La Guerra Fría empezó en 1945, nada más terminar la II Guerra Mundial y tras el correspondiente reordenamiento territorial y político del mundo resultante. De pronto, la Unión Soviética (URSS) pasaba de amable amiga de Occidente a ceñuda amenaza militar, y las relaciones de intereses y poder a ambos lados del Telón de Acero giraban 180 grados. Dos bloques antagónicos surgían, separados por interpretaciones dispares y antagónicas de la Historia, la Vida y el Hombre.
Deporte y convivencia
Tras el terror de la guerra, el deporte ocupó un lugar capital como restaurador de la existencia cotidiana. La reanudación de los Juegos Olímpicos en Londres, en 1948, ejemplificó la voluntad común de reconducir el futuro: fueron unos Juegos precarios, pero moralmente necesarios, destinados a restablecer la convivencia. En ellos no estaba Alemania, castigada con Japón como responsable de la Segunda Guerra Mundial, pero sí Checoslovaquia y Polonia, países en la órbita soviética que acordaron organizar una prueba ciclista ese año como contribución a la distensión general. Discurriría alternativamente entre Varsovia y Praga y sería un mini-Tour para corredores aficionados, los únicos deportistas reconocidos en las naciones del Este, ejemplo de la distancia ética entre la pureza socialista del deporte y su mercantilización en los países capitalistas.
Como ya pasara en el Tour serían unos periódicos, el polaco Trybuna Ludu y el checo Rudé Právo, los encargados de poner la carrera en marcha, popularizarla y darle el apoyo preciso para convertirla en un acontecimiento deseable y de empeño ciudadano obligatorio. Desde los dos Gobiernos se decretó un estado de entusiasmo general, manifestación visible e incontestable de la felicidad ciudadana en las llamadas, desde dentro, “democracias populares”.
Paz y cooperación
Con la terminología imperante en aquel lado del Telón de Acero la prueba fue bautizada como Carrera de la Paz, y pretendía expresar “la voluntad de todos los participantes de mantener una paz duradera, la seguridad y la cooperación entre los pueblos de todos los continentes de nuestro planeta”. No sólo eso, también buscaba profundizar “en la solidaridad internacional entre los atletas y la popularización del ciclismo amateur”, además de “atraer el interés de la gente que no se siente atraída por otras formas de propaganda, demostrar el nivel de vida de las masas y el crecimiento de la economía nacional, y convertirse en un símbolo de la colaboración fraternal entre las naciones amantes de la paz y de la amistad polaco-checa en particular”.
Mientras, en 1949, la Unión Soviética detonaba su primera bomba atómica (instaurándose, en la Guerra Fría, el llamado “el equilibrio del terror”), la Carrera de la Paz empezaba a crecer, ganando un prestigio indudable en el campo aficionado, del que se constituyó en blasón. Su significado era jaleado con entusiasmo por el izquierdismo occidental, que la mitificaba como bandera de un socialismo cooperador e internacionalista.
Trabajadores ciclistas
Los corredores desfilaban el 1 de mayo, día de la Fiesta del Trabajo, una fecha reivindicativa del obrerismo sin fronteras, y tomaban la salida el día 2. En 1952, con la colaboración organizativa del Neuer Deutschland, se añadió Berlín, capital de la República Democrática de Alemania (RDA), al trayecto. La Carrera de la Paz pasaba a conocerse por muchos como la Varsovia-Berlín-Praga, aunque en 1969 la capital checa quedase fuera del recorrido tras la invasión, por parte de los tanques del Paco de Varsovia, de Checoslovaquia.
Ese año 1952 revistió especial importancia en la relación deporte-política. La URSS debutaba en unos Juegos en Helsinki, donde quedó en el segundo puesto del medallero sólo tras los EE UU. Sería primera en 1956, en Melbourne, y en 1960, en Roma, alternándose ambas superpotencias en el dominio del medallero en las ediciones posteriores y sufriendo en mayor o menor medida la irrupción, en los años 70, de la RDA, ejemplo máximo de eficiencia per cápita y rentabilidad política del deporte.
En 1985 y 1986, el diario Pravda, órgano oficial del Partido Comunista de la URSS, se unió a la organización de la carrera, que devino en la Praga-Moscú-Varsovia-Berlín y asimismo en la Kiev-Varsovia-Berlín-Praga. Los vencedores se convertían en héroes nacionales: imposible olvidar al alemán oriental Gustav Adolf Schur, triunfador en dos ocasiones en la década de los 50, años de especial virulencia y bipolaridad ideológica. Schur fue, además, el primer ciclista alemán en coronarse campeón del mundo amateur (1958 y 1959), además de conseguir dos medallas olímpicas (plata y bronce) en disciplinas por equipos. Gracias a su inmensa popularidad y prestigio, Schur accedió a la Cámara Popular (Volkskammer), el Parlamento de la RDA en el que permaneció entre 1959 y 1990.
Parecida fama gozó en su país el polaco Ryszard Szurkowski, cuádruple vencedor de la carrera y doble campeón del mundo de aficionados (individual y por equipos) en 1973, en Barcelona. El plusmarquista de victorias (cinco) en la Carrera de la Paz, Steffen Wesemann, no disfrutó de tanta admiración: sus éxitos llegaron entre 1992 y 2003, cuando ya habían caído el Muro de Berlín, el Telón de Acero y todas las barricadas que separaban una Europa de otra. También se había derrumbado, mitad idealismo, mitad hipocresía, la barrera que establecía la diferencia entre deportistas aficionados y profesionales. A caballo de dos épocas, Wesemann, alemán del oeste, compitió con los ciclistas occidentales e incluso ganó el Tour de Flandes. Algunos alemanes orientales como Olaf Ludwig o Uwe Ampler, ganadores de la prueba, llegaron a tiempo de competir y triunfar en Occidente, y con otros corredores polacos o uzbekos constituyeron el puente entre dos hemisferios antitéticos que acabaron fusionándose: la Guerra Fría ya sólo era una página trascendental pero ajada de la Historia.
La Carrera de la Paz, en la que participó Miguel Indurain en 1983 y donde Aitor Garmendia fue segundo en 2001 y 2002, ya no tenía ninguna razón de ser. Al compás de los cambios sobrevenidos había ido languideciendo desde principios de los 90, y desapareció en 2006. La carrera murió, pero su significado permanece intacto, como ejemplo deportivo único de un tiempo y un mundo perdidos.