendo mis salidas sino que darles los buenos días se convirtió en un ritual” (Anita González)
El accidente
Entonces aún trabajaba en Mercadona, pero todo estaba a punto de cambiar. “Viajaba como acompañante en moto por Monfragüe (Cáceres)”, recuerda, “cuando nos fuimos al suelo. Todo el peso de la máquina cayó sobre mi pie izquierdo, destrozándome el tobillo”.
Cuando volvió a caminar fue directa a comprar otra MTB, esta con doble suspensión, que la ayudó física y mentalmente. “A los pocos meses estaba enganchada, pero cuando probé una bici de carretera me enamoré por completo".
"Me hizo volver a sentirme libre. Más fuerte. Y empecé a ver la vida más bonita”. Ese enamoramiento se reflejó en unas redes sociales cada vez más inspiradas: las marcas vieron el potencial y llegaron las ofertas para probar productos, anunciar una nueva gama o salir de ruta con un casco o un maillot. Su crecimiento en redes sociales se disparó: “Llegó un punto en el que tuve que elegir”, recuerda, “entre seguir trabajando en un súper y en una tienda de bicis, donde había empezado como comercial, o aceptar las ofertas que me llegaban, porque la mayoría de las veces todo era incompatible”.
Lo hizo: dejó el Mercadona y la tienda y se lanzó de lleno al mundo digital. “Decidí ganar menos dinero y priorizar mi felicidad y mi tiempo. Y acerté: disfruto de mi actual trabajo, de viajar y conocer gente nueva, aunque estar siempre pensando en crear nuevos contenidos no es fácil, puede ser agotador”.
Y la bici se hizo fuerte
Con sus más de mil trescientas publicaciones, es verdad que el muro de Ana en Instagram es parecido a un diario. Un diario lleno de experiencias casi siempre sonriendo y transmitiendo mensajes de fuerza, alegría y agradecimiento. Por supuesto, también bicicletas, muchas bicicletas: una Specialized S-Works SL8, una Orbea Alma de doble suspensión, una Orbea Oiz rígida, una Moncayo del 91 de carreras… “Todas las he comprado yo. Quiero siempre lo mejor de lo mejor, aunque tarde un poco más en conseguirlo”, nos explica.
“Hay que mantenerse fiel a una misma”, concluye. “Me han ofrecido cosas, productos que, sencillamente, no se alinean con mi estilo, y he tenido que decir que no en más de una ocasión. Es importante ser sincera: de lo contrario, dejas de ser auténtica”.