Aquel fue un día especial en el pequeño pueblo senegalés de Palmarín, a 135 kilómetros de la capital, Dakar. Algo estaba a punto de cambiar para siempre: los 850 niños y niñas de la localidad recibían la primera remesa de bicicletas procedentes de la organización Bicicletas sin Fronteras, recogidas en España para viajar hasta el país africano. Bicicletas que suponían mucho más que un simple regalo: con ellas podrían recorrer con facilidad la distancia que separa sus hogares del colegio, de entre cinco y diez kilómetros, reduciendo así el absentismo laboral y, al llegar antes y más descansados, aumentando también su rendimiento.
La experiencia de Palmarín, extensible a muchas otras partes del mundo en las que la bicicleta puede cambiar radicalmente la vida de las personas más desfavorecidas, es un ejemplo más de las muchas muestras de solidaridad que genera un vehículo como la bicicleta. Y es que, por algún motivo, a menudo ambas palabras, bicicletas y solidaridad, van de la mano.
Herramienta vital
“Para nosotros, una bici es una herramienta que conduce a una vida mejor”, explica Romà Boule, creador de Bicicletas sin Fronteras. Fundada en 2012 en Alt Empordà, Gerona, la organización se unió un año después a la Fundación Utopía y la Fundación Educativa de Girona para pasar a llamarse Fundación Utopía-Bicicletas sin Fronteras. Desde entonces han llevado bicicletas a Honduras, Burkina Faso o India, pero también han impulsado proyectos locales enfocados a las personas en riesgo de exclusión social, como Bicicletas para la integración o Una bicicleta para tu vecino. Como dice Boule el objetivo es, finalmente, uno: “Queremos dar la oportunidad de mejorar su vida a gente que lo necesita”.
“La bicicleta genera buen rollo, tanto por parte de los donantes como, sobre todo, de los receptores”
A la hora de trabajar como herramienta de cambio social, la bicicleta tiene una serie de particularidades. “Por su volumen y su complicación mecánica”, reconoce Romà, “la bici presenta una dificultad importante a la hora de manejarlas, repararlas y transportarlas”. Sin embargo, reúne muchas más ventajas. “Siempre genera buen rollo, tanto por parte de los donantes como, sobre todo, por parte de los receptores. El resultado de la acción solidaria es muy visible y el impacto sobre el colectivo que las recibe es inmediato y efectivo”, concluye.
La bicicleta aporta, ante todo, libertad, pero también algo probablemente más importante: alegría. Como apunta Romà, “pero al cambio emocional se le añade un cambio físico. Ir en bicicleta consume cinco veces menos energía que desplazarse a pie, algo que en lugares como las comunidades rurales de Senegal, con un clima muy duro y enormes limitaciones alimenticias, supone un gran cambio”. En efecto, la energía no se desperdicia por el camino, sino que los nuevos ciclistas pueden canalizarla a, por ejemplo, formarse y adquirir más conocimientos.
“La solidaridad es un valor humano: la bicicleta es la herramienta para serlo”
Eso sí, como explica el fundador de Bicicletas sin Fronteras, la bici no es solidaria por naturaleza. “La solidaridad es un valor humano”, aclara, “y es la intención que ponemos al hacer las cosas la que la convierte en solidaria. Nosotros tenemos la posibilidad de obtener esta herramienta y, si la hacemos llegar a personas que van a mejor sus vidas y su futuro gracias a ella, estamos realizando una acción solidaria. Es decir: mediante la bicicleta llegamos a ser solidarios”.
Retos ciclistas
Definida por la Real Academia de la Lengua como “adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles”, la palabra solidaridad encaja a la perfección con la labor de Think, Hike & Bike, un pequeño proyecto tras el que se encuentra Sonia Barrar. Inglesa y residente en Madrid, Barrar organiza retos de ciclismo y senderismo, cuyos beneficios económicos van a parar a destinos dispares como la ayuda a refugiados, la salud mental o la lucha contra el cáncer.
“Siempre me he sentido inspirada por los atletas de alto rendimiento y las personas con iniciativa”, explica Barrar, “pero todavía más por aquellos que se proponen ayudar a quienes más lo necesitan y marcar, de esta manera, la diferencia”. Conociendo de primera mano el enorme éxito del que siempre han gozado los proyectos de recaudación de fondos en otros países (en Reino Unido, por ejemplo, se recaudan anualmente millones de euros destinados al desarrollo de diversos proyectos sociales) en verano de 2016 creó Think, Hike & Bike, con el propósito de “atraer a aquellas personas que buscan superarse física y mentalmente, protagonizar una aventura o trabar amistades en un entorno lleno de positividad a la vez que apoyan una iniciativa social”.
