Nadie que visite Ámsterdam lo hace como un libro en blanco, carente de imágenes, experiencias o consejos previos. No en vano su fama mundial la precede, e infinitos titulares la han moldeado como la capital mundial del cannabis, la prostitución legal o, en definitiva, la libertad. Así llegan a la capital holandesa la gran mayoría de sus visitantes: con una nítida imagen de la ciudad dibujada en su subconsciente. Sabedores de la lección. Dispuestos, sin duda, a dejarse fascinar, pero no tanto a ser sorprendidos.
Sin embargo, lo cierto es que Ámsterdam tiene dos caras muy definidas. La más conocida es esa de la que todo el mundo habla, la recorrida por infinidad de visitantes que abarrotan las estrechas calles del Centrum y se ven rodeados de espectáculos para los sentidos. Escaparates con mujeres en ropa interior, coffee shops de los que asoman olores tan exóticos como en otros lares prohibidos, smartshops repletos de extraños artilugios y, claro, tiendas de gofres para recuperar fuerzas o superar la resaca. El inevitable paseo en barco turístico por los canales, la aventura de sobrevivir como peatón a sus estrechas calles llenas de ciclistas o la primera calada de un porro de marihuana pura. Actividades y recuerdos de todo tipo para llenar los cuadernos de bitácora del turista.
Sin embargo la otra cara, la más desconocida, es esa que cuenta que Ámsterdam es un trocito de tierra con alma propia. Una ciudad que no es lo que uno ve a simple vista, sino lo que sus habitantes han hecho de ella. Un lugar que ofrece a sus habitantes la posibilidad de construir una vida a su gusto, con libertad plena para ser y hacer sin emitir ni recibir juicios. Desde un primer momento sientes que Ámsterdam es tu casa porque te conoce y, seas como seas, te deja ser.
Ámsterdam puede presumir de acoger a personas de todas las nacionalidades. Dotada, desde hace más de tres siglos, de un carácter multicultural que ha impreso la palabra tolerancia en su carácter, la ciudad presume de ello no sólo por una cuestión de valores. Hay también una gran razón pragmática: la convivencia pasa por ver y permitir las costumbres del otro, no por imponer las propias. Armonía y libertad en uno, gracias a la responsabilidad individual y el respeto común.
Cada día suceden en Ámsterdam cientos de eventos orientados a saciar cualquier ansia creativa, cultural o deportiva
Otra de sus señas de identidad es la actividad constante, quizá fruto de esa libertad y afán de hacer cosas o probablemente unida al carácter hiperactivo holandés. Cada día suceden en Ámsterdam cientos de eventos orientados a saciar cualquier ansia creativa, cultural o deportiva. Workshops de pintura, cerámica, música o teatro, exposiciones de arte, talleres de fotografía, festivales de cine, quedadas para practicar cualquier tipo de actividad física o reuniones para “intercambiar” idiomas… Y un lema presente en la mente de cualquiera: prohibido aburrirse.
La ciudad de las bicis
Zuecos, queso, molinos… Simples estereotipos exprimidos hasta el infinito para entretener al turista, porque la verdadera cultura holandesa reside en las bicicletas. El vehículo que lo invade todo, le confiere un carácter único a la ciudad e incluso puede llegar a abrumar al recién llegado. Los carriles bici, muchas veces más anchos que la acera, están en todas partes. El flujo de ciclistas es constante. Y, desde luego… todos parecen tener mucha prisa. Pero lo que, a simple vista, puede parecer una locura a la que también contribuyen tranvías y coches esconde un orden tácito que, a menudo, dicta el sentido común. También la interacción constante entre ciclistas, peatones y el resto de vehículos: a menudo basta una mirada furtiva para negociar al instante y tomar una decisión conjunta.
Hay quien piensa que el clima frío y lluvioso, frecuente en Amsterdam, puede suponer algún tipo de impedimento para que la vida en la ciudad se desarrolle con la máxima intensidad. Pero nada más lejos de la realidad: llueva o truene, en la capital de Holanda nadie deja de pedalear. Como bien dicen los holandeses: “No estamos hechos de azúcar: rodamos y nos secamos después”. De hecho, en los días más fríos la bicicleta es concebida como una ventaja: el frío sólo se percibe durante las primeras pealadas. El resto sólo es cuestión de entrar en calor y llevar buena ropa de abrigo. Y tampoco los niños se amilanan ante las inclemencias del tiempo: el transporte en bicicleta está dentro del plan de movilidad nacional, todo el país está conectado por sendas ciclistas y existe la posibilidad de que un niño que va al colegio en un pueblo cercano no tenga transporte público para llegar, pero sí un carril bici. Una realidad que provoca que, desde muy jóvenes, la infancia y la bicicleta sean una sola cosa.
