Apenas había salido de su casa, en Vitoria, pero tuvo hambre. Aparcó su bici, se sentó en un banco en Legutio y, al sacar un poco de pan y queso, una furgoneta se detuvo a su lado. El conducto bajó y le ofreció una cerveza, que ella rechazó con amabilidad, porque tenía que seguir su camino. Cuando él le preguntó a dónde, Yolanda no lo dudó: "Mi plan es llegar hasta China".
Así es Yolanda Muñoz Alonso: fuerte, valiente y perseverante. Y ese primer diálogo, fugaz, fue el primero de una serie muy larga, casi siempre con personas que a lo largo de un extenso periplo se ofrecieron a ayudarla. ¿Por qué? Seguramente, por la admiración y empatía que despierta el espíritu indomable de una mujer que, cuando no recorre el mundo a lomos de una bicicleta, trabaja como maestra de primaria. “Los docentes españoles tenemos un buen convenio”, explica. "Si llevas cuatro años trabajando puedes tomarte un año de excedencia por motivos personales. Suelo rebasar esos plazos, pero hasta ahora me han mantenido el puesto", bromea.
Para ese larguísimo viaje, Yolanda salió un 16 de julio de 2015 con la idea de cruzar Europa y Asia en tren y bici. Tuvo un accidente en Polonia por una avispa inoportuna que se le metió en un ojo y le hizo perder el control de su bici. Viajó en el Transiberiano desde Moscú hasta Mongolia. Llegó a Pekín en tren, y de ahí partió al Tíbet del Este, donde retomó la bici. En total, unos 19 mil kilómetros, que contó en un blog y donde, entre otras cosas, también reflexiona sobre las inequidades que el neoliberalismo ha sistematizado en todo el planeta.
Mundo mujer
A diferencia de viajes anteriores, esta vez optó por ir sola. "Mi familia alucina conmigo", cuenta, "porque soy muy activa con el movimiento feminista, milito en contra del fracking y me encanta viajar sola. Es un gusto que puedo darme porque soy soltera y no tengo hijos. Lo decidí con 20 años, como decidí, y sigo pensando, que somos las mujeres las que movemos el mundo".
En su viaje, cruzó Francia en diagonal hasta Alemania y la República Checa. En Polonia, una avispa la picó en el ojo mientras circulaba a 40 kilómetros por hora, rompiéndose en la caída una costilla y tres dedos de una mano. "Con paciencia y la ayuda de la gente”, recuerda, “crucé Polonia y Rusia y llegué hasta Ulan Bator, capital de Mongolia, donde me quitaron la escayola. Tras dos semanas de masajes diarios, volví a pedalear hasta Sichuan y Yunnan, dos provincias chinas donde monté a 4.500 metros de altura".
Una avispa la picó en el ojo, rompiéndose una costilla y tres dedos de una mano y ni siquiera eso la detuvo.
Hong Kong. El norte de Laos. Las playas del sur de Tailandia, y miles de kilómetros a lo largo de Camboya, Birmania e India. Cruzó Nepal, volvió a India para recorrer las montañas de Himachal Pradesh, Ladakh y Cachemira, y para evitar dificultades con el visado voló de Nueva Delhi a la capital de Kirguistán, Bishkek. "Atravesé ese país, Tayikistán y Uzbekistán, subí hasta Aktau, en Kazajistán, y crucé el Mar Caspio en barco, para entrar en Irán por Azerbaiyán. Era enero, y todo era nieve, frío y hielo".
Fue ese frío el que la obligó a atravesar Turquía en autobús hasta llegar al punto y final de su viaje: Grecia. "Permanecí un tiempo en Atenas porque muchas personas que huían de la guerra de Siria estaban allí atrapadas, por lo que me quedé para ayudar".
Entre otras lecciones, una muy clara: "El mundo real no es el que nos cuentan en los medios de comunicación", señala. "No existen sólo la barbarie y las guerras, los genocidios y el robo de recursos de la mano del neoliberalismo arrasador. También hay muchas personas amables y bondadosas, como las que pude conocer allí".
Y es que, a lo largo de su aventura, Yolanda construyó lazos de amistad con mujeres de Alemania, China, Birmania o Irán. También sufrió algunos episodios incómodos: "En las carreteras de Irán", recuerda, "algunos camioneros intentaron besarme o tocarme con la excusa de ofrecerme agua o fruta. Pero siempre les hice frente, nunca les mostré mi miedo. Fue en ese país donde viví las experiencias más complicadas, pero también donde otro hombre me llevó a visitar a su madre viuda, en un pueblecito de diez casas, y me presentó a hermanas, sobrinos y primas. En resumen: "¡Es imposible aburrirse en Irán!”, asegura. “Entre bocados de pan lavash, sopa de verdura, queso paneer y pasta de sésamo con miel, me fui cargando de energía para ponerme de nuevo en ruta".
