Tiendas de bicicletas

“A ver cuándo se llevan este armatoste”: el vendedor de bicicletas... y la bicicleta de carga

Ayer fue un día especial. Por suerte, casi todos lo son. “Elige un trabajo que ames y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”, dijo Confucio, y acertó. Por suerte, es mi caso: me apasionan el periodismo, el ciclismo urbano y la gente. Reunir todo eso en un trabajo, en un proyecto como Ciclosfera, hace que cada día sea un placer.

Si digo que ayer fue especial fue porque trabajamos mucho, como siempre. Fotografiamos dos modelos muy especiales, de los que hablaremos próximamente. Y, también, fue especial porque nos despedimos de una bici maravillosa. Una de las muchas cosas buenas que tiene trabajar en una revista de ciclismo urbano es que puedes probar algunos de los modelos más apasionantes del mundo. Lo malo es que, en el 95% de las veces (alguna vez hablaré de mis bicis), los tienes que devolver.

Ayer tocó devolver una bici. Una muy, muy especial: una maravillosa bicicleta de carga. Llevábamos usándola casi dos meses. Durante semanas nos ha acompañado en trámites, recados, desplazamientos, paseos. Ha sido el vehículo familiar, al menos en mi caso, más usado. Pero había que devolverla.

A veces, las marcas vienen a recoger sus bicis. Otras las llevo yo. Esta vez, me tocó acercarla a una tienda...

A veces la marca viene a recogerla a casa. Otras soy yo el que se la acerca. En ambos casos es un trámite muy agradable, porque además de anunciantes o compañeros de profesión puedo decir que tengo muchos amigos en el sector. Pero ayer era un tercer escenario: debía acercar esa bicicleta de carga a una tienda, donde durante un tiempo se iba a enseñar a potenciales clientes.

Así que le pasamos un trapo, comprobamos que todo estaba en su sitio… Y me puse a pedalear. Quería llevarla yo mismo, despidiéndome así de ella. El último vals. Una mezcla de alegría, algo de pena y también, por qué no, una oportunidad más de reflexionar. ¿Y si les hago una oferta y me la quedo? ¿Y si, de una vez por todas, meto una cargo bike en mi vida… para siempre?

El caso es que llegué a la tienda. Una de las tiendas que más bicicletas vende en Madrid. Una tienda de la que fui cliente antes incluso de crear Ciclosfera, hace una década. Donde siempre he recibido un trato excelente, con un taller irreprochable y con un enorme prestigio. En resumen: uno de esos lugares que, hace mucho tiempo, me animaron a lanzar la primera revista de ciclismo urbano de España. Y un lugar también, por supuesto, donde Ciclosfera se distribuye.

Así que llegué. Aparqué la bicicleta de carga en la puerta y, debido a sus casi tres metros de longitud, entré y pregunté dónde podía dejarla. Me atendió un joven al que no conocía (hace tiempo que no pisaba esa tienda), que me dijo que la introdujera en el local. Y ahí fue donde todo empezó a complicarse. Porque desde el primer momento… Era como si, en vez de una maravillosa bicicleta de carga de última generación, valorada en muchos miles de euros, hubiese metido ahí un cachivache. “¿Y ahora qué tenemos que hacer con ella?”, me preguntó. “Pues… No sé”, contesté. “Enseñádsela a la gente, porque es una maravilla”.

Y ahí fue dónde se desató la tormenta. Donde, para mi sorpresa, escuché los más rancios comentarios sobre una bicicleta… en una tienda de bicis. Los escribiré todos del tirón, para que me duela menos. “Aquí no le va a interesar a nadie. Aquí lo único que quiere la gente son bicis de mountain bike. Aquí esto no tiene ningún sentido. Y además… A ver cuándo se llevan este armatoste, porque aquí no tenemos dónde meterlo”.

Hace cinco, seis, nueve años, habría rebatido todos esos argumentos. Le hubiese dicho, por ejemplo, que ese “aquí” formaba parte de una de las zonas con la renta más alta de España, donde cada habitante gana como media más de 50.000 euros anuales, lo que hace más factible el adquirir (o, al menos, planteárselo), una bicicleta de más de 5.000 euros. Una zona, por cierto, muy próxima a otras cuatro localidades muy ricas, entre las diez más ricas de España, y cuyos habitantes se acercan hasta esta tienda debido a su notable prestigio.

Y no es solo eso. No, en esa zona no hay “solo campo”, como me decía el vendedor, sino enormes avenidas perfectas para moverse en cargo bike, y no en un todoterreno absurdo. Una localidad con una enorme cantidad de colegios, lo que la convierte en particularmente propicia para, al menos, ofrecer una bicicleta de carga. Una zona donde un altísimo porcentaje de residentes cuenta con garaje propio y a pie de calle, el hábitat perfecto para un vehículo de estas características.

El mero hecho de tener, de ofrecer, una bicicleta como esta ya llama la atención. Es un imán para los amantes de las bicis, sean de montaña, carretera o urbanas.

Y, por último, una zona con varias tiendas de bicis. Donde contar con un elemento así, diferenciador, exclusivo, llama la atención. Donde bastaría con ponerla en el escaparate, o la puerta, para que la gente preguntara por ella. Un imán. Porque no nos engañemos: a los aficionados a la bicicleta, sea de carretera, de montaña o de lo que sea… les gustan las bicicletas. Y esta es una bici espléndida. Llamativa. Única. Una máquina de generar interés y preguntas, como he comprobado circulando con ella a diario.

Y aquí termina la historia. Una historia que me hizo preguntarme… ¿Hasta qué punto son también responsables las tiendas de que no haya mayor entusiasmo por el ciclismo urbano? ¿Por qué vendedores, comerciales, gente que debería pensar que no hay bicicletas malas o buenas, sino bicicletas adecuadas o inadecuadas para cada persona, reaccionan así ante un modelo “distinto”? Lo que pasó ayer me parece simbólico. Otros dirían deprimente pero, para mí… todo lo contrario. Porque vi, de nuevo, que el cambio no solo depende de la ciudadanía o de los políticos.. sino también de los profesionales. Y ahí no tengo ninguna duda: las tiendas, las tiendas y sus trabajadores, más pronto que tarde se darán cuenta del potencial que tienen entre manos. Algún día se detendrán a mirar y reflexionar sobre las maravillosas máquinas que a veces desfilan ante sus ojos. Y sí: se lo transmitirán entusiasmados a sus clientes. Y entonces será cuando “armatostes” así volarán de las tiendas.

Y no será porque los lleve o los recoja yo, sino personas muy parecidas a mí a las que les hayan explicado sus innumerables virtudes, y que estarán agradecidos para siempre a ese vendedor y a esa tienda donde encontraron una herramienta capaz de cambiar y mejorar sus vidas.