La bicicleta más famosa de la serie es una Schwinn, empresa fundada en Chicago en 1895. La máquina pertenece a Mike Wheeler, personaje interpretado por Finn Wolfhard con gran protagonismo en el inicio de la saga pero ya más ausente en su cuarta temporada. La bici es una Schwinn Sting-Ray, pronto transformada en objeto de deseo para los fans: tanto, que el fabricante lanzó en 2018 una edición limitada de 500 unidades que se vendió en horas. Costaba 380 euros y equipaba sillín "banana" con respaldo, manillar de gran altura, horquilla delantera Springer y neumáticos blancos. Por supuesto, también exhibía el logo de Stranger Things sobre el cárter que protege la cadena: irresistible para los más fetichistas.
'Stranger Things' atrapa a millennials y jóvenes de la generación Z, claramente interesados en esa era predigital en la que aquellos chicos (hoy sus padres) salían en bicicleta, permanecían horas ilocalizables y vivían fantasías protagonizadas por monstruos, fantasmas o extraterrestres.
El éxito de Stranger Things está obviamente relacionado con su culto por los años ochenta, la década en que creció el grupo mayoritario en la pirámide de población actual y en la industria audiovisual. Década de cardados y hombreras, del walkman y el Pac-Man, de Reagan y Gorbachov como protagonistas de la última etapa de la Guerra Fría, del metal hair y la new wave.
Las referencias son explícitas: Steven Spielberg (sobre todo el de Poltergeist, Regreso al futuro y E.T., el extraterrestre), Stephen King, Los cazafantasmas… Pero si Stranger Things se transformó en un gran éxito fue porque también atrapó a otras generaciones: millennials y jóvenes de la generación Z están claramente interesados en esta era predigital, en la que aquellos chicos (hoy sus padres) salían en bicicleta, permanecían horas ilocalizables y vivían fantasías protagonizadas por monstruos, fantasmas o extraterrestres, herederos de antiguos temores como, por ejemplo, la devastación nuclear.
Max Mayfield, el sufrido personaje interpretado por la pelirroja Sadie Sink que vive escuchando Running Up That Hill (A Deal With God), canción ochentera de Kate Bush que la serie hizo viral, se mueve mucho en skate. Pero también tiene una bici alucinante: se trata de una Mongoose repleta de adornos amarillos. La bicicleta ideal para escapar del Demogorgon, el temible demonio del inframundo que tiene a mal traer a todos los habitantes de la asediada Hawkins.
Lucas Sinclair, personaje interpretado por Caleb McLaughlin, también tiene una Schwinn. Es la Predator, una BMX lanzada en 1983 que mereció una nueva edición limitada, que hasta incluía una linterna retro multicolor para guardar en la bolsa delantera en verde militar.
La reedición de esta Schwinn también equipaba dos cebos para los más fanáticos: el pañuelo que el personaje usa cada vez que debe entrar en acción y un mensaje, oculto debajo del asiento, sólo para los afortunados propietarios de esta joya.
Las bicis cumplen un rol clave en esta ficción. Pero es que bicicleta, niñez y cine siempre han hecho buenas migas.
No podía ser de otro modo: las bicis cumplen un rol clave en una ficción protagonizada antes por niños, y ahora por adolescentes. Bicicletas, niñez y cine hacen buenas migas: lo demuestran cintas tan entrañables como Los Goonies (1985) o Cuenta conmigo (1986), y una serie arrodillada al celuloide ochentero no podía ser menos. Es, sobre todo, en su primera temporada cuando los protagonistas pedalean entre peligros, y empiezan también a vislumbrar el pedregoso y apasionante camino hacia la adolescencia.
Acechados por un enemigo monstruoso, quizá alegórico de la crueldad del mundo adulto que los espera, los héroes montan en bici en busca de aventuras: cada vez que aparece una bicicleta, Stranger Things entra en ebullición.