La mejor inversión
Sin dudarlo, nos confirma que repetiría sin pensárselo. Pero tiene otro viaje en mente: África. "Quiero recorrerla en bici porque la naturaleza es brutal", nos cuenta desde Sri Lanka, donde se encuentra ahora mismo, "y también quiero probar a subir, sin ayuda, a lugares que estén a más de 5.000 metros de altura".
Mirando hacia atrás, su lugar favorito de todos los que pedaleó es Ladakh, una región de Cachemira. Objeto de controversia entre India, Pakistán y China desde 1947, es conocida también como `el pequeño Tíbet´ donde se encuentran las cadenas montañosas del Himalaya y Karakoram y el valle superior del río Indo. "Aunque era el objetivo final del viaje", reconoce, "China me abrumó un poco. Es un país maravilloso, con gente muy simpática y muy dada a regalarte comida, pero todo tiene una escala inmanejable. Y, sobre todo, me gustaron más las provincias que Pekín: allí hay demasiada gente, cada uno va a lo suyo y los hombres se pasan el día fumando y escupiendo".
¿Qué hace falta para emular a Yolanda y emprender uno de estos viajes a priori imposibles? "Experiencias así te hacen ganar autonomía, independencia y sabiduría", afirma, "por eso son una gran inversión. Basta con tener ganas de hacerlos y planificarlos bien. También hay que usar la intuición para evitar peligros, confiar en nuestro instinto y enfrentarte a los agresores potenciales, sin acobardarse. Por supuesto, también habrá días buenos y malos, carreteras en pésimo estado, pinchazos o un clima insoportable, pero lo superarás si confías en ti misma y crees en tu potencial".
"Viajar así te hace ganar autonomía, independencia y sabiduría, por eso es una gran inversión. Basta con tener ganas de hacerlo y planificarlo bien" (Yolanda Muñoz)
Y es que Yolanda no tiene dudas: viajar sola es maravilloso. "Aprendes a enfrentarte a cualquier situación, a sacarte las castañas del fuego, y contribuye a tu crecimiento personal. El contacto con la naturaleza es estupendo. Y te da una sensación de libertad increíble, muy disfrutable. Por supuesto, recomiendo hacerlo en bici… ¡Porque la bicicleta abre puertas en todo el mundo!".
Annie sí, Miguel no
"En un hostal de Bangkok muy animado", recuerda, "empecé a hablar con un tipo que, con simpatía, me llamó Indurain. Muchas de las personas que estaban allí conocían al ciclista y le aplaudieron la broma, pero yo le dije que prefería que me llamara Anna. ¿Por qué? En honor a Annie Londonderry la primera mujer que recorrió el mundo en bici. Pero a ella en cambio, no la conocía nadie… ¡Así se ha portado la historia con nosotras!".
Poker de bicis
Yolanda empezó a moverse en bici a los 25 años. "La usaba en Vitoria para ir a la universidad y al trabajo. Es un lugar amable para los ciclistas, con buena infraestructura y donde cada vez se nos respeta más". Tiene cuatro bicis: la Mendiz con la que hizo su gran viaje (“pesa veinte kilos y yo llevaba cuarenta más en las alforjas, pero era la que tenía”), una VSF Fahrradmanufaktur, una Specialized y una BH "para andar por la ciudad”.
Tres comidas
“Recuerdo, por su sencillez y porque me la cocinaba yo misma, comer mucha pasta. Los hidratos de carbono son fundamentales: siempre iba cargada con pasta seca, que acompañaba con aceite y salsa de soja”.
"El mango sticky rice sí que era un verdadero manjar: lo probé en Tailandia, donde es un plato tradicional elaborado a base de arroz, leche, crema de coco, mango fresco y semillas de sésamo tostadas. De Tailandia recuerdo mil puestos de comidas de ajados y coloridos toldos, su pulcritud (a veces) y brusquedad (otras), la voluptuosidad de sus texturas, sus frutas exóticas, los olores de sus ríos, sus atardeceres… ¡y el sabor inmejorable del mango sticky rice!".
"Otro plato tradicional inolvidable, en este caso de Nepal, es el Dal Bhat. Lleva arroz (bhat) y sopa de lenteja (dal), y dependiendo del lugar y su origen étnico puede llevar tomate, cebolla, chili, jengibre y especias como el comino, garam masala y cúrcuma. Es vegetariano, muy saludable y suele venir acompañado de papadam, un pan plano y delgado muy típico".
Textos. Fotos. Y hasta vídeos: Yolanda recopila en su blog Ikusmundu Bizikletaz gran parte de sus experiencias ciclistas a lo largo del mundo. Imprescindible.