Enérgicas y poderosas, dotadas muchas veces con llamativos y futuristas displays (o, dicho de otro modo, pantallas), hay quien piensa que las bicicletas eléctricas son un invento reciente. A lo sumo, de principios de este siglo. Pero, sin embargo, las e-bikes (o al menos sus antecesoras) existen desde hace mucho tiempo. Casi el mismo que el transcurrido desde que las primeras bicicletas empezaron a rodar por las calles. Días primigenios en los que ya hubo quien tuvo una prodigiosa idea: incorporar a su simple, eficaz y admirable mecanismo algo de electricidad, haciendo así más sencillo y accesible el pedaleo.
Hay nombres propios entre esos pioneros. Remontémosnos a 1895… En febrero, los hermanos Lumiere proyectaron por primera vez una película, dando fecha de nacimiento al cine. Konrad Wilhelm Röntgen descubría los rayos X. Nacía Santiago Bernabéu, el hombre que hizo del Real Madrid el club de fútbol más poderoso del mundo. Y fue también en 1895 cuando el estadounidense Ogden Bolton Junior obtuvo una patente para una bicicleta de baterías con seis polos de cepillo, colector de corriente continua y un motor de cubo montado sobre la rueda trasera de la bicicleta.
¿Les suena? Es probable. De hecho, aquella patente fue la principal inspiración para que, sólo dos años después, Oseas W. Libbey diseñara una bicicleta eléctrica impulsada gracias a un motor eléctrico doble ubicado en el centro del plato del eje, y cuyo diseño es el punto de partida de muchas e-bikes actuales.
Creatividad al poder
Pero aquellas bicicletas tenían un problema: el tamaño y peso de sus baterías. Y aunque cabría pensar que se trataba de un reto similar al que tienen por delante los fabricantes y modelos actuales, la realidad es que en aquella época el problema era, al igual que las propias baterías, infinitamente mayor.
“Bicicletas eléctricas ha habido siempre, pero es verdad que aquella era un buen mamotreto”, bromea Alejo Bastos, responsable de Biobike, tienda madrileña de referencia en todo lo que respecta a bicicletas eléctricas. “Aquellas baterías de plomo eran enormes: el equivalente a tres kilos de litio, que es el material actual, podían suponer 20 o 25 kilos de peso. Pasar del plomo al níquel metalhidrudro y el níquel cadmio, que sirvieron de transición, y posteriormente al litio ,fue lo que hizo que la bici eléctrica dejara de ser una aparatosa moto con pedales y se convirtiera en e-bike”, explica.
Todo lo que cuenta Bastos exigiría varias décadas, pero desde principios de siglo había científicos e inventores trabajando en el asunto con pasión y tenacidad. “En aquella época el mundo estaba en plena efervescencia, y muy especialmente con todo lo que tenía dos o cuatro ruedas”, explica Bastos. Pero aquella efervescencia estaba a punto de detenerse de manera abrupta por un combustible que se impondría a todas las demás opciones.
El reinado del petróleo
Sí: el interés por los vehículos eléctricos decreció al tiempo que bajaba el precio del petróleo. Fue así como los motores de gasolina reinaron durante la práctica totalidad del siglo XX, coincidiendo con una época en la que la preocupación por el medio ambiente brillaba por su ausencia. Hubo que esperar a la crisis del petróleo, en 1973, para que comenzara a rebrotar cierto interés por aquellos primeros prototipos eléctricos, y algo más de tiempo para que la industria, tanto del automóvil como de la bicicleta, empezaran a tomarse en serio la movilidad eléctrica como una solución a los asfixiantes problemas de contaminación.
1975 fue un año clave. “Japón, y más concretamente la firma Panasonic, fue pionero a la hora de crear un motor central para bicicletas”, cuenta Bastos. “Además, en esa época también tuvieron lugar dos cambios fundamentales: la introducción de los imanes de neodimio, que están integrados en todos los motores actuales de las bicis eléctricas, y el bobanizado automático de los motores”.
Echando la vista atrás surge, por supuesto, otra pregunta: ¿cómo serán las bicicletas eléctricas del futuro? A buen seguro, muy distintas a las que vemos hoy rodando por nuestras calles, gracias a la introducción de materiales más ligeros como el grafeno. Pero eso es otra historia que deberá esperar, no mucho, para ser contada.
La trágica y asombrosa historia de Sylvester H. Roper
La clara diferenciación entre bicicletas eléctricas y motocicletas que se establece hoy tenía, a finales del s. XIX, una frontera mucho más difusa. Buen ejemplo es el caso de Sylvester H. Roper (1823-1896), considerado uno de los padres del vehículo a motor. En realidad, lo que hizo Roper no fue otra cosa que añadir una máquina de vapor a un velocípedo. Un prodigio de la técnica que le llevó a la fama, pero también a la tumba: durante unas pruebas de velocidad en Cambridge (Massachusetts, EEUU) dio varias vueltas a a un circuito con otros ciclistas, incluyendo al corredor profesional Tom Butler, quien no fue capaz de igualar su ritmo. Roper batió todos los récords… poco antes de perder el equilibrio y sufrir un aparatoso accidente. ¿Muerto por un accidente? Todavía hay más curiosidades: la autopsia reveló que la causa de la muerte no habían sido las heridas causadas por el golpe, sino un ataque cardiaco. Quizá provocado por la excitación del que sabe que está haciendo historia.