Ciudades

Amabilidad y respeto

Desde Valencia, el cicloactivista Fernando Mafé reflexiona en este texto sobre la importancia del civismo y del respeto a las normas de tráfico cuando circulamos en bicicleta por la ciudad.

Mediodía a mitad de agosto, la ciudad está prácticamente desierta y el tráfico se reduce a su mínima expresión. Bajo un sol sin piedad un termómetro publicitario marca los 38°C. En un cruce de una avenida casi sin coches ni peatones, un ciclista espera pacientemente a que el semáforo se ponga en verde. Ese soy yo.

Hay quien me dice que mi actitud es exagerada y que tampoco pasa nada por saltarse algún que otro semáforo de vez en cuando. Suelo contestar que mientras alguien desde un balcón, desde una acera o desde otro vehículo nos esté observando, debemos ser ejemplares, especialmente si esos que nos miran son menores. Por supuesto también lo hago por mi propia seguridad, pues muchas veces creemos que no pasa nada y sí pasa.

Personalmente no quiero seguir contribuyendo a la mala fama que sin duda no merecemos y que además nos perjudica enormemente como colectivo. Luego está el efecto arrastre, que viene ser la invitación a la tragedia de quienes vienen detrás y que por simple imitación siguen los pasos del infractor. También es cierto que con una menor velocidad de los automóviles en la ciudad, muchos de estos accidentes por imprudencia tendrían unas consecuencias menos graves. Al fin y al cabo, todo el mundo está expuesto al error y no por ello merece morir o resultar gravemente herido.

Si me preguntan concretamente por la revolución del ciclismo urbano diré que entre las herramientas fundamentales para provocar la deseada transformación de las ciudades están sin duda la amabilidad y el respeto. La combinación de amabilidad y respeto usadas de forma masiva nos abre tantas puertas y posibilidades que solamente alguien torpe es incapaz de no darse cuenta.

Convivir significa “vivir con los demás”, lo cual requiere ciertos esfuerzos pero también reporta recompensas

Amabilidad y respeto para con el resto de la ciudadanía y respeto hacia las normas establecidas. ¿Que no nos gustan las normas por pensar que están hechas a la medida del tráfico? Yo también lo creo, pero ante tal cuestión la respuesta es sencilla: organicémonos y trabajemos para adecuarlas o cambiarlas, pero despreciar su práctica no solamente es absolutamente inútil, si no que puede considerarse un perfecto ejemplo de individualismo insolidario. Ese semáforo que tú te saltas o ese paso de peatones que no respetas, retorna y cae como una losa sobre el resto de la comunidad ciclista en forma de mala fama e indeseables tópicos.

Convivir significa “vivir con los demás”, lo cual requiere ciertos esfuerzos pero también reporta recompensas. El esfuerzo en nuestro caso consiste en practicar un ciclismo consciente, atento y responsable. La recompensa son los gestos de agradecimiento y las miradas cómplices de peatones, de otros ciclistas e incluso de conductores. Por supuesto también tiene su recompensa el saber que con nuestra actitud estamos creando una ciudad más amable, más cordial y más segura.