El 31 de diciembre de 2014 cogí un vuelo a La Habana para hacer un sueño realidad: recorrer la isla de Cuba en bici durante un mes y medio. Me habían contado maravillas de Cuba y de sus gentes. Los cicloturistas que habían estado me aseguraban que era un país seguro para una chica sola en bici: “los turistas somos la principal fuente de ingresos y hay policía vigilando por nuestra seguridad. No te debes preocupar. Además, en las principales ciudades hay cámaras de seguridad por las calles”.
Me tomé las uvas en el avión ilusionada, deseando conocer a esa gente tan amable y sus playas paradisíacas… después de pasar un día en La Habana montando la bici y recuperando del viaje, partí sin rumbo fijo. Sólo sabía que quería coger carreteras secundarias y lo más pegada a la costa posible porque las puestas de sol en la playa después de un día en bici son un regalo.
El segundo día de pedaleo, después de 100 km, llegué a Cienfuegos. Con unos 180.000 habitantes, Cienfuegos se encuentra en la península de la Majagua, en el centro de la costa sur y a unos 285 km de La Habana. Me dirigí a la zona de la marina (me habían dicho que era una zona segura) a buscar alojamiento en una de las casas oficiales que cuentan con permiso del Gobierno cubano. Dejé mi bici en el patio de entrada de la casa, piqué a la puerta y mientras, en la puerta y sin entrar, charlaba con la señora… me robaron la bici con las alforjas puestas. No me lo podía creer. Me ahorro los detalles, pero el final de la historia es que mis alforjas aparecieron 5 horas después tiradas junto al mar y se habían llevado parte del contenido. Yo me pasé 10 horas en una comisaría dando detalles. Mi bici nunca apareció, aunque la policía cubana me aseguró que aparecería porque tenían infiltrados…y yo volví a España un 5 de enero con una depresión post-robo que no le deseo a nadie y un gran disgusto. No sabía si lo superaría y podría volver a tener la valentía y/o las ganas de viajar en bici sola. ¿Casualidades de la vida? A mi hermano, el biciclown, también le robaron en Cuba.
Pasaron los meses, la embajada de España en Cuba me decía que seguían buscando pero que no tenían esperanzas de que apareciera. El seguro de viajes que tenía contratado no se hizo cargo de nada a pesar de que cubría todo tipo de actividades deportivas en todo el mundo. Y llegó la primavera, se acercaba el verano y tenía que decidir si volvería a viajar o no durante mis vacaciones estivales. Pensé que si Cuba me había quitado mi bici no iba a dejar que me arrebatase el sueño de conocer lugares en bici y que debía volver a viajar porque era lo que me llenaba. Tenía que vencer los miedos del pasado. Busqué destino con buen tiempo para evitar cargar las alforjas y con mar para disfrutar de esos atardeceres con colores de fuego y elegí Cerdeña: una isla formada por ocho provincias y con un perímetro aproximado de 1300 km.
Segundas oportunidades
No suelo planificar mis viajes al detalle, porque me gusta dejarme sorprender. Viajé a Alghero (en el norte de la costa occidental) en vuelo desde Madrid y la intención era dar la vuelta a toda la isla, dirección sur. El interior de Cerdeña es muy montañoso y pensé que las carreteras de la costa serían más asequibles. Nada más lejos de la realidad. Durante un mes las jornadas de bici eran un continuo sube y baja al borde de los acantilados que permitían, eso sí, disfrutar de unas vistas espectaculares de la costa sarda y sus bonitas playas y calas con aguas cristalinas. Las carreteras están asfaltadas, a excepción del tramo que llevaba a la playa Piscinas: una playa con dunas que presumen de ser las segundas más altas de Europa.
