Lo que comenzó como un mero proyecto artístico se ha convertido en una reivindicación en toda regla. La joven activista Marina Jaber, de 25 años, desafía al machismo en Irak, su país, de la misma forma en que lo hicieron tantas y tantas mujeres a principios del s XX: sobre una bicicleta.
Tal y como ha relatado a eldiario.es, la bicicleta es para Marina un símbolo de libertad y emancipación, en un país en el que no está precisamente bien visto que una mujer pedalee por las calles, frente a las miradas de desprecio e incomprensión de muchos hombres.
Todo comenzó en un viaje a Londres. “La familia de mi prometido vive en Reino Unido y fuimos a visitarles. Él sugirió que alquiláramos unas bicis. Eran todas rojas, parecían regalos de Navidad, muy bonitas”, ha explicado al citado medio.
De Londres a Bagdad
La experiencia la marcó profundamente: “Por un lado me sentí feliz, muy orgullosa de mí misma conduciendo una bicicleta. Pero al mismo tiempo no me gustó ese sentimiento. Era sólo una bici, debería sentirme así con cosas importantes, no eso, y me preguntaba por qué no podía hacer lo mismo en mi país, por qué no está permitido. ¿Realmente es algo que no se acepta o es que simplemente hemos dejado de hacer estas cosas?”, se preguntó.
Según cuenta eldiario.es, Marina tuvo que mentir a su propia familia para poder realizar su sueño de usar la bicicleta en Bagdad. “Ni mi padre ni mis hermanos hubieran estado de acuerdo, tuve que mentirles. Ellos pensaban que yo me iba a trabajar y en realidad había dejado el trabajo para montar en bici”, cuenta.
Sentí miedo, como si estuviera haciendo algo malo
Al principio recorrió las calles del centro de la ciudad, y de ahí fue hasta barrios más populares y conservadores donde la experiencia fue duro. Recibió comentarios desagradables, miradas, empujones… “Sentí miedo, como si estuviera haciendo algo malo y empecé a cuestionarme qué estaba haciendo. Me decía a mí misma que no era necesario. El corazón me latía con fuerza”, recuerda.
La historia de Marina se ha hecho viral en las redes sociales, y su gesta ha provocado una pequeña -pero nada desdeñable- revolución en la capital iraquí. “Empecé a recibir muchos mensajes de chicas diciéndome lo fuerte que era, y me contaban sus vidas, cómo habían sido maltratadas por sus padres, hermanos, maridos, diciéndome que necesitaban una solución, que no sabían qué hacer”, relata.