¿Cómo ve, doce meses después, ‘Ciao Pirla!?
Suelo aborrecer lo que hago al pasar el tiempo, pero en el caso del documental el feeling sigue siendo bueno. Estoy feliz por haber llevado a cabo esta aventura… Fue, ante todo, un acto de amor de mucha gente.
¿Qué es Ciao Pirla!?, ¿Un homenaje a la bicicleta, a la figura paterna, a la propia vida…?
Un poco de todo. No había un guión, así que lo que más miedo nos daba era encontrar el tono. No queríamos que fuera un documental de lágrima fácil, y lo que salió fue un canto a la vida, que es de lo que se trataba. Después me llegaron muchas cartas de gente a la que le ha ayudado verlo tras sufrir la muerte de un ser querido.
“En el deporte, si has hecho los deberes, las cosas salen bien”
De Barcelona a Desio, Italia. Casi 1.400 km pedaleando…
Sí. Pero fue tan bonito y salió todo tan bien que de sufrimiento no hubo prácticamente nada. Tuve tiempo para prepararme y apenas sufrí: en el deporte, si has hecho los deberes, las cosas salen bien. Además, notaba que tenía una fuerza extra, supongo que por llevar las cenizas encima.
¿Cómo se preparó?
Entrené durante seis meses. Pedaleaba unos 400 km a la semana, 100 al día. Sin forzar. Y la última semana, a descansar. He ido toda la vida en bici, pero esto era otra cosa: doce días de viaje sin GPS, mapa en mano, a la antigua. Cuando volví estuve otros seis meses sin tocar la bici.
¿Qué bicicleta usó?
Una Amaro hecha a medida, muy cómoda. Tan bien hecha que incluso algunas dolencias que arrastro, como los dolores en los meniscos, apenas me dieron guerra.
“Siempre fui un poco solitario, y desde niño la bici era una manera de desaparecer, una terapia”
¿Qué anécdota recuerda con más cariño?
Llegar a Italia y cenar con mis tíos, llegar al lago de Como… Sobre todo, el cariño de la gente que se volcó conmigo.
¿Qué le ha enseñado este viaje?
Si tienes una idea, llévala adelante. Es lo máximo de la vida: hacer las cosas, por descabelladas que parezcan. Como dicen, “quien tiene un sueño tiene un tesoro”.
¿Por qué ama la bicicleta?
Siempre fui un poco solitario, y desde niño la bici era una manera de desaparecer, una terapia. Es una forma de dejar atrás la angustia. Cuando más me divierto es en bici. Cuando llevas un rato pedaleando entras en un estado en el que dejas de pensar, ves las cosas de otra manera. Es algo casi místico.
¿Se mueve por Barcelona en bici?
Ahora menos, porque vivo en el Raval y lo hago todo caminando. Pero me he movido mucho con mi Dahon.
¿Cómo evoluciona el ciclismo en Barcelona?
Hay mucho movimiento, pero también gente que parece estar dando vueltas al barrio para que les veas con la fixie… Hay un poco de exhibicionismo. No soy muy amante de las bicicletas de piñón fijo, porque me gusta es subir cuestas y jugar con las marchas, pero son muy bonitas, eso sí.
¿Ha compuesto alguna canción pedaleando?
Muchísimas, la bicicleta es un poco mi oficina. Subo un puerto, me paro, envío mails… Hay días que me levanto cruzado y cuando estoy a mitad de camino con la bici me pongo a escribir. Voy repasando los textos mientras pedaleo. Además, ensayo mucho sobre la bicicleta. Combinar la respiración con los rapeos me va muy bien.