Pasear por Copenhague, ya sea como ciclista o como peatón, es lo más parecido a adentrarse en una especie de irrealidad. Para un turista de la Europa del sur hay algo de hipnótico en ese civismo extremo. Uno no puede sino maravillarse… y sentir algo de envidia. Fundamentalmente, por seis razones.
1. Las bicicletas. Recorrer la capital danesa en bicicleta es una experiencia única. Desde los populares barrios de Frederiksberg, Ostebro o Norrebro, donde se llegan a producir atascos de pacientes ciclistas, hasta las atracciones del céntrico Tívoli, uno de los parques de atracciones más antiguo del mundo, o el parque de Dyrehaven, en el que se experimenta la inigualable sensación de pedalear entre ciervos y gamos en libertad. La orografía plana ayuda a entender por qué los daneses pedalean, de media, casi 1.000 kilómetros cada año. Mención aparte merece, claro está, la infraestructura: 400 kilómetros de carriles bici segregados del tráfico, a diferente altura de la calzada y de la propia acera. Una apuesta por la bicicleta que nació en los 70, como respuesta a la crisis del petróleo. ¿El resultado? Las bicicletas se cuentan por miles. Por millones. Hay, de hecho, más bicis que habitantes. Pedalean los niños, los jóvenes y los adultos. Los bebés y los perros descubren el mundo a lomos de los flamantes carritos de Christiania Bikes de sus amos y padres. Los ancianos burlan a la vejez a golpe de pedal. Se mueve en bici el ejecutivo, la pija, el universitario y el yonqui. Y todos lo hacen sin que eso sea considerado un rasgo distintivo o algo excepcional. Con absoluta normalidad. Porque en este rincón del mundo, moverse en bicicleta es tan lógico y natural como hacerlo a pie.
No sólo hay ciclistas por todos lados: hasta los niños y los perros pasean sobre flamantes carritos
2. La riqueza solidaria. “Aquí nadie evade impuestos”, me cuenta una simpática camarera. “Los ricos pagan mucho por una cuestión de patriotismo: hay que contribuir al crecimiento del país”. Esa especie de solidaridad escandinava quedó patente en una encuesta internacional elaborada por SoCap, que reveló que los daneses son los ciudadanos que más confían en el prójimo de todo el mundo. Y del mismo modo, confían en sus instituciones y en su clase política. Esa mentalidad explica, por ejemplo, la existencia de una renta básica universal, que permite que todos los daneses disfruten de una de las brechas entre ricos y pobres más estrechas del mundo, o el hecho de que el salario mínimo ronde los 2.000 euros. Aquí todo el mundo parece de clase media. O media-alta, a ojos de un español. ¿Genera esa política de subsidios un sinfín de vagos y maleantes? No. “En Dinamarca se puede vivir sin trabajar”, me confirma la camarera. “Pero muy poca gente lo hace: estar sin hacer nada está mal visto. Y de la misma manera, hacer ostentación de la riqueza genera rechazo”. El resultado de ese modelo se puede ilustrar con un dato: la mitad de los daneses tienen un nivel salarial prácticamente similar, que oscila entre 40.000 y 80.000 euros anuales, y sólo el 2,6% gana más de 91.000 dólares al año. El estado garantiza el acceso gratuito y universal a la educación y la sanidad.
3. Las ganas de disfrutar. Con la llegada del buen tiempo, las calles de Copenhague se llenan de vida. Atrás queda el interminable invierno, donde los días apenas cuentan con tres horas de sol, y durante el que los daneses se conforman con disfrutar de sus acogedores restaurantes a media luz y sus cálidos hogares minuciosamente amueblados. La vida se hace de puertas hacia dentro. En pleno estío es al contrario: amanece a eso de las cuatro de la mañana, y no oscurece hasta bien entradas las diez de la noche. Hay tiempo y, sobre todo, ganas de aprovecharlo al máximo: conciertos en la calle, terrazas con mesas corridas en cada esquina, gente y más gente disfrutando de una cerveza frente al río o en cualquiera de sus muchos parques… E infinidad de sonrisas. Porque aquí, al menos en verano, la gente sonríe constantemente, lejos de lo que cabría esperar a pirori de un pueblo de carácter reservado, con fama de ser tan gélido como sus largos inviernos.
Los daneses son los mayores consumidores de productos ecológicos de Europa
4. Conciencia, sostenibilidad y ecología. A pesar de sus importantes recursos petrolíferos, Dinamarca es el gran abanderado mundial de las energías renovables: casi una tercera parte de la energía del país procede de los aerogeneradores que dibujan el horizonte. Capítulo aparte merece su querencia por los productos orgánicos: sus ciudadanos consumen más alimentos ecológicos que ningún otro de la Unión Europea. Incluso se llegó a aprobar una ley que gravaba con impuestos los productos con más grasas saturadas. La querencia por la vida sana y los alimentos orgánicos es una costante que se ve en cada esquina. ¿Quieres comer sano? Este es tu sitio.
5. Los horarios. Puede que para un español resulte extraño comer a las 11.30 y cenar a las 18.30. Pero dentro de la lógica danesa, y teniendo en cuenta las pocas horas de luz del invierno, tiene todo el sentido del mundo. Más allá de las horas de comida, los horarios comerciales son infinitamente más razonables: es difícil que un comercio cierre más allá de las 17.30 h. “¡Es que hay que ir a casa y disfrutar de la familia!” Me explica la dependienta de una tienda de telas mientras echa el cierre. Le explico la diferencia con España. “Claro, es que allí tenéis que echar la siesta”, bromea. Más allá de los tópicos, la realidad es que los daneses no trabajan más, pero sí son más productivos. Sus derechos laborales están, además, fuertemente protegidos: un 70% de los daneses está afiliado a algún sindicato, una institución enormemente poderosa en este país.
Los daneses no trabajan más, sino mejor, y la mayoría están afiliados a algún sindicato
6. La libertad y la seguridad. En un país civilizado hasta el extremo, la libertad se respira de otra manera. A nadie le sorprende que beber en la calle sea una costumbre arraigada. Tampoco que el barrio de Christiania, ubicado en unas antiguas instalaciones militares que un grupo de familias hippies okuparon en los años 70, tenga categoría de estado independiente, con venta legal de marihuana en sus calles. Un lugar privilegiado en pleno centro de la ciudad que ha soportado la presión de posibles especuladores inmobiliarios, algo impensable a este lado de los Pirineos. Copenhague es, por otra parte, uno de los lugares donde más se respira igualdad entre hombres y mujeres, tanto en el plano social como en el laboral, y uno de los países con mayor tasa de mujeres en el mercado laboral. En materia de seguridad, nada como ser ciclista para comprobar que dejar tu bici en la calle y que no te la roben es lo más normal. De hecho, el 90% de ellas apenas utilizan el clásico sistema de asegurar la rueda trasera, que impide que la bicicleta pueda rodar. Se producen robos, pero representan un porcentaje ridículo frente al número de bicicletas que hay por las calles. Esa seguridad se disfruta también en el ámbito personal: en pocos lugares de Europa uno se siente más tranquilo que en Copenhague.