Los grandes contrarrelojistas, además de poderosos atletas, suelen ser ciclistas metódicos, voluntariosos, disciplinados. También fríos y calculadores: es la única forma de soportar no solo el esfuerzo físico, sino la presión añadida del tiempo, esas décimas de segundo que suponen la diferencia entre la gloria y el olvido. Todas estas cualidades las tenía Antonin Magne, el primer ganador de una etapa contrarreloj en el Tour de Francia. Un ciclista adelantado a su época: logró dos vueltas a Francia y fue uno de los precursores del entrenamiento deportivo y la dietética en un deporte tan exigente o más entonces que ahora.
Pese al espectáculo que suponen, las contrarreloj en el Tour se hicieron esperar. Tuvieron que pasar más de tres décadas desde la primera carrera en 1903 para que la organización introdujera innovaciones en su manera de competir. Etapas llanas y de montaña había habido desde el comienzo. Eran la piedra angular de la carrera, sobre todo las segundas; además, su logística no era tan compleja como lo sería la de las etapas contra el crono. Pero no fue hasta mediados de la década de 1930 cuando a Henri Desgrange, fundador del Tour de Francia y su director hasta 1939, se le ocurrió que para dinamizar la prueba era necesario hacer sufrir un poquito más si cabe a los ya de por sí maltratados corredores.
El año elegido para la primera carrera contrarreloj individual fue 1934. La distancia: 90km (bastante más de la que se recorre en el ciclismo profesional actualmente). La salida se dio el 27 de julio en la localidad de La Roche-sur-Yon y la llegada se situó en Nantes. El ganador, con un tiempo de 2 horas y 32 minutos, fue el mencionado Antonin Magne. A poco más de 1 minuto quedó Roger Lapébie y por detrás el resto de corredores (el primer español fue Mario Cañardo, a más de 11 minutos de distancia de Magne). Aquel año, Magne ganaría su segundo y último Tour. La prueba contrarreloj fue todo un éxito. A los aficionados les encantó, y Desgrange, motivado por su buen ojo para el espectáculo, programó nada menos que 6 etapas con este novedoso formato para el año siguiente. Y ahí comenzaron los problemas.
Los problemas comenzaron… cuando se vio que no había medios técnicos y humanos para controlar una contrarreloj
¿Las razones? Pues motivos que hoy nos parecen impensables: la falta de medios técnicos y humanos para controlar de forma efectiva y eficiente una prueba contrarreloj. En los años treinta no se habían inventado los transponedores, tampoco el GPS, y aunque Tissot ya existía como una de las grandes relojeras suizas, los organizadores de la prueba no eran tan cuidadosos ni tal milimétricos a la hora de medir los tiempos de los ciclistas. Visto con la perspectiva de más de ochenta años, aquel amateurismo dejaba un amplio margen para uno de los elementos más decisorios de la historia del ciclismo: la picaresca. En 1935, de aquellas 6 etapas previstas, solo pudieron celebrarse 3. El motivo: el escándalo suscitado por las trampas de los corredores. Quien no iba a rebufo de un coche, iba enganchado con un cable a una moto. Normal, hasta cierto punto. No había cámaras ni jueces suficientes para controlar todo.
A pesar de sus titubeantes inicios, las etapas contrarreloj ya se habían asentado en el Tour
Tras este fiasco, en 1936 no se programaron contrarrelojes. Y al año siguiente tan solo se celebró una. A pesar de sus titubeantes inicios, estas pruebas se acabarían asentado tanto en el Tour como en otras competiciones ciclistas. Con el paso de los años y las décadas, se disminuyó el número de kilómetros de las etapas, lo que unido a las mejoras técnicas hizo que la velocidad media de los corredores aumentara (en los años 30 era de 39 km/h, ahora se corre 10km/h más rápido) y las diferencias entre los ciclistas fueran menores. Más sufrimiento, más espectáculo: la máxima del ciclismo. Magne, el primer ganador, correría unos años más y luego se dedicaría a entrenar a las jóvenes generaciones. En los años 60 recibió la recibió la distinción de Caballero de la Legión de Honor y hasta una marca de bicicletas llevó su nombre. Por su parte, a las etapas contrarreloj les quedaban todavía las mejores páginas por escribir, ya sin trampas y con métodos científicos de medición: las hazañas de Anquetil, Lemond y Fignon, Induráin… Pero estas son otras historias. ¡El tiempo vuela y hoy ya se nos ha agotado!