Ciudades

La Paz: en el techo del mundo

La Paz, Bolivia, la capital más alta en la Tierra. Una ciudad mágica y sorprendente donde buscar los límites del ciclismo… y de uno mismo.

Siempre quise ir a Bolivia. Empaparme de su cultura ancestral, sentir y ver a un pueblo donde ser indígena no estuviera reprimido. Estuve unos cuatro meses recorriendo el país y tres viviendo en La Paz, pese a que al conocerla pensé en salir huyendo. La contaminación, el tráfico, la puna que provoca la altura la hacían poco recomendable para alguien que quiere hacerlo todo sobre una bicicleta.

Pero me gustan los retos, y allí había varios. Crear un grupo de ciclistas. Promover el uso de la bicicleta. Contestar a una serie de preguntas… ¿Por qué la gente no se mueve aquí en bici? ¿Por qué, pese a la timidez local, me miraban cada vez que salía a pedalear?

Resquicios para la esperanza

Mi primer paseo en bici nació en la Plaza San Francisco y me llevó hasta el barrio de Calacoto, en el sur. 20 kilómetros que me permitieron conocer la geografía del lugar y cruzarme con poquísimas bicicletas. El trayecto de ida fue cosa de niños: era plano o, casi siempre, en bajada. Un paseo maravilloso, feliz, sin pensar que al regresar esos deliciosos descensos serían espantosas cuestas.

Porque fue entonces, al volver, cuando conocí realmente La Paz. Una ciudad a 3.650 metros de altura llena de interminables subidas, donde la contaminación de los vehículos no ayuda, desde luego, a pedalear. La altura te quita el aire. La polución te machaca. Y luego está el cansancio de escalar una pronunciada cuesta… No puedes respirar. Sientes que el corazón va a explotar.

Foto: David Almeida
Foto: David Almeida

Paré y me senté en plena calle: realmente creí que iba a morir infartada. Después subí a un taxi y regresé en él con mi bicicleta para dormir todo el día, recuperar el aliento y renovar los pulmones del aire contaminado.

Mis sueños de transformar La Paz en una ciudad ciclista quedaron aplastados… Hasta encontrar resquicios para la esperanza. Conocí asociaciones de ciclistas que salían a hacer excursiones por los alrededores. Y descubrí a una compañera ancestral, la planta sagrada de la coca. Volví a pedalear llevando siempre mate de coca, o pichándola en mi boca: masticando la hoja, extrayendo su jugo, formando una bola de la que sacar sustancia.

Y algo más: descubrí que, dentro de La Paz, hay trayectos planos. Vi que pedalear causaba curiosidad, que podía motivar a la gente a tener la bicicleta en cuenta. Vi que en El Alto, la ciudad unida a La Paz a 4.000 metros de altura, todo es plano, y que ahí me podía cruzar con viejos, jóvenes y cholas sobre bicicletas antiguas, oxidadas e irrompibles.

Sobre la Suma Qamaña

Desde el primer momento Bolivía me conquistó. Transité idiomas ancestrales y oí el quechua y el aimara flotar en el aire. Vi ropas coloridas llenando de magia las calles o rituales donde, siempre, se derrama alcohol y comida para invitar a la Pachamama a la fiesta. Vi omnipresentes mercados, carnavales repletos de niños y abuelos. Presencié bailes tradicionales animados por músicos callejeros.

Bolivia se hace llamar estado plurinacional porque todos podemos hermanarnos sin importar nuestra lengua, religión o color. Bolivia está marcada por la pobreza, tras ser saqueada por dirigentes locales y oportunistas foráneos. Bolivia es el lugar donde ser indígena no es una vergüenza: el 60% de la población presume de apellido y lengua autóctonos sin ser discriminados por ello.

Foto: David Almeida
Foto: David Almeida

La religión católica sobrevive, aunque la aceptación de la historia indígena, sin miedo a la represión, ha permitido regresar a los orígenes. Volvieron los dioses propios, los seres de la tierra como Inti, el dios sol, la Pachamama, madre tierra, o el abuelo Illimani, la montaña nevada de más de 6400 metros de altura que preside, imponente, La Paz.

Amo la Suma Qamaña, expresión aimara que se traduce como “vivir bien” pero que va más allá, hablándonos de equilibrio y comunidad, hermandad y complementariedad, de la armonía de las personas como parte de la madre naturaleza. La bicicleta entra en todos estos principios, es parte de la Suma Qamaña equilibrando tu cuerpo, mente y entorno. Pedaleas e inyectas al todo energía. En bici aprendes a vivir bien, a entender que nada debe acelerarse y que es tu cuerpo quien debe llevarte a los sitios. La bicicleta es la escuela que te enseña a observar, concentrarte y meditar. La bicicleta es, por qué no, la paz.

Tres claves para pedalear en La Paz

Cuestión de actitud: Hay que andarse con mucho ojo al pedalear por La Paz: el respeto al circular no es una especialidad local. De hecho, puede verse a personas disfrazadas de cebra para enseñarle a transeúntes y conductores cómo usar y respetar los pasos de peatones.

De lujo: Ojo: aunque apenas se vean ciclistas y sea muy difícil encontrar un simple taller también hay tiendas para sibaritas. En los barrios modernos de Sopocachi y Calacoto hay negocios como XBikesStore o Race Store que venden, a precios desorbitados, lo último de Trek, Specialized o cualquier otra marca puntera.

La ruta de la muerte: Es una de las atracciones locales: el camino a los Yungas que comienza en La Paz, termina en Coroico y es considerada la carretera más peligrosa del mundo. Un descenso (casi) suicida cada vez más frecuentado por ciclistas intrépidos, que disfrutan de una vertiginosa bajada rodeados de acantilados, selva y una superficie infernal. ¿Demasiado peligro? Otra ruta muy recomendable es salir de La Paz o El Alto y dirigirse a Copacabana, unos 150 kilómetros bordeando el lago Titicaca con paisajes increíbles y divertidos tramos “rompepiernas”.