Cuestión de funcionalidad
La pregunta es ineludible… ¿Cómo han conseguido que la bicicleta, junto con el transporte público, sea la reina absoluta de la movilidad urbana? Sencillo: proyectando una ciudad que, por decisión propia y meditada, hace incómodo el uso del coche para desplazarse del punto A al B de la forma más rápida. Esto, unido a los altos impuestos y otras “pequeñas” incomodidades como la disminución gradual de las plazas de aparcamiento hacen que, por ejemplo, personas que viven en el barrio del Jordaan (en la zona Centrum) deban esperar cuatro años para conseguir permiso de aparcamiento en la calle y pagar mucho por éste. Mejor en bici.
Los altos impuestos y la disminución de las plazas de aparcamiento dificultan el usar el coche
Además, la oferta de servicios de car sharing ha ido aumentando en los últimos años. Con la posibilidad de alquilar con tu móvil de forma inmediata desde un pequeño coche eléctrico hasta una furgoneta de gasolina, poseer un coche ha dejado de ser una necesidad para el amsterdammer. Más bien al contrario: supone molestia, gasto y falta de flexibilidad. Algo a lo que añadir un elemento importante, de índole histórica: no todo el mundo sabe que Ámsterdam fue, durante mucho tiempo, una ciudad tan atestada de coches como cualquier otra. Fue la lucha de los propios ciudadanos (hartos de los incesantes atropellos) lo que, unido a la crisis del petróleo de 1973, hizo que los políticos decidieran apostar con fuerza por la bicicleta. Hoy en día, Ámsterdam es un paraíso para los sentidos. Un lugar que descubrir y redescubrir. Pero, sobre todo, un lugar único para pedalear.
CINCO CONSEJOS PARA PEDALEAR POR ÁMSTERDAM
– No te confíes. El hecho de que en Ámsterdam haya tantas bicicletas no implica que moverse en ella por sus calles sea sencillo: debes tener unas habilidades básicas de manejo.
– Manténte siempre a la derecha del carril bici. Si tu velocidad es de paseo, algo habitual en el turista, te cruzarás con muchos otros ciclistas que se desplazan al trabajo o a una cita a gran velocidad.
– Olvida el GPS. ¿Quieres llegar a Beatrixpark? Lo mejor es el camino: piérdete por las calles menos transitadas, señaliza siempre que vayas a parar y mira la ruta en tu móvil solo en momentos puntuales. Como ciudad juguetona que es, Ámsterdam te pone difícil el orientarte, pero en el fondo su encanto son precisamente esos rincones que vas encontrando mientras te pierdes.
– Ojo a las intersecciones. Deja pasar siempre a un amsterdammer que venga en bicicleta. En aquellas que tienen unos triángulos blancos invertidos, detente siempre, y ponle un extra de precaución antes de cruzar.
– Utiliza el sentido común. No gires a la izquierda sin mirar, no cruces una calle sin fijarte bien (y a ambos lados, pues aquí el tráfico de bicis está permitido casi siempre en ambos sentidos), señaliza cada movimiento con los brazos, respeta los semáforos y a los peatones, no invadas las aceras, no pares en seco… Haz, en definitiva, lo que esperarías que hiciera cualquier otro ciclista responsable.
NO SÓLO CENTRUM
A Ámsterdam conviene venir con una certeza: si quieres aprovechar tu tiempo, mejor perderse por sus calles y parques. La ciudad está repleta de hermosos rincones y planes sorprendentes, y cada uno ha de descubrir, con cierta improvisación, los suyos. En eso consiste la libertad y la anarquía amsterdammer: en recorrer zonas menos conocidas y, siempre, a golpe de pedal.
Jordaan. El carácter del auténtico Amsterdam… sin salir del centro. Conviene ir un poco más allá de los Tres Grandes Canales y descubrir la foto más bonita de la ciudad: el Café Papeneiland, un bruin cafe amsterdammer con un amabilísimo personal. El sitio perfecto para probar la appeltaart holandesa o disfrutar de una buena cerveza.
Oost. El barrio más multicultural de la ciudad. Imprescindible realizar una visita al molino-cervecería Brouwerij t’IJ (cuidado, que cierran pronto) y recorrer el mercadillo de Dappermarkt, tanto para almorzar como para descubrir y dejarse embriagar por su infinita cantidad de especias.
Amsterdam West. Un barrio joven y algo caótico dónde puedes disfrutar tanto de un buen brunch en De Bakkerswinkel, como de una excelente cerveza de su carta de elaboración propia en Troost, todo ello dentro de un inmenso parque llamado Westerpark. Si te gustan los mercadillos, pocos como el Ten Kate Markt que se monta todos los días excepto los domingos
Noord. Para muchos, la parte más desconocida de la cudad es la que se encuentra tras la estación. Cada día es más popular y tiene más vida. Prueba de es la filmoteca Eye, la música en directo de Noorderlicht Café, el mercadillo más grande de Europa que se celebra una vez al mes, el IJ Hallen, o los productos biológicos y de proveedores locales de Landmarkt. Y por si te preguntas qué hacer pasadas las doce de la noche por el Oeste de la ciudad, De School tiene la respuesta a tus ansias de vencer a la madrugada bailando a ritmo de DJ.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #29. Lee el número completo aquí]