Una larga enfermedad se llevó el 23 de diciembre a László, y el pasado día 3 de enero las calles de Budapest se llenaron de ciclistas para homenajearle y agradecerle su contribución al movimiento del ciclismo urbano local.
László luchó por popularizar el ciclismo en su país, no sólo como un deporte sino, sobre todo, como una forma de desplazarse de manera saludable, económica y divertida.
Su filosofía era viajar todo lo posible para conocer lo mejor y, por supuesto, abrir la mente. Aseguran que, más que combatir la escasez de infraestructuras, su propósito era luchar contra los prejuicios de los ciudadanos, a los que consideraba primeros y últimos responsables de usar cada día la bicicleta.
Otra de sus máximas era evitar la distinción entre automovilistas y ciclistas, al considerar que todos somos personas que debemos compartir la calzada y establecer diferencias no hace más que disparar también la incomprensión y las trabas. En este sentido, también criticaba la proliferación sin sentido de carriles bici, que consideraba en la mayor parte de los casos caros, peligrosos y aparatosos, apostando en cambio por una pacificación global del tráfico y campañas de conocimiento y respeto.
Eso no le impidió intentar participar en decisiones públicas favorables al ciclismo o abogar por un sistema de bicicleta pública (que, finalmente, llegó a Budapest), aunque siempre bajo una premisa: no trabajar “para los ciclistas” en particular, sino para “los ciudadanos” en general.
László fue además un emprendedor eficaz: con el Club de Ciclistas de Hungría construyó una vibrante y activa comunidad ciclista no sólo recurriendo a voluntarios sino creando empleos y destinando los recursos de más de 2.000 asociados de pago. Gracias a su trabajo de “lobby” el gobierno húngaro destinará unos 300 millones de euros a la bicicleta entre 2014 y 2020.