Desde 2001, cuando lo visité por primera vez, he estado unas 30 veces en Japón. Mi estilo de montar gustó desde el principio, el BMX Flatland es aquí todo un fenómeno y hay cientos de riders originales en cada ciudad. El Flatland encaja por completo en su cultura: es arte sobre ruedas, ofrece infinitas posibilidades de expresarse y, cómo no, ellos lo han llevado a otro nivel. ¡Son auténticos samuráis!
Al estar en auge, muchos chavales lo practican por decisión de sus padres. Por desgracia, muchas veces éstos no conocen la historia y el pasado del Freestyle, y más que contemplarlo como un movimiento de rebeldía e independencia lo consideran una forma de ganarse la vida, un lugar donde trabajar y labrarse un porvenir.
Clavos y golpes
Es algo comprensible, pero que le roba la esencia a este deporte. El BMX es una forma de sentirte parte de algo único, de mostrar tu rebeldía. Es un espacio en el que tú impones las leyes y que, sobre todo, nadie te puede robar. Te da un gran poder, algo que a veces no cuadra en una sociedad tan competitiva y piramidal como la japonesa. Allí, y a menos que destaques sobre el resto, eres sólo una más. E incluso cuídate de destacar: “Los clavos que sobresalen”, afirma un dicho japonés, “son los que se llevan más golpes”.
Nunca imaginé que vería llorar a niños porque sus padres les obligan a repetir, una y otra vez, las rutinas de los trucos. ¡La bici deber ser algo que te haga sonreír! No podemos cambiar el mundo, pero sí nuestro entorno, así que el año pasado decidí acoger a un rider de 12 años llamado Yu Shoji. Era el único chico que siempre tenía una sonrisa al montar y mostraba auténtica pasión. Le dije que estaría encantado de ser su maestro y mi primera lección fue… Disfrutar. Montar y disfrutar, aunque él no lo supiese, deben ir de la mano. ¡Desde entonces Yu es un icono internacional, y su alegría es contagiosa!