Amo el ciclismo en general, las bicicletas, sus piezas, los maillots, las grandes vueltas, las etapas de montaña… y sin duda alguna se lo debo a mi padre. Pero, por encima de todo, hay una historia familiar que quería compartir con vosotros y que puede ser el origen de esa pasión.
Para poneros en antecedentes, debo decir que mi abuelo fue médico rural represaliado por el franquismo, y que tras la guerra y su liberación a finales de los años 40, tuvo que trasladarse a Madrid con su familia y empezar prácticamente de cero. No fueron unos años fáciles, y el dinero no sobraba precisamente en aquella casa.
Debían transcurrir las Navidades del año 54 o 55 cuando una tarde mi padre, un chaval entonces de unos diez y seis años, se encontró en el suelo de camino a casa una bola hecha de papel a la que fue dando patadas como si de un balón se tratase. Así fue jugando al fútbol desde la Puerta del Sol hasta la parada del tranvía. Aquella pelota fue abriéndose poco a poco y los papeles resultaron ser unos décimos de lotería. Mi padre no sabía muy bien qué era aquello, pero le gustaron las ilustraciones y decidió guardarlos.
La mañana del 22 de Diciembre observó a mi abuelo junto a la radio escuchando el Sorteo de Navidad
Pasaron los días, y la mañana del 22 de Diciembre observó a mi abuelo junto a la radio escuchando el Sorteo de Navidad con un décimo en la mano. Al momento se dio cuenta de que era igual que aquellos papeles encontrados en la calle días atrás y que desde entonces guardaba bajo el colchón sin prestarles ninguna atención. Pues bien, resultó que aquellos décimos fueron premiados con la pedrea. Una historia digna del mejor guión de Rafael Azcona. Con aquel dinero le compraron un arco de caoba que aún conserva, una bicicleta, y el resto fue una ayuda para la maltrecha economía familiar.
Días después, la familia al completo se presentó en la mítica tienda madrileña Bicicletas Otero de la calle Segovia, situada entonces frente al local actual. Y allí, en el taller, se encontraba el mismísimo Enrique Otero, uno de los mejores constructores de cuadros de bicicleta de modo totalmente artesanal que ha dado este país. Recuerda cómo le tomó medidas para fabricárselo y días después pasó a recoger su maravillosa Otero de color blanco. El dinero no llegó para los componentes Campagnolo porque se salían de presupuesto y había otras necesidades familiares que cubrir.
Cuántas veces se habrá arrepentido de aquella decisión, pero las necesidades apremiaban entonces
Tuvo aquella bicicleta muchos años, hasta que tiempo después decidió venderla para comprar algunos libros de medicina que necesitaba en la carrera. Además las largas jornadas de estudio apenas le dejaban ya tiempo para cogerla. Cuántas veces se habrá arrepentido de aquella decisión, pero las necesidades apremiaban entonces. Todavía guarda algunas fotografías en blanco y negro de ella.
Siempre ha existido en casa un vínculo especial con la mítica tienda de Otero. Cada vez que pasábamos en coche frente a su fachada, mi padre recordaba la increíble anécdota de los décimos de lotería, y allí nos compraron mucho tiempo después, a mediados de los 70, nuestras primeras bicicletas de paseo cuando éramos niños (la mía era una BH plegable de color verde metalizado).
Han tenido que pasar varias décadas para cumplir un sueño o, mejor dicho, para seguir la historia familiar. Hace un par de años me puse a la búsqueda de una antigua bicicleta Otero de carretera de segunda mano, y finalmente encontramos una preciosa con todos los avances que había en el mercado en los años ochenta. Mi padre me acompañó a comprarla y luego la tuvo unas semanas para su puesta a punto y para estrenarla. Me imagino que al cogerla muchos recuerdos le vendrían de nuevo. Hoy la guardo en casa como oro en paño. La tengo en un lugar preferente, y cada vez que la miro me acuerdo de la historia de los décimos de lotería premiados.