Soñadora, luchadora y extrovertida. Y muy dispuesta a perseguir sus sueños. Así se define Yoli Díaz, gallega, afincada en el Pirineo aragonés, quien hace unos meses, en pleno confinamiento, decidió escuchar su intuición, dejarse llevar y, finalmente, montar su propia cafetería ambulante sobre ruedas.
Todo comenzó hace un tiempo, tras su último viaje en bicicleta. “Desde 2016”, nos cuenta, “hago un viaje al año pedaleando. Hasta ahora era siempre cerca de mi zona de confort: España, Francia, Portugal… Pero, justo antes de la pandemia, me lancé a algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer: volar con la Dragona, mi bicicleta y compañera de aventuras, al sudeste asiático”.
Dicho y hecho: Dragona y Yoli se subieron a un avión y juntas recorrieron, durante tres meses, Laos, Camboya y Vietnam. “Acampaba, hablaba con gente local, dormía en templos con monjes… hasta que un gato me mordió”, relata. Cuando ese gato se cruzó en su viaje, sus planes cambiaron: apenas le quedaban diez días para volver a España y su idea inicial era pedalearlos a orillas del Mekong, pero tuvo que permanecer en Pakse, al sur de Laos, desde donde iría a la capital Vientián. Días de recuperación pero, también, de reflexión: si ese gato no le hubiese mordido, seguramente a día de hoy no existiría la Koffeecleta.
Imaginación al poder
“Al volver a España”, recuerda Yoli, “empecé a hablar con una amiga sobre montar un food truck. Estábamos muy ilusionadas, pero ella se fue bajando del tren y yo, en cambio, quería invertir toda mi energía”. El food truck era una buena idea, pero… Faltaba algo por encajar. Hasta que un día, a las cinco de la mañana, Yoli se despertó entre sueños y lo supo: “¡Una bicicleta! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Así que esa mañana, y muchas de las que vendrían después, no se separó de su móvil buscando inspiración y manejando todo tipo de ideas.
¿Por ejemplo? La Foodicleta, en la que vendería bolas de pulpo. Otra de sus opciones era la Conocleta, donde ofrecería helados a pedaladas. Pero, finalmente, la idea que cuajó fue la Koffeecleta, donde vende café y bombones hechos a mano y, en verano, agua de distintos sabores. “Nunca he sido una enamorada del café” admite, “pero cuando volví del viaje hice un curso y me he convertido en una auténtica especialista”, se ríe.
La Koffeecleta cuenta con nevera, cocina con dos fuegos y, por supuesto, todo lo necesario para hacer buen café.
Tras meses de preparación y burocracia, Yoli y su Koffeecleta pasean cada mañana por las calles de la preciosa Aínsa, en Huesca, recorriendo los comercios y sirviendo un buen café de especialidad. También, claro, toda una experiencia, porque la Koffeecleta tiene unos acabados que invitan a acercarse y curiosear. Un cajón de madera en la parte frontal, un toldo para protegerse de las inclemencias meteorológicas, un baúl en la parte trasera… En total, más de 170 kilos estando vacía. “Dentro llevo también una nevera, una cocina con dos fuegos, una regleta con cuatro enchufes y una batería” cuenta Yoli. “Todo lo necesario para preparar café del bueno”.
Para escapar de la rutina y la monotonía, la Koffecleta cambia su recorrido casi a diario. “La gestoría, el estanco, la peluquería… Poco a poco he ido creándome una clientela fija”, explica su responsable, que de momento está feliz de haber creado su propio negocio. “Trabajo cuatro horas por la mañana en vez de ocho, y no hay quien me pare. Si llueve, salgo. Si nieva, salgo. Si hace frío, salgo. Y me compensa porque saco sonrisas a la gente. Es el tipo de vida que he escogido y estoy muy contenta”. Porque poder observar la vida con calma… No tiene precio: “Nada me gusta más que esperar los siete minutos que tarda en hacerse el café, y compartirlos con la gente”.