El ciclismo de élite es uno de los deportes más caprichosos. Nada, salvo el esfuerzo agónico de los corredores, tiene su permanencia garantizada para siempre. La antojadiza varita mágica de los organizadores -hablamos de las grandes vueltas del calendario- es capaz de alterar la naturaleza de las pruebas hasta el punto de condicionar el abanico de posibles candidatos al triunfo final. Es como si a los atletas de 100 metros lisos les pusieran de pronto piedras sobre el tartán, o una cuesta arriba en los últimos 20. Algo así sucede en el ciclismo, que en estos últimos años gusta de despreciar la que ha sido una de sus disciplinas estrella: la prueba contra el crono. En los recorridos del Tour y Vuelta -en los del Giro menos- las contrarrelojes escasean. Las razones son variadas -desde su complejidad logística al mero cálculo de los beneficios para el espectáculo-, pero quizá se puedan resumir en lo que el periodista Juanfran de la Cruz llama “obsesión por mantener las generales apretadas hasta el final”. Ellos sabrán.
A pesar de esta reciente moda, la lucha contra el crono siempre ha sido un ingrediente principal de las vueltas por etapas. Las contrarrelojes premian al más fuerte en carrera, compensan los desequilibrios de la montaña y sirven de balanza para ponderar potencia y resistencia. Además, son microhistorias en sí mismas, pruebas con entidad propia dentro de una carrera de tres semanas. Temidas por unos y esperadas por otros, son la cuna de duelos – paradójicamente- intemporales: Pedro Delgado y Stephen Roche, Indurain y Rominger, Fignon y LeMond… Además, son un banco de pruebas inmejorable para la tecnología punta. No hay más que recordar aquellos primeros cascos diseñados para mejorar la aerodinámica, las bicicletas futuristas, los materiales nunca probados por los aficionados y que hacían soñar con velocidades de vértigo, con esa mística de la batalla contra el tiempo, tan (sobre)humana.
En medio de esta especie de silenciosa decadencia de la contrarreloj, y como antídoto, no está de más recordar algunas de sus legendarias etapas en la historia del Tour. Desde las hazañas del Monsieur Crono, Jacques Anquetil, a las apabullantes y maquinales victorias de Miguel Indurain en los noventa. Un repaso a la lucha contra el tiempo que, como aseguran desde Tissot, una de las marcas que más ha hecho por mejorar la tecnología de este tipo de pruebas, contiene dos de las materias primas fundamentales del ciclismo: la innovación y la tradición.
LeMond y Fignon, Tour del 89.
Fue el Tour más disputado. Al menos el que se ganó por menor diferencia en sus más de 100 años de historia: apenas 8 segundos entre el primero y el segundo de la general. Y gran parte de la culpa de este apretado resultado la tuvo una cinematográfica última etapa: una contrarreloj decisiva entre Greg LeMond y Laurent Fignon. 24 kilómetros en los que el primero logró arañar 58 segundos a Fignon, suficientes para vestirse de amarillo en París.
Perico Delgado y Roche, Tour del 87.
Dos años antes de la inolvidable pugna francesa entre LeMond y Fignon, tuvo lugar otra, de resultado amargo para los aficionados españoles. Pedro Delgado, Perico, vestía de amarillo. Apenas quedaban dos etapas para finalizar el Tour. El sueño de otro nuevo ganador español -tras Bahamontes y Ocaña- estaba muy cerca. Quedaba un solo obstáculo: una contrarreloj de 39 km en Dijon. Perico, pese al maillot que da alas, pese a todo su pundonor, no pudo con la poderosa pedalada de su gran rival, el irlandés Stephen Roche. El español quedó séptimo en la etapa y segundo en la general, a 40 segundos de Roche. “No hay rivalidades ahora como la que yo tenía con Perico”, dijo hace unos años el irlandés en una entrevista. Y a fe que repasando aquella contrarreloj -y las extremadamente duras etapas de montaña- estaba en lo cierto.
Induráin contra todos, Tour del 92.
Tras el amargo trago de Perico en el 87 -remendado con su triunfo en París un año después-, el ciclismo español viviría en los noventa, y con Miguel Indurain, sus años más excelsos. Indurain, con permiso de Anquetil, ha pasado a la historia como el mejor contrarrelojista que ha existido jamás. Una leyenda que empezó a forjarse el 13 de julio de 1992 en Luxemburgo. Aquel día, el pentacampeón navarro dobló a tres de sus rivales -incluido al mítico Fignon, que había salido 6 minutos antes que él- y cubrió los 65 km de la contrarreloj en 1 hora y 19 segundos. El segundo clasificado, a 3 minutos, fue su compañero de equipo, Armand de las Cuevas, un gran especialista contra el crono. Aquel año Indurain ganaría el Tour y su hazaña de Luxemburgo quedaría como una de las grandes etapas contrarreloj de la historia de la ronda gala.
Indurain contra Rominger, Tour del 94.
Otro eslabón en la carrera de éxito del ciclista navarro. La fecha: el 11 de julio. El lugar: Bergerac. 64 kilómetros contra el crono donde Indurain voló a más de 50 km por hora en medio de un calor asfixiante. Otra exhibición para la historia de la carrera. Indurain sacó 2 minutos a Toni Rominger, su gran rival de entonces y especialista contra el crono. Además de por su apabullante victoria, aquella etapa dejó un instante inolvidable, con el paso de las décadas hasta simbólico: Indurain doblando como una bala a un jovencísimo corredor americano que respondía al casi desconocido nombre de Lance Armstrong.
Anquetil, Monsieur Crono.
No fue un solo día ni una sola etapa. El gran campeón francés Jaques Anquetil, ganador de 5 Tour y apodado Monsieur Crono, venció en innumerables pruebas contrarreloj, tanto en el Tour como en otras competiciones de la época, durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Anquetil era, como Indurain, un corredor completo. Aguantaba la dureza de las etapas de montaña, algo imprescindible si que quiere ganar una vuelta por etapas, y luego machacaba a sus rivales en los días que había que enfrentarse al crono. A pesar de su extraordinario desempeño, el mítico ciclista francés -con fama de bon vivant y de calculador, pero capaz de ser el primer corredor de la historia capaz de ganar cinco Tours- aseguró hasta el final de sus días que solo se había esforzado cuando era necesario. Quizá de ahí su gran sincronía con las pruebas contra el crono, donde el esfuerzo debe ser medido al milímetro.
Bahamontes contra Anquetil, Tour del 59.
El primer español en ganar el Tour de Francia, Federico Bahamontes, escribió una de las páginas más brillantes de la ronda gala aquel último año de la década de los cincuenta. En un Tour durísimo, el español se impuso a todos en París, en parte gracias a su incansable desempeño en la etapa 15, una dura cronoescalada de 12,5 km en el Puy de Dôme. Aquel día Bahamontes ganaría con un tiempo de 36 minutos y 15 segundos. Segundo quedaría Charly Gaul, tercero Henri Anglade y cuarto el campeón Anquetil, a más de 3 minutos, que no tuvo su mejor jornada. Bahamontes achaca su fenomenal triunfo en aquella etapa a una nueva rueda, más ligera y de menos radios que las habituales de entonces, y a su gran estado de forma. Dos razones que están en la base de las pruebas contra el crono: la tecnología punta y la fuerza.