Podría decirse que Cerdeña tiene dos partes bien diferenciadas en cuanto al turismo y la naturaleza: el oeste y el este. Estas dos zonas se unen por un pequeño de tramo en el extremo sur (provincia de Cagliari) donde se encuentra una de las carreteras más bonitas y sinuosas: desde Porto Teulada hasta Chia. Aquí fue donde vi los primeros ciclistas después de casi 10 días prácticamente sola. Ciclistas holandeses, alemanes y franceses que vienen a buscar el buen tiempo y las carreteras costeras a modo de balcones que invitan a tirarse al mar.
La costa occidental (provincias de Sassari, Oristano, Medio Campidano y Carbonia Iglesias) tiene una naturaleza exuberante y cuenta con muy poca afluencia de turistas. Las carreteras están muy poco transitadas y las playas y calas están prácticamente vacías. Sus aguas cristalinas invitan al chapuzón cada poco. Pero… también es una zona menos desarrollada turísticamente, escasea el alojamiento y si surge un problema no se encuentra ayuda o solución rápida. En el extremo sur hay dos islas muy bonitas a las que se puede llegar en barco y luego recorrer en bici: Isola di San Pietro e Isola di Sant Antioco.
La costa oriental (provincias de Cagliari, Ogliastra, Nuoro y Olbia Tempo) está mucho más transitada. La publicidad que se hace de esta costa sarda, con sus pequeñas calas de arena fina blanca y sus aguas transparentes, son un reclamo para los turistas que vienen a hacer submarinismo o alquilar un barco y surcar las aguas turquesas. De esta zona destacaría un día que me tomé de reposo para coger un barco con mi bici que me llevaría desde Arbatax a Cala Mariula, Cala Media Luna y Cala Gonone. Las dos primeras solo son accesibles en barco y, además, así me ahorraría un buen desnivel para llegar a Cala Gonone y seguir hacia al norte.
Mis piernas comenzaban a resentirse. La afamada Costa Esmeralda, en el noreste, me decepcionó muchísimo. El tráfico era insoportable y los autobuses llenos de turistas, que no viajeros, en varias ocasiones casi me tiran acantilado abajo. Es una pena que esta zona tan bonita haya sido la diana del boom de la construcción. Pero después de la tempestad siempre llega la calma…. Y llegó cuando, después de pasar por el bonito pueblo de Castelsardo dominado por un imponente castillo y siguiendo la recomendación de un lugareño cogí un barco de Porto Torres al Parque Nacional de Asinara (declarado en el 2002). La isla está virtualmente deshabitada. El censo de población de 2001 indicaba sólo una persona. Tiene una longitud de unos 18 km que son los que recorrí para coger el barco de nuevo a tierra firme (Stintino). Una antigua cárcel hace ahora las veces del único alojamiento en toda la isla. Un albergue económico y muy recomendable. La noche que pasé allí hubo una tormenta brutal y nos deleitó con un fantástico espectáculo de fuegos artificiales.
Los últimos días de mi viaje por la costa norte de vuelta a Alghero empezaban a tornarse tristes porque acababa el viaje, pero estaba muy orgullosa porque había logrado quitarme los miedos de viajar sola y había logrado mi sueño: confiar en la gente y en mi capacidad de superar dificultades. Un lugar que recuerdo con mucho cariño es Porticciolo, a escasos 15 km de Alghero, con solo un camping, una playa con forma de media luna y una torre aragonesa que emerge en el promontorio defendiendo la bahía. Fue la guinda del pastel y el lugar perfecto para repasar tantos momentos vividos durante casi un mes y 1200 km de pedaladas.
Me gustaría acabar este relato retomando una cita de Walt Whitman, uno de los grandes poetas estadounidenses: “No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre“. Alguien, seguro que no con mala fe sino por necesidad, o eso prefiero pensar yo, me truncó un sueño. Pero otra isla, sus gentes, sus aguas cristalinas y sus carreteras solitarias me permitieron cumplir otro. Que nunca nadie ni nada os quite el derecho de soñar y de hacer vuestros sueños realidad.