En su opinión, subirse a una bici para ayudar a los más necesitados tiene todo el sentido del mundo. “Veo el gran compañerismo que existe entre ciclistas”, explica, “a través de valores como el respeto, el esfuerzo, la actitud positiva o el ayudar al otro. Todo eso se transmite en los retos benéficos de THB, donde los participantes se identifican con la causa solidaria, pedalean y, a la vez, ayudan a dar visibilidad a una ONG y a colaborar”. Ilusión y esfuerzo que al final reúnen propósitos tan loables como practicar lo que amas, encontrarle otro porqué a los entrenamientos o competiciones o, finalmente, ayudar a los demás.
Vehículo de gratitud
En ocasiones, un proyecto puede rezumar compromiso y coherencia, pero también aportar una óptica distinta. Isabel Segura y Carmelo López, impulsores de Cinecicleta, decidieron embarcarse en una aventura de dos años para llevar el cine a los pueblos más remotos del África subsahariana. Llegar hasta allí en bicicleta y, sobre todo, acarreando una máquina de proyección que funciona con la energía del pedaleo no fue sólo por solidaridad: también por aprendizaje, empatía e interés propio. “Lo planteamos como un trueque”, explica López, “nosotros llevábamos el cine pero ellos nos dejaban un lugar seguro para dormir y nos daban algo de comer”. La idea, eso sí, surgió con el propósito de devolver lo que otros les habían dado en anteriores viajes ciclistas y, a través del cine, compensarles por su gratitud.
Gratitud… y no solidaridad. Y es que la segunda palabra, en opinión de López, puede tener una doble y peligrosa lectura hoy en día la solidaridad vende, y termina usándose como arma para crear una imagen de marca. “En nuestro caso”, recuerda, “varias empresas grandes, multinacionales, se ofrecieron a patrocinar nuestro viaje a cambio de llevar su logotipo en las camisetas. Pero rechazamos su oferta”. ¿Por qué? Muy simple: pura coherencia. “Empresas que expoliando los recursos de algunos de los que visitamos”, argumenta, “querían asociarse con un proyecto como el nuestro, de corte ecologista. Imposible”.
“No es lo mismo que los africanos te vean llegar en un jeep a que lo hagas pedaleando”
Lo cierto es que, al viajar a lugares como los que visitó Cinecicleta, uno se percata de hasta qué punto las injusticias se siguen perpetuando incluso bajo la bandera de la cooperación. “Encontramos trabajadores de grandes organizaciones internacionales de ayuda al desarrollo cobrando 7.000 euros y con media docena de esclavos en su casa”, recuerda López sin esconder su impotencia, “y es ahí cuando te das cuenta de que la mentalidad colonial prosigue. Pero ojo: al mismo tiempo, e incluso dentro de esas mismas organizaciones, hay muchísima gente con ganas de echar una mano y aportar cosas con la mejor de las intenciones. De hecho, gracias a ellos hemos llegado a cárceles u orfanatos, donde no habríamos podido estar sin su mediación”.
Una vez más, el miembro masculino de Cinecicleta sí destaca que la bicicleta también sirve para abrir determinadas puertas. “No es lo mismo que los africanos te vean llegar encerrado en un jeep, como acostumbran a hacer los europeos, a que lo hagas pedaleando”, explica. “La bicicleta genera una sensación de cercanía y conexión inmediata, y sobre ella la gente percibe que eres frágil, nunca amenazador. En ese mismo instante todo el mundo te ofrece su ayuda desinteresada: una alfombra, un caldo, un poco de agua… Porque eso es universal: la gente se siente bien haciendo sentir bien a otras personas”, reflexiona.
Tender puentes
Bielas Salvajes es uno de los colectivos más inquietos de Zaragoza: trabajan para dar visibilidad a la bicicleta y, al mismo tiempo, empoderar con ella a las mujeres. Su último y ambicioso proyecto es Biela y Tierra, con el que Ana Santidrián y Edurne Caballero recorrerán en bici, esta primavera, los 3.000 kilómetros de ida y vuelta de este a oeste de la Península. ¿El objetivo? Mostrar el mundo rural y recordar la importancia de la sostenibilidad alimenticia, el consumo de cercanía, el problema de la despoblación o la lucha contra el cambio climático.
“Queríamos tender puentes y que se hablase de todo lo que ocurre fuera de los núcleos urbanos”, explica Santidrián, “además de hacer más visible a la gente que trabaja por nuestra alimentación y salud”. Para conseguirlo, viajar en bicicleta tenía todo el sentido del mundo. “No sólo porque es el medio de transporte más eficiente y sostenible que existe”, recuerdan desde Bielas Salvajes, “sino porque es nuestra manera habitual de movernos. Queremos potenciar la cultura cicloturista mostrando sus beneficios, tanto para el medio ambiente como para uno mismo. Pero también la bici es una herramienta clave para los ecofeminismos, que presentan un mundo centrado en la vida y en las personas. En resumen: viajar en bicicleta es la mejor forma de reflexionar sobre el vínculo entre los seres humanos y la naturaleza”.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #28- Lee el número completo aquí]