Aún así, un lector imaginaría que por lo menos se podría encontrar una cierta cohesión dentro de, por ejemplo, la Lima Moderna. Pues no es así. Cada alcalde de cada distrito que compone la Lima Moderna tiene una idea propia de infraestructura vehicular, espacios para el esparcimiento, áreas verdes, construcciones para edificios de más de siete pisos. Aunque la Municipalidad Metropolitana debiera trazar un plan general sobre todos estos temas, al final, cada alcalde decide qué priorizar.
Ciclovías (casi siempre) imposibles
Es por ello, que uno se puede encontrar con pedazos de ciclovías, muy dispares entre distrito y distrito, en algunos no existe siquiera ciclovía, en otras, la ciclovía es sólo un trazo en la misma vía de automóviles. En la Lima Moderna se pueden encontrar tres ciclovías, debidamente planificadas y que cruzan varios distritos: Av. Salaverry, Av.Arequipa y la Av. Universitaria. Todas ellas construidas hace varias décadas atrás.
Sin embargo, su mantenimiento, señalización y acondicionamiento sigue dependiendo del humor de cada alcalde de turno del distrito en el que estén casualmente ubicadas. En estos últimos años, algunos distritos han decido construir rutas alimentadoras a estas tres grandes ciclovías. En algunos casos han tenido más criterio técnico que en otros. El caso más emblemático de esta fiebre constructora de ciclovías sin conexiones (lo que las convierte en piezas de museo urbano) es la fallida implementación de la denominada Costa Verde.
Los distritos de la llamada Lima Moderna cuentan con una vista al Mar de Grau y hace poco más de cinco años, se planificó unificar toda la costa bajo un proyecto que incluyera diversas zonas de esparcimiento y una gran ciclovía que permitiría recorrer cinco de estos distritos. Sin embargo, la realidad fue otra. En este amplio espacio, la ciclovía está construida en un par de distritos, luego desaparece, luego vuelve a aparecer por pedacitos y queda bajo responsabilidad del ciclista ingeniárselas para terminar el recorrido.
La ley del más fuerte
Pero la ciclovía no es la única vía que puede usar un ciclista, también puede usar la pista. Sin embargo, el tráfico limeño no repara en la ley de tránsito sino en la ley del vehículo más grande, por lo que, el ciclista y el peatón son los últimos en la lista. Inclusive, muchos de los conductores de buses, automóviles, y hasta motos creen que la pista no debería ser usada por los ciclistas y no dejan el espacio de seguridad requerido para el paso de una bicicleta.
Con todo ello, el lector se imaginará que en esta ciudad tan adversa al ciclista no se podría encontrar más que con una decena de bicicletas rondando toda la ciudad (sólo he comentado el caso de Lima “Moderna”, la situación de las otras Limas es aún más alarmante) y sólo en días feriados. Pero lo curioso, es que no es así. Por el contrario, cada vez más, la gente por diversos motivos, utiliza la bicicleta para transportarse por tramos cada vez más largos, en horas puntas.
Cada año aumentan los eventos relacionados con el ciclismo urbano
En este último quinquenio se ha afianzado la presencia de diversos activistas del ciclismo, grupos ciclistas y organizadores de paseos en bicicleta por diferentes partes de la ciudad. Cada año, los eventos relacionados al ciclismo urbano aumentan y cada vez hay más bicicletas. No en vano, algunos alcaldes, han invertido en construir pedacitos de ciclovías y en cerrar algunas avenidas los días domingos para que peatones y ciclistas puedan disfrutar del espacio público con seguridad.
Cuando veo las noticias sobre el tipo de incentivos que algunas ciudades europeas utilizan para el uso de la bicicleta, todas incluyen la construcción de una ciclovía que interconecte varios puntos de la ciudad. Algo así como, primero la infraestructura y luego llegaran los usuarios, en este caso los ciclistas. Sin embargo, en nuestra tan particular realidad limeña, el caso es justamente el opuesto. Con las autoridades urbanas mirando hacia otro lado, ha sido el ciudadano, que ha tomado su bicicleta y ha comenzado a pedalear, exigiendo poco a poco el derecho de compartir la vía con otros medios de transporte.
Y cada vez que pienso en eso, y en cada ciclista limeño que sin saber esta siendo parte de este gran fenómeno, de una especie de participación civil individual, recuerdo que, al final, somos hijos de aquellos quienes en la década de los ochentas sobrevivieron una fuerte crisis económica y social en la ciudad, de aquellos que construyeron su hogar en el desierto y de quienes iniciaron pequeños negocios familiares que ahoran perfilan la economía nacional. Pero eso también trae otra reflexión, ¿por qué no transformamos esa iniciativa civil individual en un diálogo mayor, que permita una participación colectiva cohesionada y organizada para obtener mayores logros? Quizás, el movimiento ciclista urbano puede ser una de las tantas excusas que necesitamos como limeños para poder encontrar por fin lo que tanto buscamos.