Inocencia y brutalidad se dan la mano en una de las escenas más icónicas de Euphoria: Jules, una adolescente transexual recién llegada a un pueblo cualquiera de Estados Unidos, se desplaza en plena noche en bicicleta por las calles desiertas. Su destino es un motel de las afueras, donde la espera un desconocido con el que ha contactado a través de una app de citas. Un hombre poderoso, un señor, que encuentra placer sometiendo salvajemente a chicos jóvenes. Tras el encuentro, con más dolor y violencia que sexo, Jules queda tendida en la cama.
Creada por Sam Levinson, también director de la controvertida y aclamada Nación Salvaje (con la que guarda ciertas similitudes), Euphoria está inspirada en la homónima serie israelí. A lo largo de ocho capítulos de, aproximadamente, una hora, Euphoria aspira a ser un crudo retrato de la adolescencia norteamericana. En ella no falta ninguno de los ingredientes que cabría esperar: drogas y sexo desenfrenado, mucha confusión vital, cotidiano acoso escolar, inseguridad y, sobre todo, frustración. Toneladas de frustración. Y, pese a ello, Euphoria no resulta gratuita ni irreflexiva. Sí, la adolescencia es dura. A veces, todo un infierno. ¿Por qué no iba a trasladar Euphoria toda esa crudeza a la pantalla?
Generación Z
Rue, a quien da vida la actriz y cantante estadounidense Zendaya, es el hilo conductor. Su personaje nace, y no debe ser casual, el día en el que se derrumbaban las Torres Gemelas. Una fecha, el 11 de septiembre de 2001, marcada a fuego en la memoria colectiva planetaria, aunque de forma especialmente traumática en EE UU. Sí, todo un punto de inflexión en la historia.
Adicta a casi cualquier droga Rue es, junto a un elenco de actores y actrices sobresalientes, el reflejo de toda una generación llamada generación Z o posmilénica. Jóvenes que, desde la cuna, viven rodeados de tecnología, fuertemente influidos (¿esclavizados?) por las redes sociales y la dictadura de los likes. Dueños de un tiempo de infinitas posibilidades, casi tantas como dudas e incertidumbres, en los que aflora el populismo y se agitan los miedos. Donde la crisis no es sólo económica, sino también existencial y de valores. Una época en la que el acceso libre y gratuito al explícito y distorsionado sexo digital convive con la paradoja de que esa sea, precisamente, la única educación sexual de la gran mayoría de los jóvenes.
Sí, el sexo juega un papel esencial en Euphoria, donde sus protagonistas viven abruptos despertares sexuales en desenfrenadas fiestas, se asfixian bajo relaciones tormentosas o, de nuevo, se precipitan por los laberintos que componen Internet. El acoso, los complejos y la presión social subyacen tras las tramas de los personajes, llevando al espectador de la mano (o de cualquier otro sitio) a espirales de placer, egoísmo y autodestrucción.
Pero Euphoria hace pensar. No en vano, y solo por detrás de la omnipresente Juego de Tronos, se trata de la ficción más comentada en las redes sociales. Comentarios que proceden, además, de un público transversal, porque Euphoria no solo está dirigida a los adolescentes. Cualquiera puede disfrutar de su cuidadísima estética, de su adictivo guión, de su precisa y coral forma de presentar a los personajes. Y su frenético ritmo, claro, la hace tan incómoda como, por momentos, sobrecogedora.
Libertad y bicicletas
De no ser así no hablaríamos aquí de ella: la bicicleta juega un papel esencial en Euphoria. Más, incluso, de lo que cabría pensar en primera instancia, porque son muchos los protagonistas que, en un momento u otro, hacen uso de ellas. Para ir a clase. Para comprar droga. Para acudir a cualquiera de las innumerables fiestas que, gracias a la circunstancial ausencia de padres, se celebran en las enormes viviendas unifamiliares de los suburbios. Pero, sobre todo, la bicicleta sirve como catalizador de emociones. Porque sobre ellas ríen, lloran y, quizá, empiezan a enamorarse Rue y Jules. Sobre una bicicleta se bañan en las emociones a flor de piel de la juventud, sobre una bicicleta empiezan a saborear la libertad, y el dolor, que trae consigo el violento tránsito a la vida adulta.
En una de las escenas más hermosas de toda la serie Jules pedalea, con fuerza, a través del bosque. Rue apenas puede seguirla con dificultad. “¡Claramente, respirar no es una prioridad para ti!”, le grita Jules a su mejor amiga, en una frase que resume la forma de vivir del personaje de la melena rizada. Exhaustas, llegan al final del camino, donde se detienen y, con el sol bañando sus rostros, que reflejan una luz capaz de cegar al espectador, mantienen una de esas conversaciones aparentemente insustanciales de Euphoria. Planes. Familia. Futuro. Citas. La vida misma.