
Cuando, en 2009, el Ayuntamiento de Girona lanzó la Girocleta, eran muy pocos los sistemas de bicicleta pública en España. “Solo estaba el Bicing de Barcelona”, recuerda Pere Casas, responsable de transporte público y proyectos de movilidad en el consistorio, “y arrancamos gracias a una subvención, ocho estaciones y el objetivo de visibilizar la bicicleta y animar a quienes dudaban a probarla como transporte”.
16 años después la Girocleta cuenta con 36 estaciones, 400 bicicletas y unos 5.500 usuarios activos, que realizan cerca de 2.500 trayectos diarios entre semana. “Estamos creciendo alrededor de un 20% cada año”, confirma Jordi Masó, de TMG, la empresa que gestiona el servicio.
“No dependemos de un software externo ni de una multinacional, lo gestionamos todo nosotros" (Pere Casas, Girocleta)
El modelo es singular. “No dependemos de un software ni de una multinacional”, explica Casas. Una autonomía que, entre otras cosas, les permite mantener unas tarifas muy asequibles (30 euros al año) y controlar los costes: el déficit municipal ronda los 300.000 euros anuales, una cifra que, como apunta Casas, “equivale a poner en la calle un solo autobús durante todo un año”.
El servicio se apoya en bicis sencillas y robustas, sin una asistencia eléctrica que, como dicen desde el ayuntamiento, “es innecesaria en una ciudad como Girona, donde además queremos fomentar la movilidad activa”. Eso sí: a lo largo de los años, mejoras técnicas como la introducción de neumáticos macizos Tannus que evitan los pinchazos han reducido los problemas de mantenimiento o los efectos del vandalismo.
“Estamos creciendo alrededor de un 20% cada año" (Jordi Masó, TMG)
Pero el éxito de la Girocleta no se mide solo en cifras, sino también en impacto cultural. “En 2009 apenas se veía gente en bici por Girona”, recuerda Casas, “y hoy es parte del paisaje urbano. La gente ya no la considera una rareza, sino una opción cotidiana”. En su opinión, la clave ha sido no apostar por modelos costosos y crecer poco a poco, evitando errores habituales como saturar estaciones en lugares de mucho tránsito.
Tras este tiempo, el balance es rotundo: “La bicicleta pública es una herramienta muy recomendable para cualquier ciudad mediana”, sentencia Casas. “Si no se puede poner en marcha con una gran empresa puede hacerse perfectamente desde el propio municipio: al principio cuesta, pero el resultado compensa”.