Os voy a confesar algo: no soy un avezado ciclista. No soy ese tipo de amante de las bicicletas que disfruta mimando a su compañera de dos ruedas: manteniendo siempre la presión perfecta en las ruedas, engrasando la cadena después de cada rodada, limpiando el cuadro con delicadeza, buscando siempre los mejores complementos y accesorios. No, no lo soy,
Por todo ello, arreglar un pinchazo me aburre soberanamente. Y dado que la gran mayoría de las veces que he pinchado en los últimos años ha sido circulando por la ciudad, donde realizo la mayor parte de desplazamientos en bicicleta, siempre he tenido cerca a un taller amigo. Una excusa como cualquier otra para pasarme a saludar (es una de las cosas buenas de trabajar en Ciclosfera: somos una gran familia) y aprovechar para unos minutos de cálida conversación ciclista con algún viejo amigo mecánico.
Pero el pasado verano fue diferente: cuando pasó el feroz confinamiento y pudimos volver a salir a las calles, sentí una irrefrenable necesidad de hacer ejercicio, espoleada por haber dejado de fumar. Quería rodar, y ya no me bastaban los desplazamientos urbanos. Por eso, me hice con una bicicleta más apropiada para otro tipo de caminos y, aprovechando mi estancia en el pueblo, empecé a hacer largas rutas por los senderos de la España profunda.
Las temidas piedras
En medio de ninguna parte, pinchar es un problema. No sólo porque implica tener que llevar siempre contigo el recurrente y socorrido kit antipinchazos, sino porque cuando sales en grupo no resulta agradable obligar al resto de tus compañeros de rodada a parar mientras arreglas el pequeño incidente causado por una piedra o un asfalto en mal estado. Por eso, desde la primera vez que pinché, que de hecho coincidió con la primera gran salida, me acordé de otros buenos amigos: los responsables de Tannus.
En Ciclosfera conocemos bien la marca. No sólo son anunciantes de nuestra revista, sino que sus distribuidores, Akrovalis, son de esa gente con la que da gusto hablar. Sergi y Arnau son dos personas encantadoras, y estaba convencido de que entre sus productos tenían lo que necesitaba para olvidarme definitivamente de los pinchadas.
“Necesitas un Tannus Armour”, me comentó Sergio al poco de explicarle mi situación. Para quien no conozca el producto, las Armour son una espumas o protectores -también llamadas mousse- que se intercalan entre la cámara y el neumático de la bici, aportando una protección contra los pinchazos y los cortes laterales. Es decir: no se trata de unos neumáticos Tubeless (sin cámara), sino una de las denominadas mousse, una tecnología que se desarrolló inicialmente para las motocicletas de enduro o motocross, y que en los últimos años se han popularizado en el mundo de la bicicleta.
Armour, en concreto, se han desarrollado bajo la tecnología patentada Aither, y están fabricadas en un compuesto de espuma multicelular ligero, flexible y duradero, fruto de 10 años de desarrollo de Tannus. Según la marca, con las Tannus Armour se eliminan de la ecuación el 90% de los pinchazos. Eso habrá que verlo.
Montar… y rodar
Una vez recibí el producto, sólo era cuestión de instalarlo en mi bici y salir a rodar sin preocupaciones. Para lo primero, he de decirlo, conté con la ayuda de mi buen amigo Álvaro, mecánico de Eslabón 21. Colocar las Armour no es especialmente complejo, pero dada la cubierta que traía mi bici, de 700×35, hubo que hacerse con otra de mayor tamaño para que entrase correctamente, lo que requería de cierta pericia.
Las sensaciones en las primeras pedaladas fueron perfectas. Y a veces, cuando uno dice que algo es perfecto se refiere a que no hay nada fuera de lo normal: todo era como siempre, pero con la sensación de que, a partir de ese instante, la posibilidad de pinchar se reducía al mínimo. Sí: es posible que algunos ciclistas encuentren que rodar con unas Armour tiene pequeñas desventajas, como un ligero incremento del peso. Nunca fue algo que me preocupase especialmente.
Sobre terrenos de grava, los que más practico en la zona donde suelo pedalear, el agarre es perfecto. También la absorción de los impactos de las piedras, muy frecuentes en este tipo de caminos. Además, las Tannus Armour cuentan con una ventaja muy especial: en el improbable caso de pinchazo, te permiten rodando a baja velocidad hasta llegar a casa.
Y ahora, el veredicto final: un diez. Desde que instalé las Armour no he pinchado ni una sola vez. Y he salido a rodar decenas de veces: rutas cortas, medianas, largas y muy largas. Por contra, otros compañeros de batallas sí han sufrido este desagradable incidente. Y claro está: no he tardado en recomendárselas.
Habrá quien encuentre un defecto que resta puntos a las Armour: el precio. Hablamos de un producto que cuesta ligeramente más que otras mousse. Entre los 30 y los 50 euros. ¿Caro? Sinceramente, y dado lo que ha supuesto para mí olvidarme al 100% del riesgo de pinchazos, la inversión no lo es en absoluto. Al contrario: me resulta barato. Eso sí: tendré que buscar otra excusa para acercarme a ver a mis amigos mecánicos.